En España se acaba de producir una de esas anomalías democráticas que reafirman la democracia como sistema, en tanto solo la democracia es capaz de generarla. El Parlamento estaba reunido para el debate del Estado de la Nación, mientras otras fuerzas de la oposición sin representación parlamentaria reclamaban estar en el debate, bajo la excusa de que las encuestas les aseguraban un importante respaldo popular que les conduciría a estar en el Congreso en la próxima legislatura. El hecho pone en evidencia una vez más uno de los problemas de la democracia: la contradicción entre realidad política y realidad parlamentaria. Efectivamente, la realidad parlamentaria no refleja si no es tímidamente la realidad política actual y menos la realidad social.
Es cierto que desde las últimas elecciones que dieron el poder al partido de la derecha (PP), el panorama social y político español se ha deteriorado tanto, y ha sido tan errática la respuesta del Gobierno a la demanda social, que todo hace suponer un cambio de tendencia en la orientación del voto. Pero dar por hecho que lo que no ha ocurrido, aunque pudiera ocurrir, obliga a enjuiciar el debate como nulo porque no estaban quienes creen que hoy deberían estar es una exageración demagógica. En esa misma medida podría denunciarse que quienes representan a los ciudadanos en este momento no son legítimos porque la ley de partidos favorece a los grandes partidos con menoscabo de los pequeños, algunos de los cuales están en el Congreso con menos representación de la que podría si la ley fuera más equitativa.
Ambos supuestos forman parte de una elaboración política demagógica. El debate del Estado de la Nación es legítimo porque la conformación del Parlamento obedece a unas normas donde se enmarca la democracia y sus miembros fueron elegidos por la ciudadanía, otra cosa es que actualmente no sean aprobados por esos mismos que los eligieron. El verdadero problema es que esas normas, acorde a un contexto nuevo y nuevas correlaciones han entrado en crisis del mismo modo que la sociedad y debieran cambiarse para mejorar la democracia. La realidad demanda un nuevo contrato democrático que incluya la posibilidad de que los elegidos sean examinados y removidos por quienes los eligieron si no cumplen con las ideas que los avalaron. Esa es una verdad a la que posiblemente ningún partido quiera someterse.
La vieja política tiene que ceder y adaptarse al empuje de los nuevos tiempos y reconocer de una vez que gran parte de los problemas que vive el país, corrupción, competitividad, confianza e inadaptación, entre otros, tiene que ver con el fracaso de la política que es, a su vez, el reflejo de la democracia que se tiene. Que nuevos partidos y una revalorización de los ciudadanos hayan puesto en solfa la política heredada de la transición, hace pensar que urge cambiar aunque no sepamos cuáles serán los supervivientes políticos en el nuevo proceso que nos está pasando por los pies como una cinta mecánica. El inmovilismo terminará por derribar a muchos incapaces de caminar al ritmo de los nuevos tiempos si no se readapta la política y la democracia a una realidad distinta.
Fuera del hemiciclo donde trabajaban sus señorías, PODEMOS y Ciudadanos, dos partidos nuevos sin representación parlamentaria, aunque con gran apoyo popular, incluso con posibilidad de formar Gobierno según las encuestas, se quedaban a las puertas sin voz ni voto en lo que llaman la “casa del pueblo” a la espera de nuevas elecciones que puedan cambiar la correlación de fuerzas parlamentarias. Dentro se produjo un debate del Estado de la Nación, pero los que discutían con más o menos acierto ya no representaban del todo a la ciudadanía que los había elegido, PODEMOS y Ciudadanos se han convertido en contenedores de parte de los votantes de los partidos que estaban en el Parlamento. Eso es lo que arrojan las encuestas y la opinión popular en general que se manifiesta en las calles. La realidad política es diferente a la realidad parlamentaria, de ese modo la realidad democrática se halla ciertamente lastimada.
Nunca un Parlamento representa del todo a la ciudadanía, cuando la representatividad democrática es imperfecta como en España. Dicho eso, no cabe duda de que por lo menos en los papeles los políticos que se hallaban en el Parlamento representaban a una parte de la sociedad que los votó. Lo que no cambia que en estos momentos la propia sociedad que los eligió para representarlos demande una democracia más dinámica y a otros actores que esperan en el camerino de la democracia. Los actores serán reemplazados por otros, esperemos que la obra y la puesta en escena sea mejor que lo visto en el último debate del Estado de la Nación de este Gobierno. El teatro está puesto.