El bueno, el feo, el malo y el cubano

Los momentos de crisis son especialmente importantes por la evidencia conque los cambios enuncian su necesidad manifiesta, ya sean favorables o no, como tragedia o comedia, y por los propósitos con los cuales los hombres definen sus conductas, aunque a veces esos cambios nunca llegan a producirse cómo y cuándo uno quiere. Este es uno de esos momentos, no hay dudas de que Cuba tendrá que cambiar pero no estamos seguros cómo, ni cuándo, y tampoco si los comportamientos son consecuentes del todo con esa necesidad. Ya sabemos que los de los gobernantes son erráticos, ¿pero los nuestros?, ¿cómo y cuánto hacemos o debemos hacer para actuar según lo demanda una situación de cambio? Hay quienes cambian con los cambios adaptando sus conductas a los mismos y otros que son incapaces a causa de razones a veces difíciles de explicar sobre las que no hay una tipología. La nueva fase de la crisis cubana que se ha iniciado el pasado día 11 en la ciudad de San Antonio de los Baños, la que fue una próspera e idílica comarca a la orilla del Ariguanabo en la región occidental de Cuba, nos ha dejado una serie de hechos relacionados con las conductas de los hombres que contradicen como nunca aquella frase convertida en axioma por Clint Eastwood en El bueno, el feo y el malo (1966): “El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan”. En realidad, como lo demuestran los hechos recientes, existen otras categorías relacionadas con quienes colaboran con el que tiene el arma cargada y con el otro que hace su propia tumba.

En la realidad cubana previa a este conflicto fueron más los que ayudaron al hombre del revólver. Fuimos la gran mayoría quienes de una u otra manera activa o pasivamente, por un motivo u otro, temprana o tardíamente, con mayor o menor razón y acierto hemos sostenido el revólver o puesto la espalda para que el hombre del revólver apoyara firmemente su pie al apuntar. Unos cambiaron, otros permanecieron justificando su incapacidad para ver la necesidad de cambio y el Gobierno para ellos encontró los argumentos que habían perdido para permanecer en el lado del hombre del revólver en el momento de crisis. Difícilmente los cubanos, en general, podamos escapar a un juicio colectivo de la historia sobre nuestro papel de cómplices del hombre del revólver por ignorancia, obediencia, convencimiento, compromiso (esa palabra tan seductora y erótica para la izquierda internacional) o cualquier otra justificación personal. Debiera ser insoslayable que para la comprensión del futuro de Cuba se pensara en esta irregularidad social que adolece la nación de haber sido cómplice de la actual situación del país, habiendo estado unos y otros, familiares y amigos, en el lado del hombre del revólver y en el del hombre que cava su tumba o la de otros. Haber vivido en una sociedad totalitaria nos hace particularmente contradictorios hasta que un día olvidamos lo que fuimos como una enfermedad.

Los acontecimientos, sin estar todavía en una fase crítica determinante, empiezan a exigir de todos una adaptación al cambio que la propia realidad cubana ha experimentado en los últimos años, sobre todo en los dos últimos. Aún más cuando el Gobierno cubano se empeña en hacer creer, en vez de ayudarnos a razonar, una realidad que ya no puede ser narrada desde la utopía con la que se somete a la mayoría, mientras una élite de familias en el poder viven en una realidad ideal para las condiciones de sacrificio donde viven esos que cavan pero sin embargo están del lado del hombre del revólver. Una adaptación al cambio que exige una actitud nueva para enfrentarlo. Quizás una adaptación de eso que llamamos la valentía, un llamado de la selva con el cual todos atendemos tocándonos los genitales, gesto particularmente eminente de la expresividad nativa, a veces demasiado sobreactuado por la doble moral que nos ha permitido vivir diciendo una cosa y haciendo otra para estar del lado del hombre del revólver con el cual nos hemos identificado en un erróneo reflejo de realización y poder que nos dieron en 1959. A veces ser valiente ha significado haber sabido ser eficientes en el uso del mecanismo de la doble moral que el propio Gobierno nos ha suministrado como un kit de supervivencia a la escasez material y la represión ideológica. En ese sentido la valentía a veces ha estado al servicio de la cobardía, también como un reflejo de lo que siente el poder político con el cual nos hemos identificado en la porción de poder que hemos creído tener.

El mundo de la cultura ha sido especialmente conveniente a estos papeles de complicidad y doble moral donde el compromiso estaba en los textos sagrados del leninismo y la manipulación de un «santo» como el apóstol que condujeron a crear la literatura y el arte revolucionario, entiéndase revolucionario por literatura y arte ideológico que a partir de los 80 los jóvenes pusieron en entredicho. Desde los años del discurso a los intelectuales que definieron la preeminencia de lo prohibido sobre lo permitido y el correctivo a un grupo de ellos relacionados con el “Caso Padilla”, nadie ha dejado de colaborar con el hombre del revólver porque las alternativas eran cavar o hacerse el muerto. Incluso algunos de los que tuvieron que cavar y aprendieron de la moral revolucionaria, más tarde fueron restituidos y se pusieron de parte del hombre del revólver con el mismo pretexto con el cual los habían puesto a cavar, mientras que otros decidieron hacerse el muerto. Gran parte de los que prefirieron cavar a ponerse del lado del hombre del revólver acabaron muertos, metafóricamente, aunque hacerse el muerto ha sido una alternativa para sobrevivir. En los años previos a la fase de crisis que vivimos que comenzó con la escalada represiva contra los jóvenes de San Isidro y del 27-N, era moral, incluso digno, hacerse el muerto para no apoyar al hombre del revólver y sobrevivir como parte de ese recurso de la doble moral en el que los cubanos nos graduamos con honores en la escuela de la Revolución.

Sin embargo hoy, desde lejos, parece incomprensible que todavía haya personas que no sólo no se hagan los muertos, sino que se pongan del lado del hombre del revólver, a pesar de que la realidad de una crisis generacional, económica, política y social clama por un cambio y una adaptación a las nuevas necesidades que expresan las protestas en las calles del país. Aún es más lamentable en aquellos que con su voz pudieran evitar que quienes cavan terminen siendo sus propios muertos de verdad, después que el Presidente en un acto de irresponsabilidad, torpeza política, estupidez e ignorancia supinas, alentara a los que están al lado del hombre del revólver a disparar contra los que llevan años cavando. He tenido por principio no mencionar a aquellos en los que pienso cuando veo a quienes haciendo lujo de su indignidad siguen balando y aplauden inmerecidamente al hombre del revolver en tiempos en los que cambiar de lugar ya no es una temeridad, sino un acto de dignidad individual y para con sus familias. Cambiar de lugar no necesariamente es cambiar de idea, pero sí de compromiso, hay quienes siguen creyendo en la Revolución y se posicionan en contra de la política del Gobierno, y también vemos quienes se marchan del país y continuan defendiéndola, aún cuando la acción del Gobierno es injustificada moralmente y mienten para fundamentarla, reactivando la orden de que los “revolucionarios” enfrenten a sus compatriotas que protestan y tomen la calle en defensa de una Revolución, que ya destruyeron y de la cual acabarán por borrar aquello que podía haber sido recordado cuando asaltaron el poder.

El papel que algunos han adoptado de interpretes del hombre del revólver que justifica su crimen de Estado en nombre de la patria ideológica, es tan lamentable como el de aquellos que después de haber estado en el mismo lado de complicidad hoy hacen listas de linchamiento, adoptando el papel que hubieran tenido de no hallarse fuera de Cuba. Es el mismo mecanismo aprendido e incrustado como las palabras de una biblia en un seminarista que se prepara para cumplir misiones de su Iglesia a otras tierras. Nadie tiene la autoridad moral ni política ni intelectual para condenar y querer castigar a los otros porque no hagan lo que debieran y ellos fueron incapaces de hacer, y así como nos perdonamos a nosotros mismos comprendiendo lo que fuimos, deberíamos hacerlo con los demás no sólo en un acto de entendimiento humano, sino también de la situación política y de su mismicidad estratégica para propiciar un encuentro en lo que nos une, en contra de la idea de división y enfrentamiento implantada por el Gobierno entre cubanos que piensan diferente, a veces queriendo iguales objetivos. No se trata de lo que los demás “tienen” que hacer según la crisis, sino lo que “debieran” y “podrían” en una coyuntura a la que le sirven muy poco los mismos conceptos, fundamentaciones y justificaciones de los errores políticos que han conducido al peor desastre desde el siglo pasado y a la involución cultural, social, económica y política de la nación.

Si bien es cierto que es difícil sustraerse y enajenarse de una situación de crisis que nos toca a todos de una u otra manera, también es cierto que quienes lo hagan están en su derecho de ejercer su responsabilidad moral y la libertad de elegir, pero la responsabilidad moral no puede ser juzgada si no es por criterios de ese tipo. El bueno, el feo y el malo conviven en la posibilidad de una nación plural y el lugar de cada cual es un problema de cada uno, si no queremos ejercer el mismo papel que negamos al lado del hombre del revólver. Que cada cual cargue con su cruz, su revólver o su pala y decida dónde ponerse.