La reciente votación en el Parlamento español para determinar la presidencia del candidato que ganó las elecciones ha dejado un buen número de evidencias a las que muchos aún se resisten y también ha dejado en evidencia a algunos jefes de partido. El sistema español, ni mejor ni peor que otras democracias, obliga a que sean los diputados elegidos quienes designen al presidente del Gobierno por proposición del Jefe de Estado, en este caso el rey, si sumamos a este sistema parlamentario la ley de proporcionalidad de las elecciones en un contexto donde han surgido nuevos partidos con representación parlamentaria, podremos imaginar que lo ha que pasado en estas elecciones volverá a repetirse una y otra vez con el consecuente cansancio de la ciudadanía que contempla estupefacta cómo sus aspiraciones de tener Gobierno se diluyen en los intereses partidistas de las Cortes. El sistema parlamentario actual no es funcional en la España de hoy, pensado para democracias con menor representación partidista en el Parlamento, pero también por su garantismo, ideal e indispensable en sociedades como la española que surgía de una dictadura y con una larga historia de guerras internas desde el siglo XIX. Esta es la primera evidencia que nos debe llevar a pensar en un cambio de la legislación y la Constitución que impida la repetición de situaciones como esta que suma incertidumbre y costes a la democracia.
La segunda evidencia es que los ciudadanos tienen que acostumbrarse a ver a los políticos hacer con nuestro voto lo que quieran a cambio de una cuota de poder que es proporcional a la perdida de poder de la ciudadanía. El contrato que los políticos y los ciudadanos contraen a través del voto, unos bajo el sesgo cognitivo de las cofradías ideológicas, otros por credibilidad a los programas y también por hastío, es usado como garante de representatividad de las acciones de los políticos, no de las motivaciones que tuvieron los electores al decidir por unos y por otros, acciones y motivaciones que cada día se hallan menos simétricas. Se ha visto que dichas decisiones están determinadas por objetivos partidistas e intereses personales que nada tienen que ver con políticas de representación del ciudadano, sino con la política de partidos. La política de partido no siempre tiene correspondencia con lo político, paradójicamente esa es una de las razones por las cuales los partidos tienen cada vez un perfil más populista. Todos los movimientos que se han producido en la derecha y la izquierda han estado determinados en mayor o menor medida por la lógica del poder, reabriendo un nuevo equilibrio de bloques ideológicos menos matizados que antes de las elecciones ya que la narrativa de los partidos ha sido fundamentalmente ideológica. De un lado está la izquierda frente a su contrario la derecha y viceversa. Es el resultado de una lucha por los espacios de representación que en los últimos años se ha vistos disputados por el surgimiento de nuevas fuerzas políticas. Cada fuerza política se ve obligada a acentuar rasgos de identidad para no dejarse robar el espacio o recuperar el que se ha perdido a manos de otra fuerza emergente como son Podemos a la izquierda de la centroizquierda y Vox a la derecha de la centroderecha.
La tercera evidencia es que todavía muchos de nuestros políticos entienden la política como una ideología y eso les impide hacer bien el trabajo por el cual le pagan sus correligionarios. Si es una evidencia que todos los partidos tradicionales han tenido que reforzar su identidad y la identidad es el correlato de la ideología de un partido, lo cierto es que dicha necesidad partidista ha actuado en detrimento del ejercicio de la política, uno de cuyos objetivos es la credibilidad, hacer creíble no aquello que los correligionarios ya creen, sino lo que a los demás les parece increíble. Las tramitaciones de las alianzas para gobernar esta legislatura en las autonomías y alcaldías más fragmentadas, han seguido una tendencia que empezó a coger cuerpo durante la fractura social que se inició con el surgimiento del movimiento transversal del 15 M que acaparó Podemos, la ideologización de la sociedad y la radicalización de una parte de la misma. Si la tramitación es consustancial a la política como un medio para alcanzar lo político, la misma ha reflejado un lenguaje caracterizado por las ideologías y ese hecho ha condicionado los resultados de las mismas. No solo esto se ha podido ver en los dos grandes bloques ideológicos enfrentados, sino también en los dos partidos de izquierda que tuvieron en sus manos la decisión de la investidura, uno de centro izquierda (PSOE) y otro de izquierda radical (Unidas Podemos). Cuando se identifica la política como ideología la primera se deprecia y se transforma en un elefante en una vidriera como en las dictaduras, rigidez e inutilidad.
La cuarta evidencia es la existencia en la izquierda de dos concepciones del poder completamente diferentes que solo son reconciliables mediante la política, precisamente lo que escasea en la formación morada. El PSOE está asentado en una tradición democrática avalada por más de cien años y Unidas Podemos en una tradición trunca, reseteada generacionalmente, como dos ramas que han crecido dispares en un mismo tronco. Los líderes de Podemos, jóvenes intelectuales de academia, parten de un error clásico de cierta izquierda: creen tener la razón porque defienden a la clase obrera y los pobres, dicho discurso que es extemporáneo, paternalista y padece del solipsismo ideológico de los extremistas les convierte en unos inadaptados políticos y por consecuencia son políticamente ineptos. La única manera de no ser disfuncional en las democracias es mediante la adaptación y los radicales de cualquier signo ya sean nacionalistas, independentistas, radicales de izquierda o derecha, se encuentran ante el dilema de que para poder hacer política primero tienen que adaptarse, si bien son incapaces de resolver la paradoja de que no pueden adaptarse porque perderían su razón de ser alternativos. Las demandas de Iglesias estaban orientadas por el dogma social y la idealización del papel de su partido en una democracia que funciona por consensos y no como en las dictaduras.
La quinta evidencia es la constatación de una “derrota pírrica” de Sánchez, que parece haber llegado a la política con el designio de renacido. La investidura es el campo de batalla donde ha resuelto la última escaramuza para sacudirse a Iglesias, el único rival que le quedaba y el más peligroso para su agrupación, consolidando su poder en el partido como líder, su legitimidad como candidato, y su imagen de hombre de estado después de desmarcarse de los independentistas e impidiendo al precio de su cargo empeñar la estabilidad de Gobierno. Ha sido una jugada de ajedrez llena de preciosismos: ralentización de la investidura para obligar a Iglesias a tomar la iniciativa, ir cediendo desde cero para centrar la atención en el que se movía con demandas de poder en vez de los intereses comunes programáticos, y dejar que Iglesias fuera modelando la imagen que Sánchez quería ante la opinión pública, la misma que se halla en la retina de los electores y que se creó cuando impidió la investidura de Sánchez hace tres años, permitiendo que la derecha gobernara. No podía ser peor para Iglesias y su partido después de los malos resultados electorales, la pérdida de Madrid por un error suyo y la renuncia por divergencias con su gobierno de algunos de los más brillantes fundadores de Podemos. Iglesias es un cadáver desnudo por la soberbia y su poder unipersonal que justifica con las consultas de los fieles de su iglesia, como los peces ha muerto por hambre.
Todas las variables de la jugada Sánchez conducían a un buen resultado para los socialistas y sobre todo para Sánchez, que haya perdido la investidura no quiere decir que haya sido derrotado, incluso en el peor de los casos sin llegar a Moncloa y perdiendo unas posibles elecciones después que acabe el proceso que se inicia de nueva convocatoria de investidura, Sánchez habrá ganado. Los amantes de las tácticas y las estrategias hemos vivido unos meses apasionantes viendo cómo uno que lo tenía todo perdido ha logrado ganarlo todo. Las ciencias políticas ya sabemos que no son ciencias y menos exactas, y la política es un arte que no se enseña en las universidades, ya que las mejores historias políticas no son más que buenas historias de amor cortesano, la de la investidura empezó con un beso entre Sánchez e Iglesias, bajo el beneplácito de la familia de izquierdas y la mirada torva de la derecha como invitados de piedra, pero Iglesias no sabía que era el beso de la muerte, uno de los dos tenía que morir.