libros tatuados

el placer de leer los corintios

Menos mal que en fechas de grandes celebraciones están los libros. Los libros se han convertido en uno de los bienes más preciados en el momento en que uno tiene que halagar y no conoce lo suficiente a la persona o no puede gastar más de la cuenta. Tengo que decirlo, a mí siempre me han regalado libros que no me interesaban. Todo el mundo cuando tiene que salir del paso ha pensado en regalar un libro. Ya estos han dejado de ser un objeto representativo del conocimiento o de alguna singularidad del individuo a quien se regala para parecerse a una corbata o un perfume. Llegado el caso opto porque me regalen un perfume, los libros prefiero regalármelos yo que presumo de saber algo del valor de ellos.

Como si las editoriales tuvieran algo que ver en el negocio navideño en todas partes aparecen reseñas y ofertas de los autores de moda que cada año cambian. Igual que los grandes almacenes los editores sacan todo su inventario. Ya nada diferencia a esas editoriales de otras tiendas. Todo vale si se vende. Todo es bueno, necesario e imprescindible. No importa el contenido ni el resultado, lo importante es que se compre aunque no se lea. Y es comprensible, los libros ya no son bienes culturales o espirituales, a los que se le rinda culto, sino otros productos destinados a satisfacer el consumismo. Ahora la cultura y el arte son parte de esa caja de herramientas de la felicidad que se llama ocio. De hecho se cree, al revés de cómo era antiguamente, que un hombre de cultura es un hombre ocioso. Y sólo se le respeta si aparece un minuto en la televisión, no importa si es diciendo una estupidez.

Gracias a la importancia que adquieren los libros como objetos de regalo en fechas como ésta, podemos ver a todo el mundo portando consigo el ejemplar de turno de las nuevas espiritualidades del entretenimiento y también hablando de ellas en el metro. Es un milagro navideño ver cómo los libros se reproducen por todas partes, incluso ya uno se los puede encontrar en la calle, sentados en un parque en eso que se llama bookcrossing para suerte de los gobernantes que ya no tienen que favorecer la cultura porque los propios libros van solos hacia la gente. Lo que más asombra es la naturalidad con que se acepta la corrupción de la función de los libros, es como si todo tuviera que ser nuevo para poder usarse, leerse cómodamente, claro, ya que todo libro que se precie tiene que estar exento de dificultad.

Yo me alegro que el último grito de los tatuajes corporales sea transcribirse frases, fragmentos de libros y poemas en el cuerpo. De todas formas siempre uno tiene algún libro tatuado en el cuerpo o el alma aunque no se vea. Y me tranquiliza que al menos si el libro es malo por lo menos pueda tocarse. Para muchos la piel es el libro más apropiado para volcar sus fantasías eróticas y filosóficas al estilo de los polinesios de las Islas Marquesas en las que un cuerpo sin tatuar era considerado estúpido. Me atrevo a decir que por reproducir algún clásico ciertos cuerpos escritos son más legibles que cien libros de papel y también menos estúpidos. Si las cosas se han puesto tan malas, entonces es mejor cultivar el cuerpo.

Recomiendo para estas fechas la película de Peter Greeneway The pillow book.