Por León de la Hoz
En estos días, como en otros en los que la violación de los Derechos Humanos y civiles alcanzan cotas de escándalo con la muerte en huelga de hambre del opositor Zapata, la presión sobre las Damas de Blanco y el desafío de Fariñas, el papel de la Iglesia en Cuba es puesto en solfa o exaltado. No faltan razones para que así sea. Sin embargo, se exagera tanto lo que hace como lo que realmente pudiera. Me pregunto si no es discutible que ella pueda tener ese papel que alguna opinión pensante cubana a veces le endilga, algo semejante a lo que Wojtila hizo en Polonia. Cierto es que es la actitud de la Iglesia es controvertida y que no se reduce a los cincuenta años de la Revolución Cubana, sino a la historia de la propia institución y que esa historia, medida con la vara de los Derechos Humanos, en ciertos aspectos de su quehacer la dejaría en un mal lugar.
Se dice que la Iglesia debía ser más beligerante, lo que no se explica es cómo podría dado el carácter de la institución y sus fines. Una cosa es tener un Dios y otra tener un Papa. Dios está con y por el hombre, el Vaticano por el Papa. Siempre ha sido así y Cuba no es una excepción. A pesar de la accidentada relación, el Vaticano nunca ha dejado de cuidar la mejoría y el desarrollo de esa relación especial y difícil entre los dos Estados que hoy es mejor que nunca. Sobre todo teniendo hoy día una feligresía que aumentó geométricamente desde que el Gobierno-Partido, retractándose del dogma, permitió y facilitó la reconversión de millones de personas. Diríase que el Gobierno se hizo más papista que el Papa.
El reciente diálogo a raíz de la huelga de hambre de Fariñas es un elemento nuevo que aporta una dinámica radicalmente distinta en un contexto de aislamiento de la política de la isla, la decrepitud del discurso ideológico, el colapso de la economía y la ampliación mediática gracias a las nuevas tecnologías. Un síntoma de ello es que en Cuba casi todo el mundo sabe que el Gobierno miente en cuanto al bloqueo y otros asuntos, si bien el poder de la desinformación en sus escasos medios es aplastante. Véase la manera en que ha sido reflejado el riesgo de muerte de Fariñas. En esa situación desesperada, aunque no agónica, la Iglesia juega su juego y el Gobierno el suyo convirtiendo a esta en un aliado táctico afincado ideológicamente en lo que suele llamarse «lo cubano». No importa que esta alianza tácita tenga sus peligros, mientras la Iglesia pueda hacer lo que el marxismo-leninismo no pudo a fuerza de fracasar. Esta vez lo que Marx llamó «el opio de los pueblos» es una aspirina para calmar el dolor de cabeza de la gente y del Gobierno cada vez peor desde que se vino abajo el muro de Berlín.
La Iglesia juega a lo que sabe para consolidar lo ganado en un país que antes se le negaba. El Gobierno cubano también juega a ganar tiempo y pone las piezas. Es un diálogo de cínicos al que los mortales de a pie asistimos anonadados. Uno y otro se utilizan con habilidad imponiendo desde hace mucho la prosapia común de la cubanidad como coartada. De ese modo, la Santa Sede por medio de la Iglesia cubana se ha convertido en el único interlocutor del régimen de los hermanos Castro. Lo mejor de esta interlocución es que existe gracias a Dios, lo peor es que no representa a toda la sociedad de dentro y fuera de la isla. Es lo más parecido a una conversación entre compadres que con sus diferencias necesitan comprenderse, a falta de un diálogo político en el que es inevitable otros dialogantes y una agenda política que está por ver. Ambos se necesitan.
No obstante y a pesar de las reticencias cualquier diálogo desde las diferencias sobre la realidad cubana es bueno para su futuro, sobre todo si con él se puede arañar el muro de cincuenta años. El Gobierno cubano se apropia del derecho de elegir a sus interlocutores para tomar decisiones que ya sabe de antemano, en un intento por ralentizar su decadencia. Esa es aún su fuerza y también su debilidad en un juego que se va a acercando a la novena entrada. Su intención de conversar parece ser una estratagema como lo ha sido cada amago de cambio. Lo que sabemos que se ha logrado de ese diálogo no significa ningún sacrificio o pérdida de poder del régimen, pero sí es un paso adelante por la democracia hacerles reconocer que hay presos políticos y un hombre capaz de inmolarse por sus ideas democráticas. Nunca antes la debilidad del Gobierno había sido tan grande aunque dé zarpazos. Tal vez esta Iglesia cubana no sea cómo la quisiéramos, pero sí es la que los Castro han necesitado cuando han querido. De cualquier modo, la Iglesia cubana ha logrado crear bajo su techo un nuevo hogar donde cabe toda la familia. Esa es la base para un futuro asentado en el reconocimiento, la reconciliación y el amor, valores fundamentales para lograr el regreso a lo que fuimos. Eso la hace indispensable, no importa que a veces pueda parecer que es la Iglesia de los Castro.
2010, julio