Ahora toca hablar de quién ganó las elecciones generales españolas efectuadas este domingo. La política debe ser la única de las artes en la que a veces perdiendo se gana, y viceversa. Mañana habrá que hablar de cómo, con quién y cuáles serán las consecuencias de la formación del Gobierno y su Ejecutivo. Estas son las terceras elecciones en cuatro años, en las que el protagonismo de las izquierdas y sobre todo de Unidas Podemos y su líder Iglesias ha sido mayúsculo, primero porque contribuyó a romper la hegemonía del PSOE en la izquierda, inaugurando una nueva época en la democracia parlamentaria nacional, y después porque ha condicionado la gobernanza de España desde que llegaron a la política. Si bien es cierto que las elecciones han sido ganadas por Pedro Sánchez al frente del PSOE, en realidad los grandes ganadores son Pablo Iglesias y Santiago Abascal de VOX. Este último ha roto todas las previsiones que se podían haber hecho cuando llegó al Parlamento en abril de este mismo año, alcanzando más del doble de los escaños (52) que los obtenidos en las elecciones pasadas (24). Iglesias ha perdido escaños en relación con esas elecciones, pero se mantiene como la cuarta fuerza después de la debacle de Ciudadanos, y es imprescindible para la conformación del Gobierno de izquierdas de Sánchez. La política es así a la hora de impartir justicia poética.
A pesar de lo que dicen los analistas, tertulianos y políticos, no hay que confundir a los unos con los otros, ni mezclar churras con merinas, la abstención a la que ponen como justificación de la “derrota” del PSOE y el ascenso de VOX, no se debió a que la ciudadanía estuviera cansada de asistir a las votaciones o a que no se pusieran de acuerdo los políticos para garantizar Gobierno para España en las elecciones de abril. Esas son opiniones que se convierten en estado de opinión, pero sería absurdo y ridículo hacernos creer que la gente se cansó por ir tres veces en domingo en cuatro años a pasar un momento en alguna hora del día a depositar un papelito y escribir unas pocas cruces. La abstención tiene una dosis de decepción y frustración pero el ingrediente principal nada tiene que ver con los motivos que se aluden, sobre todo si vemos que la ciudadanía española, sobre todo la de izquierdas, es la más movilizada del mundo. Sin embargo los medios y la gente lo repite como una verdad incontestable. Tampoco se puede creer seriamente que han dejado de ir porque no se pusieran de acuerdo los dos partidos de izquierda que podían darle la gobernabilidad a España, aunque esa es una razón más razonable, tampoco parece creíble frente a otras causas políticas que voy a enumerar brevemente.
Las verdaderas razones de la abstención, que por otro lado no fue tan baja, son razones políticas que tienen que ver con las estrategias de campaña y los errores de comunicación, en dos palabras podríamos resumirlo: mala gestión.
El principal elemento movilizador de las elecciones pasadas fue el miedo. Por parte de las izquierdas se desarrolló una estrategia de terror más que temor a VOX, y por su lado las derechas hicieron lo mismo contra a la radicalización de la izquierda, especialmente al apoyo de Podemos al PSOE y las consecuencias que la coalición traería para Cataluña y la economía fundamentalmente. Tanto las izquierdas como las derechas asustaron a los votantes con discursos contra los radicalismos de ambas tendencias y grandes sectores de la población fueron sensibles a esos temores. Al miedo que percibieron esos sectores se sumó el miedo de las corporaciones relacionadas con el poder económico que sintieron como una amenaza el discurso de Podemos en relación con la política hacia Cataluña, la nacionalización de la energía y la redistribución de la riqueza con nuevas medidas impositivas, por citar solo algunas de sus propuestas. La propia derecha tradicional representada por el PP tuvo miedo al debilitamiento que le producía la competencia de un partido como VOX que surgía de sus mismas entrañas y de otro como Ciudadanos que le disputaba el centro democrático. Y la izquierda también, la tradicional representada en el PSOE temió de Podemos que se había convertido en el caladero de la insatisfacción social, de modo que Podemos debió ser el objetivo principal del PSOE para venciéndolos en abril ganar a los partidos de derecha, una jugada perfecta si no hubiera sido porque la malograron los malos resultados obtenidos por el PSOE en estas últimas elecciones de noviembre. Todo el electorado suponía que debía tener miedo por una cosa o la otra y los partidos se ocuparon de reafirmar este miedo con sus relatos políticos.
El miedo, como se ha estudiado desde el siglo XIX, y a pesar de los intentos de relativizarlo por parte de politólogos y sociólogos políticos de izquierda a favor de las causas sociales, es un factor de cohesión negativa o positiva y de solidaridad entre los individuos frente a lo que se teme. Los relatos son la parte fundamental de la política de los partidos para crear afección por acción y reacción y el miedo uno de los elementos que los populismos de izquierda y derecha más o menos intensos y desarrollados. La campaña anterior fue un ejemplo de cómo la elección de determinado discurso para hacer un relato puede ser determinante en el resultado final de las urnas, sobre todo en el contexto de una democracia como la española con un enorme trasfondo ideológico y conflictos no resueltos heredados de la transición, más una fragmentación política que no es ajena a la relevancia de los populismos de izquierda y derecha que amenazan las reglas de la democracia representativa. Si comparamos las dos campañas podría verse con más claridad dónde están las causas de los resultados que han dejado insatisfechos a todos los partidos menos a VOX, ya que si bien el PP ha subido varios puntos, todavía se halla lejos de poder alcanzar los resultados de anteriores etapas, y no le sirven para gobernar.
¿A qué se debe la subida de VOX, el partido que nadie quería cerca y que ha impuesto su presencia? ¿Por qué Ciudadanos, el partido que parecía amenazar a todos las demás agrupaciones, acaba con el peor de los resultados que han obligado al retiro de su líder y fundador? ¿Por qué el PP mejora considerablemente el resultado de la campaña anterior? ¿Por qué el PSOE se queda por debajo de sus expectativas y hace más difícil la investidura y la gobernación del país en caso de que logre los votos del Parlamento? ¿Por qué Podemos aunque pierde diputados y confianza de sus electores logra mantenerse en lo alto de la tabla? ¿A qué se debe que los partidos nacionalistas y radicales locales mejoren en general su datos? Si relacionamos los sucesos que han conmocionado a la sociedad como el conflicto catalán y el desenterramiento de Franco con los discursos de campaña, y estos con la investidura fallida anterior podremos hacernos una idea más realista que aquella que achaca a la abstención la caída o subida de escaños de los partidos en litigio. Resulta difícil de creer que no fueran estos hechos y la relación de las respuestas de los políticos con las expectativas de los votantes las razones que dieron lugar a los resultados de las urnas. Por otro lado la abstención tiene otros factores más importantes que el llamado “castigo” de los votantes por no haber resuelto la investidura, muy mala imagen tienen de sus votantes los partidos que crean en esta posibilidad, que es solo una variable de los factores que llevan a los ciudadanos a motivarse o desmotivarse. En realidad la desmotivación tiene que ver con los discursos y la narrativa que cada uno hace de sí mismo y de los contrarios, al margen de que otros elementos influyan en las decisiones de ir a las urnas y elegir.
Brevemente, ya que es un análisis que compete a cada formación política, si respondemos a estas interrogantes, algunas de cuyas respuestas son evidentes, podremos hacernos una idea de lo que ha dado lugar a un resultado electoral que algunos no quisieran o no esperaban, veamos.
VOX dejó de ser el partido a quien todos temían e hizo un discurso que se distanció de la imagen con la que había llegado a la política, podríamos decir que su discurso elemental ideológicamente y sencillo políticamente, es ultraderechista solo por la posición que ocupa más a la derecha del PP, pero no porque sus propuestas pudieran considerarse en una facción de derechas que muchos llaman fascista no se sabe en referencia a qué concepto. Por otro lado, gran parte de los votantes son personas que se sienten incómodas frente a la pasividad de los partidos tradicionales que han sido incapaces de atender el sesgo nacionalista frente a dos grandes problemas de la actualidad: el independentismo catalán y la inmigración. Además, algunas de sus propuestas podrían perfectamente encajar dentro de las demandas que hacen sectores marginados dentro de las grandes entelequias sociales que distribuye la izquierda. Las izquierdas deberían tomar nota de que VOX ha sido el único partido que creció en los pueblos con mayor pobreza, como suele suceder en Madrid donde los barrios más pobres votan a la derecha. Algunas de las propuestas de este partido se diferencian por matices nada desdeñables según una idea más completa de lo que la izquierda llama “lo social”, que pudieran ser discutibles, incluso, pero que tienen un enorme consenso y tienen derecho a tener representación, ya que en contra de lo que algunos piensan la democracia es una suma de libertades y derechos, reglados, no una resta como quisieran algunos. La participación de VOX en la política nacional y regional ha determinado una normalización democrática, aún echa fuego por la boca pero ya se le ven menos los cuernos.
El Partido Popular (PP) y Ciudadanos protagonizaron desde la diferencia el mejor ejemplo de lo que debería hacerse y de lo que no. El líder del PP después de la desastrosa campaña que hizo el partido en la penúltima convocatoria de elecciones en abril y la primera de Casado con su equipo, jóvenes aguerridos de la derecha, se dejó barba y volvió al centro, abandonando la paternidad del expresidente José María Aznar y corrigiendo la deriva radical y pendenciera. Mientras Rivera se alejaba del centro sin atender el sangramiento que producía en su partido la radicalización contra natura que estaba llevando a cabo. Al contrario de lo que hizo Casado, no dio importancia a los signos de descomposición que se estaban produciendo en su partido a causa de su deriva, acaparando toda la atención mediática hacia su persona, con un discurso vacío, políticamente inconsistente e ideológicamente inseguro que, además, le abrió las puertas a VOX para su normalización en los gobiernos locales donde se encontraban, imprimiendo más inseguridad en quienes lo habían respaldado por el discurso ambivalente dentro del centro político español. Posiblemente la gran estampida abstencionista se produjo en las filas de los seguidores de Ciudadanos, decepcionados por la inseguridad de su líder y la inconsistencia política que había iniciado la desafección desde el propio equipo de la dirección del partido.
Las otras tres preguntas sobre el PSOE, Podemos y los partidos nacionalistas están relacionadas y tienen que ver con la errática campaña que hizo Pedro Sánchez, que es capaz de lo mejor y de lo peor, como suele suceder con los sobrevivientes da igual cuál esfera de la vida estemos tratando. La campaña de Sánchez parecía planificada para sus militantes, precisamente donde no hacía falta. El triunfalismo y la idea de que en el peor de los casos ganarían aunque tuvieran que pactar con el diablo para gobernar, lo hizo mostrarse más como un presidente que como un candidato, parecía que era suficiente haber desenterrado al dictador Franco para ser aclamado. Su actitud y su discurso tanto en el debate como en los días previos a la votación fueron los de un político que no aspira o que se conforma con lo ganado, el exceso de seguridad le hizo perder la perspectiva de quién era realmente su enemigo en las elecciones y que a ese contrario que ya había ganado debía enterrarlo porque de ello dependía no solo un mejor resultado, sino también una composición diferente de los partidos de la derecha. El objetivo no eran los partidos del ala ideológica contraria, sino los que están en su espectro y la mejor manera de combatirlos era superándolos. Sánchez y el PSOE no lo hicieron dejando escapar una ocasión de oro para mostrar las debilidades de Iglesias, que había quedado herido de muerte después de dejar sin Gobierno dos veces al país por exigencias hedonistas de izquierda: conmigo el mundo es más hermoso y soy el único capaz de salvar a los pobres de la tierra. Si el discurso de Sánchez se hubiera centrado en poner en lo alto del relato el papel de Iglesias en las dos investiduras fallidas y contraponer su labor de presidente en funciones en estos meses, posiblemente las cosas hubieran sido distintas.
Sánchez se paseó como un presidente y hombre de estado por los platós, visitó Barcelona como un presidente, no le cogió el teléfono al Presidente catalán, haciendo guiños a la derecha para una eventual intermediación de esta que salvara su investidura, sin embargo ese no es el espacio político donde había ganado legitimidad con la reconversión de su propio partido, sino en la competición contra las otras izquierdas. Ya había estado demasiado cerca de Iglesias para no quemarse, de modo que el enfriamiento al que se sometió en los días de campaña facilitó la recomposición de la imagen de Iglesias que ya estaba en la lona. Un error táctico que lo ha llevado otra vez a la amorosa foto de los dos líderes que se habían divorciado y ahora se obligan por intereses mutuos a firmar un matrimonio de conveniencia. Además, creó las condiciones con el desenterramiento de Franco para que una inmensa ola de amor de derechas llevara a VOX hasta la tercera plaza de la política nacional. Probablemente la izquierda debería pensar y no sentir que la memoria tiene otros efectos sobre la política que van más allá de la satisfacción, a veces lo justo no tiene porqué ser lo correcto políticamente, y a pesar lo que proclaman las izquierdas la política no se hace con el corazón, sino con la cabeza. En resumen, el PSOE pierde porque está condenado a perder autonomía política si quiere gobernar con Unidas Podemos y sin embargo estos han logrado convertir un error de cálculo de sumarse al Gobierno en una victoria de su líder que estaba condenado por el sesgo personalista y extremista de su política. Y los nacionalismos ganan espacio como era presumible por la situación no resuelta en Cataluña.
No hay futuro cierto, pero hay algunos más inciertos que otros. Se abre un escenario de gigantesca conflictividad con el ruido de sables de Cataluña como música de fondo, la llegada al Parlamento con un partido ultranacionalista con fuerza para vetar y hacer alianzas poderosas en la derecha, aún más que las de izquierda divididas por los nacionalismos periféricos y los centralismos, además de la exposición del país a los vientos de una nueva crisis económica y geopolítica que se conforma en la propia Europa. No menos importante es el problema interno que deberá enfrentar Sánchez en su partido por la coligación con Iglesias que al parecer, y sin que sepamos todavía cómo será la repartición de poder, deja al partido en peores condiciones de las emanadas de la investidura pasada. Ese es otro escenario que Sánchez tendrá que enfrentar. Está por ver si Sánchez es capaz de sobrevivir a Iglesias después de haberlo resucitado, aunque el amor lo puede todo, dicen, y uno de los dos acabará con el otro como en los mejores dramas. Yo me conformaría con que no se imponga en el lenguaje político esa estúpida manera de usar el lenguaje como una muleta de género, a ver si puedo oírlos.