En España hay un dilema más, últimamente la sociedad se enfrenta a uno nuevo cada vez que canta un gallo. No solo tienen su origen en la incapacidad del Gobierno para consolidar por lo menos su precariedad con cambios reales que necesita la sociedad, sino también por la irrupción de un nuevo actor político que es la opinión pública. El penúltimo de esos dilemas, aún sin resolver, fue la movilización de la izquierda para que se produjera el desenterramiento del dictador Francisco Franco, conocido simplemente por Franco igual que los dominicanos conocieron a su Trujillo a secas y los cubanos a su Fidel. Es un desentierro largo que todavía no ha empezado y que nos tendrá en vilo cierto tiempo. La prisa de la izquierda, más emocional que racional, está llevando a una situación cada vez más ridícula, pero eso no parece importar cuando se trata de ajusticiar el pasado. La reciente polémica que tuvo su tregua por las celebraciones de las fiestas navideñas, está condicionada esta vez también por la opinión de la sociedad que una vez más demuestra la influencia que se va a arraigando en las redes sociales como un nuevo poder. Es un poder nacido con el uso de las redes sociales que un principio los estudios hacían ver que parecían destinadas a personas con determinadas necesidades psicosociales y a los más jóvenes, y hoy día se han convertido en una práctica generalizada con la que gran parte de los usuarios monitorizan su rutina y la de los demás. Al mismo tiempo que permiten ser monitorizados por poderes económicos y políticos, en una connivencia alarmante y con la cual está siendo afectada la democracia, mientras miramos con complaciente indiferencia en las redes los likes, los seguidores y la vida insulsa de los amigos se convierte en una referencia de nuestra propia existencia mediocre. El toma y daca entre el poder político y la opinión pública es uno de los problemas más graves que enfrenta la democracia.
El último de estos dilemas se refiere a la prisión permanente revisable, que es el eufemismo con el cual se conoce la cadena perpetua revisable. Nuestra vida está llena de eufemismos con los que a veces se desvirtúa el verdadero carácter de las cosas, la vida pública es un jardín de esos eufemismos en la que parece que hay políticos que se dedican a reinventar la realidad renombrándola en vez de transformarla. Compiten con los cronistas deportivos, quienes han puesto de moda relatar un partido de fútbol como si se tratara de una novela abarrotada de elipsis y metáforas que dificultan la comprensión de los hechos. Novelistas frustrados que entendieron mal las enseñanzas del nuevo periodismo estadounidense. Cada cierto tiempo, cuando tenemos que lamentar la muerte de alguien a manos de otro, con razón nos sentimos aludidos, sobre todo cuando la víctima es una mujer, un niño, y además sufren. Son crímenes horribles que nos conmueven y lastiman por muchas razones culturales y valores que nos conforman como a determinados seres humanos y no otros. La prensa contribuye fundamentalmente a esta relación con los hechos, los espacios de información e investigación que se les dedica son enormes, muy superiores a aquellos que antes se denominaban “prensa amarilla” y “crónica roja” que habitualmente coexistían como un subgénero periodístico. La excusa de este periodismo es que tienen que mantenernos informados, lo asumen como una obligación, un deber, cuando en realidad forma parte de la competición por mantener los raiting de parrilla, ya que son fundamentalmente medios televisivos. Esos medios se han convertido en los grandes competidores y aliados de las redes. Es realista suponer que si la gente lee menos prensa y peores libros, sean más los que se informan por la nuevas vías al uso que son las redes y la televisión. Algunas de las consecuencias de esta dinámica ya los conocemos: más desinformación, mayor manipulación y una extensión de la demagogia de la política que desvirtúa y hace palidecer las ideologías.
Los políticos, grandes oportunistas en un mundo nuevo donde los correligionarios naturales de los partidos han dejado de ser lo fieles que fueron, y las barreras que antes separaban a unos de otros se mueven provocando un trasvase de izquierda a derecha y viceversa, han decidido sacar partido con sus discursos demagógicos y programas populistas. El debate que se está produciendo en torno a la prisión permanente revisable es un debate de conveniencia y basado en sentimientos y emociones que conforman la fuerza del poder de la opinión pública en las redes y en la televisión por el nuevo periodismo amarillista que ha suplantado la crónica rosa por la crónica roja. La crisis de las ideologías que empezaron a mostrar su contrapartida real con la desintegración del comunismo, la crisis global neoliberal y de la socialdemocracia europea, han producido una depreciación del objeto y el sujeto político que no parece tener otro cause que el populismo y el resurgimiento de los extremistas. Los políticos han sido relegados por la aparición del nuevo poder de las redes a simples guionistas que tratan de escribir el discurso acorde a lo que oyen en la calle, donde una mayoría fluctúa como los consumidores de telenovelas atendiendo a cómo quisieran que fueran las cosas según las sienten. Es el modus operandi de una relación entre los políticos y la sociedad que se rige por normas diferentes a las conocidas hasta ahora. Las ideas han sido sustituidas por temas con forma de hashtags que tienen su correlato en las emociones. En un contexto de este tipo es muy difícil que los contrarios políticos no contribuyan a enrarecer el discurso con mensajes disruptivos no sólo por el contenido, sino por su estructura similar a cómo se usan en las redes. El mensaje político cada vez se parece más a los de las redes: breves, de impacto y apelación, que carecen de la estructura tradicional del discurso de argumentación con el fin de explicar una ideología. Dicho mensaje por sí mismo no contribuye a la contemporización de los discursos de los rivales políticos, sino al enfrentamiento, sobre todo cuando se suma la actitud de diferenciarse en asuntos comunes en los que priman las emociones y las sensibilidades de las redes. Se atiende más a ganar adeptos y crear adictos que a buscar soluciones, incluso cuando todos parecen estar de acuerdo en las mismas.
La polémica sobre el mantenimiento o la cancelación de la prisión permanente revisable, a la espera de una respuesta del Tribunal Supremo, está supeditada a este contexto de las nuevas relaciones de la política con la sociedad, la respuesta lamentablemente está condicionada también. No es la primera ni será la última polémica. Ya nadie ni nada escapa a este entramado donde el nuevo poder de las redes ha determinado una correlación que irá condicionando la forma de la política y el objetivo de la misma. Nada es igual ni será igual a lo que hemos vivido y una sociedad política diferente ha llegado para quedarse. La respuesta de los políticos a las demandas de la sociedad en esta polémica no está siendo la que debiera. Lo que está en el fondo de todas las demandas es lo conveniente para una parte de la sociedad, las víctimas o los políticos, cuando lo que debiera discutirse es lo justo, lo moral y lo útil de la condena. Lo que conviene no siempre tiene que ser lo mejor y es un error que una decisión de ese tipo se tome dirimiendo que es lo más conveniente, ya que la conveniencia es una decisión política, por eso la sociedad se divide en tantas partes cada vez que surge un asunto en el que la opinión pública toma partido. Las mayorías, de naturaleza voluble y emocionales, son quienes marcan la actuación de los poderes tradicionales con un ahínco que repercute en los medios y en las estructuras de los partidos políticos que ven el peligro de alejarse de las demandas y perder adeptos o simpatizantes. Las mayorías, que no atienden a lo justo, lo moral o a lo útil, sino a estándares antagónicos como “lo bueno” y “lo malo”, están adquiriendo el protagonismo sin ningún tipo de mediador político que contribuya al equilibrio, la mesura y la rectificación, un movimiento pendular de incalculables consecuencias. La mitificación de las masas que ha sido uno de los grandes leitmotiv de la izquierda nunca se había visto mejor realizada que en la sociedad actual, lo que no vieron los clásicos fue la posibilidad de la pérdida de poder frente ella. Hasta ahora los elementos que contribuyen a su entropía los conocemos, lo que no podemos saber es cuál podrá ser la respuesta de los políticos y las instituciones democráticas para volver a prestigiar la política.
Que los poderes tradicionales de la democracia hayan cedido poder a las transnacionales económicas, financieras y tecnológicas primero, y ahora hayan cedido la argumentación a los estados de opinión y emoción de esas mayorías que se mueven sin cabeza, pudiera ser parte de las consecuencias, imprevisibles todavía, que han comenzado por sembrar de tormentas las democracias con el surgimiento de los populismos y los extremismos de izquierdas y derechas. Las ovejas que siempre representaron a los que eran mandados no han dejado de ser ovejas, pero ahora se mueven por otras leyes, las de la manada, y los políticos, que debieran representar el buen juicio y el ordenamiento se hayan a expensas de las mismas sin espacio ni talento para responder. Todo está cambiando de manera tan rápida que no nos damos cuenta y participamos del desastre con ignorancia y entusiasmo, somos cómplices, unos de forma consciente y otros atrapados en las redes. Yo no sé si la prisión permanente revisable debe o no ser parte del ordenamiento jurídico de la sociedad española, pero sí creo que al margen del dolor de las víctimas y la crueldad de algunos crímenes, debe hacerse un análisis sobre lo justo, lo moral y la utilidad de la condena, además de que se tomen medidas de reparación a las familias junto a otras de carácter preventivo y represivo. El resentimiento y la venganza encubiertos en justicia social son indicios de las sociedades enfermas, sean cuales fueren. Da miedo pensar que mañana esas mismas mayorías de opinión quieran tomar la justicia por su mano, y acabemos legalizando una carnicería social o cultural o de cualquier tipo. Creo que no hay fórmula mágica para evitar ciertas cosas que con el buenísmo queremos atajar, el buenísmo es la otra cara del malísmo.