la huelga es buena para la salud

Terapia intensiva, foto de León de la Hoz

La huelga general prevista en España dentro de cuatro días, las expectativas de participación y la utilidad de la misma han vuelto a poner en entredicho la racionalidad actual de la sociedad en la que vivimos. El juicio más extendido sobre si es conveniente o no participar en dicha huelga es su incapacidad para cambiar las cosas. Los medios de comunicación se hacen eco de ese sentimiento de frustración generalizada de que no tiene sentido protestar porque nada se puede cambiar. Cada vez que surge la discordancia social, se improvisa este discurso de la inutilidad. Un fatalismo que condiciona la discrepancia social, malogra una de las escasas opciones de diálogo que la sociedad tiene con el poder político después que se han cerrado las urnas y nos convierte en invitados de piedra a un festín simulado por la democracia. Una vez más se pone en evidencia uno de los factores más redundantes de la sociedad idiota, la inutilidad de la moral. También la sociedad que tenemos y el ideal que quisiéramos.

Es la misma idea, en última instancia conservadora, que resuelve la vida con una fórmula de eficiencia y productividad a corto plazo que nos fue importada desde las escuelas de negocios que formaron a las élites gobernantes, por ejemplo Harvard, Chicago Booth o Stanford. Los mismos eminentes centros educativos que ahora reconocen parte de la responsabilidad en el origen de la crisis e intentan introducir un pensamiento más acorde a los valores tradicionales como la ética por encima de la eficiencia, la competividad, el individualismo y la ganancia a toda costa. Un día alguien estudiará criticamente la enorme bibliografía, maestrías y doctorados que invadieron nuestras cebáceas neuronas para hacernos creer que el éxito se podía aprender con los métodos de esos gurús. Aprendimos que lo que yo doy,  invierto o sacrifico como individuo tiene que tener un beneficio. De hecho, todavía hoy con la enorme desafección al poder político, buena parte de la insatisfacción social se debe a los resultados de la gestión de los gobernantes, no a que sus acciones sean justas, morales o éticas.

Las preguntas que surgen en esta situación son: ¿si la huelga no resuelve los nuevos problemas que podría generar la reforma laboral, entonces vale la pena asistir a la huelga dejando de percibir otros beneficios como el salario del día o una hora delante de la televisión? Entonces, ¿las huelgas han dejado de ser una forma legal y legítima de protesta y presión para alcanzar objetivos frente a los poderes en la democracia? La primera respuesta a de venir de nosotros como individuos, evidentemente la huelga no será suficiente para rehacer en lo fundamental la letra de la reforma laboral, en general casi ninguna huelga en la actualidad alcanza objetivos de esa índole. La segunda respuesta tiene que darla toda la sociedad, posiblemente la huelga no sea lo único, pero si es aún instrumento alternativo de la sociedad cuando se vulnera la confianza que la democracia ha otorgado a sus gobernantes.

La huelga no resolverá el problema y menos la crisis que da lugar a la reforma laboral que se critica, sin embargo es legal, legítima, lógica, incluso moral por los motivos y es un balón de oxígeno para movilizar la necesidad de alteridad de la democracia. Lo contrario es pensar con las mismas lógicas del poder político y económico que dice con la reforma laboral que el problema somos nosotros y no las políticas corporativas, la ineficiencia en la organización del trabajo, la improductividad empresarial, el destino de los beneficios de bancos y empresas, la retribución de los ejecutivos, entre otros factores. Hace falta una reforma estructural del mercado del trabajo, pero que contenga también aquellos elementos que determinan un buen gobierno corporativo, una mejor organización del trabajo y la más eficiente y racional distribución de los recursos. La huelga como toda forma de disidencia pacífica es buena para la salud de la sociedad, quienes dicen que no sirve para nada se equivocan. La reforma es parte de algo y contra eso también hay que mostrar el desacuerdo público, masivo y social.