Alberto Rodríguez Tosca

Las derrotas
Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.

Mi sombra y yo
No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta, el argonauta, el ministro, el alienígena, el banquero, el bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el cura, el pastor cuáquero, el hijo pródigo, el aprendiz de brujo ni para el último de los Mohicanos. No estamos para el Señor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueño de las nubes, el cazador solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los días de guardar, el Ángel de la Jiribilla, los ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rómulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristán e Isolda, Jonás y su ballena, San Jorge y su dragón. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la niña, el parapléjico, el suicida, el borracho, el proxeneta, el médico de guardia, el terrorista talibán, el falso amigo, el jugador de póker, el corredor de bolsa, el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.

Hacha hacha hacha
Crecer en la burbuja, sentir la fiebre de los viejos cristales restallando en la bruma como si fueran olas. Vienen de mí y en mí consuelan la nostalgia del mar. Chocan contra mi cuerpo y se retiran llevándose pedazos de la entraña feliz. No gimo. Busco mis dos manos en la oscuridad y me las llevo a la cara. Tengo cara. Tengo la sensación de que la piedra que acaricié en el sueño era real. Así que tengo sueño y piedra y cara
y dos manos para asestarle al prójimo una puñalada en la cabeza. ¿Estás preparado para vivir? Hacha hacha hacha. ¿Recuerdas? Cada tajo un recuerdo. ¿Estás preparado para fingir? Recuerda. Todo lo que caiga en tu boca será bendecido por nadie. No esperes ni bendición ni ensalmo. Si acaso, la voluntad del hacha resbalando hacia ti como una hebra de luz en busca de un espejo y una interrogación (?). Gusano. Celebran en las gradas. La apariencia del signo es un gusano: (?). Sus anillos se enroscan en el filo del hacha y preguntan por todo: patria, cárcel, mujer, astrolabio, velocípedo, partidos, jabalíes, bibliotecas, monasterios, cañaverales, balsas, cementerios marinos, urnas, revoluciones, viernes santos, martines pescadores… Pero ahora no vas a responder, pues debes regresar a la primera noche con el fervor de quien regresa de una gran derrota. Recuerda: eres el derrotado. Alégrate por eso. Y llora.

Recobras la cabeza
La hundes en la piedra con el mismo estupor con que en el aire los microbios ejercitan su danza en el borde de una vieja medalla. Cuentas hasta diez, respiras con los pulmones de otro y robas un pan que ardía sobre un campo de cieno. Te lo llevas a la boca como si nadie estuviera observando ese recorrido fantasma de tu gloria en pena. Burlas al burlador y sigues tu camino de astro desesperado entrando sin remedio y sin tacha al agujero de su perdición. Todo se reconcilia en tu contra y tratas de pronunciar una palabra que te salve de la suerte echada. Insistes en evitar que tus ojos tropiecen con los torsos desnudos de las estatuas de sal. Ya no sabes qué hacer. A dónde ir después de tantas noches cayendo a la misma pueril escarpadura. Quizás seguir cayendo hasta que encuentres la piedra que detenga tu rostro antes de estrellarse contra el cielo.

Las vidas tranquilas del dolor
Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen si no con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La calma chicha de la sangre agujereada por alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estación para sembrar pequeños botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy mañana te será dado un reino de noches sin culpas y devuelta la devoción por la música de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo. Una cerveza, un ánfora, una foto, un perro, un vaso, un puerto, una tumba de más, una conversación con las estrellas y un país. Así transcurren las vidas tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fugó el día.

 

Una noticia en el reloj de arena

no haber podido pronunciar más de tres

veces el nombre de esa mujer sin que descendiera

de una nube su implacable dedo índice para

culparme de su odiosa levedad temer a la multitud

y a las alturas dormir hasta las once y despertarme

con la nefasta sensación de haber perdido los dedos

de la mano y el tiempo rodar como una roca por

mis propias palabras y estrellarme contra un muro

de gente hablar más de la cuenta y de lo que

no conozco mentir sobre los dones que heredé (no

heredé ningún don salvo el de una escritura que huye)

tocar la puerta equivocada siempre abrir la puerta

siempre a la hora equivocada (por qué) soñar

todas las noches el mismo sueño con los mismos

monstruos insistir en inventarios de lo que nunca

tuve o fui regresar cada mañana a la misma solitaria

estación a ver pasar el tren (decirme adiós) y luego

volver a casa acostarme en el suelo con una botella

de vino entre las piernas y aguardar el rostro del

desconocido en la ventana para señalarme en el reloj

de arena los desmanes del día y la hora de morir.

Alberto Rodríguez Tosca
(Artemisa, La Habana, Cuba, 1962). Poeta, ensayista y narrador. Ha publicado Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), El viaje (Ediciones Catapulta, Colombia, 2003), Las derrotas (Ediciones Unión, 2006). Sus poemas y cuentos han aparecido en antologías publicadas en Cuba, España, Argentina, México, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Austria, Italia y Estados Unidos. Reside en Colombia desde 1994. Dirige un taller de escritura en la Casa de Poesía Silva.