Acaba de producirse uno de los hechos más paradójicos, aunque no es el único, de que se tiene noticia contra la libertad de expresión en una democracia moderna y sólida como la española. Un juez acaba de retirar de la venta la edición de una revista humorística porque en su portada aparecían unas figuras que representan los Príncipes en el estado más natural del hombre: desnudos y fornicando. Merece reseñarse porque todo cuanto se debata en torno a este hecho es saludable para el país del que hablamos y también para las democracias más débiles como las latinoamericanas, sobre todo para países como Cuba que todavía está por estrenar. La propia democracia europea, tal como la conocemos hoy está necesitada de polémicas y análisis que contribuyan a su sostenibilidad, conforme a los nuevos retos que enfrentan en planos como la lucha contra el terrorismo y las crisis migratorias que afectan los equilibrios sociales.
Vayamos rápidamente a los hechos:
El juez Juan del Olmo, de la Audiencia Nacional, ha ordenado el «secuestro» del semanario humorístico El Jueves, que se publica en Barcelona y, dicho sea de paso, este año cumple 30 años. El motivo aparente de tal secuestro ha sido la aparición en portada de una caricatura en la que dos personas, presuntamente los Príncipes Felipe y Leticia, fornican en pelotas, ella está echada en posición mahometana, diría Lezama Lima, en cuatro patas (perdón) y él, presuntamente, la penetra por detrás. Digo presuntamente porque cuesta trabajo en esas caricaturas identificar los rostros de los futuros reyes de España aunque lo supongamos, estoy segura que en cualquier lugar del mundo resultaría casi imposible identificarlos de tan mala que es la caricatura, sin hablar de la viñeta en sí misma que es un aborto del talento. Y reitero la presunción de los fornicantes porque a él no se le aprecia su miembro real. Como en las viejas películas pornos están desnudos pero no se les ven los genitales, de modo que debemos censurar la autocensura que el dibujante ha ejercido, ya que de lo contrario habríamos podido contemplar, aunque fuera broma, la verga real que como todas las de su condición presuntamente podrían llevar el aguinaldo de una corona en el cimbreante prepucio agolpado de sangre azul. ¡Eso si habría sido un espectáculo!
No obstante que El Jueves no ha publicado la caricatura que he descrito más arriba y por cuya causa denosto la falta de talento, todo el mundo se ha enterado por el gesto exagerado del juez, Juan del Olmo, que por cierto se parece bastante y de modo sospechoso a Mister Been, ese pesado cómico inglés que está en las antípodas del humor inglés. Posiblemente sin su intervención muy pocos se habrían enterado, entre ellos, quien escribe, ya que ni El Jueves leo y ni siquiera el sábado o el domingo queda para esta forma de matar el tiempo. Quizás, especulando como especula el citado juez parecido a Mister Been, a quien debían secuestrar es a su señoría por publicidad indirecta sobre un hecho que presuntamente atenta contra la dignidad de las personas, según sus propias palabras, en este caso sus Altezas Reales. Además, y por otro lado, se le debía imputar un delito de propagación del mal gusto. Ahora bien, de cualquier manera, ya todos los medios de comunicación tienen que haber aprendido la siguiente lección: si tú quieres aumentar la audiencia, la teleaudiencia o la lectura de tu órgano, no el mío, publica una caricatura que hiera la sensibilidad de su señoría y tendrás la mejor promoción desde lo más alto de la judicatura.
Hasta aquí la parte risible de los hechos que tiene que ver con un supuesto delito de
extralimitación de la libertad de expresión cometido por el semanario humorístico y otro
supuesto de violación del derecho de esa libertad cometido por un juez en una
extralimitación de sus prerrogativas como custodio de la ley. Dos extremos que tienen
que ver, sobre todo, por el exceso de celo del citado juez Del Olmo. Veámoslo, aunque
sea brevemente.
En la fundamentación del juez para «secuestrar» la revista de los quioscos y puntos de
venta y retirar el «molde» de dicha edición, se dice : «Quien extralimita el ejercicio de
un derecho fundamental (considerando que la crudeza de una crítica, que puede ser
especialmente acerba, podría verse amparada en ese derecho fundamental) no puede
verse amparado legalmente en el mismo para evitar las consecuencias de sus actos,
como sería el caso, por lo que procede autorizar el secuestro de la publicación […], así
como del molde de dicha publicación». También, en la denuncia presentada por la
Fiscalía, se dice que aparecen los Príncipes: «…caricaturizados pero fácilmente
identificables […] en actitud claramente denigrante y objetivamente infamante,
pudiendo constituir la difusión de tal revista […] delito del art. 490.3 del Código Penal;
resultando que, en todo caso, la imagen y diálogos atribuidos a Sus Altezas
provocan un grave menoscabo del prestigio de la Corona conforme al artículo 491
del Código Penal».
Y el Código Penal español establece en el punto 3 del artículo 490 que «el que
calumniare al Rey o a cualquiera de sus ascendientes o descendientes, a la Reina
consorte o al consorte de la Reina, al Regente o a algún miembro de la Regencia, o al
Príncipe heredero de la Corona ser, en el ejercicio de sus funciones o con motivo u
ocasión de estas, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años si la
calumnia o injuria fueran graves, y con la multa de seis meses a doce meses si no lo
son». Según el punto 2 del artículo 491, «se impondrá la pena de multa de seis a
veinticuatro meses al que utilizare la imagen del Rey o de cualquiera de sus
ascendientes o descendientes, o de la Reina consorte o del consorte de la Reina, o del
Regente o de algún miembro de la Regencia, o del Prícipe heredero, de cualquier forma
que pueda dañar el prestigio de la Corona».
Y en cuanto a lo que refiere este Código, el artículo 208 tipifica injuría de la siguiente
forma: «acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando
su fama o atentando contra su propia estimación». Todos los subrayados son míos.
Hasta aquí lo que sabemos y sobre lo que podemos opinar, ya que cualquier otra
hipótesis sobre intervenciones de personal del Gobierno o de la Casa Real son meras
especulaciones sin fundamento que no merece la pena tratar.
Lo que más llama la atención a un lego o «iletrado», como se quiera, es el uso de la
palabra «secuestrar» que en sus acepciones de uso común, formal e informal, quiere
decir en primera instancia lo que todos sabemos: retener indebidamente a una persona o
cosa a cambio de dinero. No quiero pensar los caminos que habrá hecho la palabra para
arribar al diccionario de la Academia con el significado que tiene para el Derecho, pero
estaría bien que también esos lenguajes se actualizaran, los renovaran y mejor sería que
no apareciera en ninguna parte que una publicación puede ser «secuestrada» por el
Estado. Todo ello a pesar de que, efectivamente, las palabras están para ser usadas,
aunque infieran otros contendidos. Y también llama la atención la ignorancia del juez
que no parece saber que ya no se hacen moldes para reproducir en prensa y que por tanto no pueden ser «secuestradas» esas piezas que antes constituían prueba de delito. Si, alevosamente, leemos con malicia la frase «procede autorizar el secuestro de la publicación […], así como del molde de dicha publicación», parecería que asistimos a un acto típico del antiguo régimen.
Luego, viendo el auto del juez y la fundamentación de la Fiscalía, teniendo como base y referencia de Derecho el Código Penal, uno no tiene más remedio que preguntarse algunas cosas que hacen dudar sobre el razonamiento que ha dado lugar a la prohibición de El Jueves.
Primero: ¿Es que hay un Código de conducta, un Decálogo moral y Ético o algún otro rasero que establezca los límites mediante los cuales se pueda saber cuándo alguien extralimita el ejercicio de un derecho fundamental, como es en este caso la libertad de expresión? ¿Cuáles son los límites en asunto tan difícil de delimitar, cuando quien lo hace tiene limitaciones para hacer una interpretación correcta del hecho en sí mismo y de sus consecuencias? En asuntos propios de la cultura en su sentido más amplio (espero no tener que explicarlo porque no tengo mucho espacio), es mucho más complejo ver si alguien se ha pasado de la raya, incluso muchas veces nos equivocamos. No es tan fácil como cuando alguien excede la velocidad permitida en la carretera.
Segundo: Si el Código sanciona al que calumniare o cualquier forma que pueda dañar el prestigio de la Corona, y la tipificación de injuria, es «acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación», eso quiere decir que presentar a unos Príncipes que no lo son ya que no son fotos, sino dibujos en el género de caricatura, desnudos y actitud de relación sexual es delito. ¿Cuáles son las normas, si no fueran las de la Iglesia, que establecen que el desnudo es malo y el acto sexual también si no es para procrear? ¿Es que en un Estado laico, aunque monárquico, es normal que se censuren unos dibujos con intención humorística, no digo fotos, de unas autoridades en acto tan natural como el sexual? ¿Están las autoridades, cuales fueran, lejos de la intención crítica y humorística de los ciudadanos y de la prensa? Si es así no dudo que un día de estos su Señoría el juez se levante con el moño torcido y mande a cerrar el Prado porque exhibe a la maja de Goya. Parece ser que con la Iglesia hemos topado.
A pesar de la irreverencia humorística que emana de los desnudos, el acto y las palabras –si la hubiere-, nada hace suponer que la portada de la revista «secuestrada» calumnie, dañe el prestigio de la Corona o lesione la dignidad, menoscabe la fama o atente contra la propia estimación de los Príncipes, a no ser que creamos y demos por sentado que no son personas jurídicas y de carne y hueso, sino ectoplasmas puestos en la tierra por la mano divina de Dios, lo cual desmentiría la propia imagen humana que la Casa Real pretende dar de sus Altezas. Si como parece son iguales a nosotros, pues, entonces, sabrán que se exponen a que se hable de ellos como simples mortales.
El juez podrá ser una autoridad del Estado, pero no es su autoridad la que puede determinar si una caricatura, que es un género artístico muy al margen de las normas con las que acostumbra el funcionario a imponer su autoridad. El arte tiene un lenguaje propio, independientemente de que muchos lo hayan olvidado o nunca lo hayan sabido, y aunque su incidencia social sea tan grande, debe ser considerado en su especificidad. Incluso cabría pensar que la caricatura tuviera una intención malograda de la que podría
hacerse una lectura distinta, pudiendo ser para bien o para mal de la moral pública o jurídica, que parece tener el juez.
La democracia no puede darse el lujo, frívolo, de ir tapando la boca de todo el que diga algo que pueda molestar a otro, aunque sean las autoridades Reales, cuando lo que se censura no pone en peligro o no atenta contra la propia supervivencia del sistema democrático. No lo puede hacer porque es un contrasentido y un absurdo que pone en ridículo los propios valores de la democracia y muestra su lado más cínico e hipócrita. Parodiando a Fareed Zakaria, cuando la democracia emplea la retórica e imita los rituales de los enemigos de la democracia, entonces está perdiendo la batalla. No hablemos de las paradojas que históricamente han existido y existen entre libertad y democracia, sobre todo las planteadas en los Estados Unidos después del 11 de septiembre, pero sí digamos que lo último que debe hacer un país democrático es prohibir y, sin embargo, últimamente se ha convertido en el modo más fácil de solucionar los problemas en contra de la propia esencia de la democracia.
Pienso que, dado el caso de una ofensa más evidente y grave, ningún juez debería prohibir o coartar el derecho a la libre expresión. Al censurar un medio de comunicación también se está ejerciendo censura sobre el lector, en este caso. Todos somos igualmente víctimas de la prohibición y los lectores tienen el derecho de elegir, evaluar y sacar sus propias conclusiones sin que haya un mediador que paternalistamente nos diga qué es bueno o no. Lo único que justifica la censura es el peligro a perder la democracia, o sea, el sistema que permite que todos podamos hablar, oir y hacernos juicios libres de la realidad. Las normas de la democracia han de ser una suma de los valores de la democracia y la libertad, que no sean sólo legales, sino también inteligentes, éticas y flexibles; no un remedo de anquilosados valores morales relativos a la autoridad y la religión.
No es prohibiendo como se ventilan problemas como este de supuesta injuria, porque yo, como lectora, tengo derecho al libre acceso a esa información. En todo caso, lo pertinente en relación con las normas democráticas es llevar ante un tribunal a quien supuestamente ha cometido el delito. Ahora bien, si su Señoría el Juez le diera por «secuestrar» a todo aquel que riera con chistes supuestamente injuriosos contra la Corona o contra otras autoridades, esté o no explicitadas en el Código Penal, tendría que hacerse cargo de un gran porciento de la población española que le gusta reir con la irreverencia, en un país con una cultura de grandes dosis de humor, tal vez porque demasiado tiempo vivió bajo la oscuridad de poderes como la Iglesia, la Monarquía y la dictadura franquista; en esa oscuridad vivió y de ellas se alimentó.
Estaría bien que las autoridades ayudaran a desacralizar a la sociedad de símbolos y mitos para reírse un poco de ellos y de ella misma. No es la autoridad de los símbolos y los mitos la que debe regir como modelo al estilo de las sociedad primitivas, subdesarrolladas o dictaduras. En los tiempos actuales donde la virtualidad ha derrumbado ciudades de símbolos para construir otros como Second Live, y donde la información y la dispersión contribuyen al deterioro de la autoridad tradicional, de nada sirve como antaño cultivar rígidos rostros de piedra que adorar. El plus que internet le ha dado a la democracia y a la libertad obliga a los poderes a adaptar los límites y limitaciones sobre la sociedad y esa es la única manera de que recobren una identidad significativa para los años que se avecinan. Como dijo Montesquieu (De l’sprit, lib.VI, cap. 16) sobre los jueces y las leyes, es más esencial y mejor evitar los grandes crímenes
que atacan a la sociedad que los pequeños, «lo que más ataca a la sociedad que lo que la ofende menos». Ojo, Señorías, todos!
Por último, hoy mismo acaba de salir publicada la rectificación de la revista El Jueves sobre el supuesto error que han cometido por las supuestas injurías proferidas contra los Príncipes. Dicha rectificación es un dibujo en el cual se ve a una abejita con cara de hombre que va a libar a una tierna florecita con cara de mujer, podemos suponer que ambos son Sus Altezas. Señor juez, señores censores, al que no quiere sopa se le dan dos tazas. Ahora le toca decidir si también secuestrará esta portada que es una carcajada por respuesta. Usted es juez pero no es el juez de todos los españoles, así que déjenos elegir las lecturas, el modo en que reímos y de qué. No necesito que nadie interprete por mí o haga juicios posiblemente equivocados de cuánto cómo y de qué quiero reir. Señoría, el bien más preciado de la democracia es la libertad y es la esencia que la diferencia de los Estados totalitarios y dictaduras de derecha e izquierdas, ayude a cuidarla por lo menos adaptando el bozal a los nuevos tiempos. Yo, en particular, estoy contra El Jueves, pero a favor de la libertad de expresión y jamás aprobaría como ciudadano español que se cerrara El Jueves, ni un lunes.