Un hombre pálido, de apariencia enfermiza, envejecimiento prematuro y personalidad controvertida, Julian Assange, ha puesto en jaque al gobierno más poderoso del mundo con una única y aparentemente inofensiva arma: la información.
La misma que está consagrada en las constituciones de todos los países democráticos y que fue el Caballo de Troya de la lucha de occidente contra los regímenes comunistas del Este. Lo peor es que los verdaderos problemas del mundo han pasado a ser pálidas o invisibles noticias en los diarios, la crisis económica y financiera mundial o el desastre humanitario de Haití, por ejemplo. Visto así Assange es un diablo vestido de santo o viceversa, como los ángeles de Rilke. Pero ni una cosa ni la otra.
Puede que Assange no haya actuado con madurez o que se haya equivocado, sin embargo no lo convierte en responsable de los errores del Departamento de Estado y las Agencias y eso es lo que se debería juzgar, a ellos es a quienes habría que responsabilizar de poner en peligro políticas, personas, relaciones de los Estados Unidos con el mundo e incluso la lucha contra el terrorismo. Lo que hacemos es mandar a matar al mensajero. No se trata de un empleado de ninguna agencia norteamericana y no es él quien ha publicado las últimas y más conmovedoras revelaciones del escándalo, sino grandes medios informativos que se han favorecido vergonzosamente “limpiando” la documentación suministrada por el autor de Wikileaks. Si cada quien hiciera bien su trabajo no existiría Assange, como no es así, gracias a Dios que existe.
No hay que estigmatizar al periodista que ha hecho su trabajo ni escandalizarse por las confidencias, ni siquiera de los testimonios del servicio diplomático. Todos los gobiernos, desde los orígenes de la civilización, han usado sus sedes diplomáticas para evaluar, juzgar e informar, la historia conocida está plagada de errores costosísimos, y también han guardado debajo de las alfombras la parte sucia del laboreo diplomático relacionado con sus servicios secretos. Otra cosa sucede cuando nos levantan la alfombra y hay tanta porquería que nos avergüence. Sólo la ignorancia, la estupidez o el cinismo pueden justificar el acoso al periodista. Lamentablemente hasta los propios medios beneficiados ponen en bandeja la responsabilidad entredicha del periodista, ya que no defienden la libertad de información y expresión que asiste a Assange, sino la de publicar el pastel informativo que les sirve el otro, claro está, amparándose en la libertad informativa. Espero y deseo que esa tendencia cambie.
La libertad, ya sin el bloque comunista del Este aunque con la supervivencia de varios países empobrecidos económica e ideológicamente, está sufriendo sus peores momentos desde que Gorbachov inventó la perestroika. Recordemos Irak. El poder está exigiendo periodistas dóciles y apela para ello a una servidumbre disfrazada de prudencia y competencia. Eso sucedía en aquellos países en los que se quería libertad de expresión e información, sucede en Cuba. La libertad condicionada, no por la responsabilidad, sino por los intereses a veces espurios de la política. No nos escandalicemos, no es la primera vez que el abuso de poder alcanza cotas de represión, pobre Émile Zola. Todavía lo mejor está por ver, esa es la naturaleza de un reality show.
Menos mal que siempre tenemos a Churchill para recordarnos que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.