
La revista cultural Rialta acaba de publicar “Polémica sobre el Congreso Nacional de Educación y Cultura (1971) y otros “bandazos” de la Revolución (1993-1994)”, una controversia que había pasado inadvertida a lo largo de más de 30 años. Véase, “Expedientes” de 4 de marzo de este año: (https://rialta.org/expediente-polemica-sobre-el-congreso-nacional-de-educacion-y-cultura-1971/.) Como se explica en la presentación fue una polémica revelada en tres publicaciones de La Gaceta de Cuba de la UNEAC, entre 1993 y 1994. Lo que no puede saberse sin estas puntadas es el origen y la circunstancia que dan lugar a ese contrapunteo y el modo poco heterodoxo en que se da por finalizado.
Por una parte, se trataba de una entrevista de Wilfredo Cancio Isla al presidente del ICAIC, Alfredo Guevara, y por la otra mi contestación a los argumentos de éste con la contrarréplica a mi artículo del periodista Pedro de la Hoz en el mismo número, junto a mi texto. Cualquier novicio que leyera ambos artículos podría creer que León y Pedro eran alter egos de una misma persona que platónicamente resolvían un dilema en los Jardines de Academo fuera de los muros, pero nada más ajeno que cualquier heterónimo, afinidad, familiaridad, complicidad del que fuera amanuense del dictado institucional de la isla amurallada.
En un país que acusa una desmemoria tan crítica sobre su pasado, que Rialta devele este hecho suma un grano de arena al trabajo que otros también hacen contra el olvido. Si bien la construcción de la verdadera historia de Cuba, manipulada y cercenada con la finalidad de crear una patria ideológica afín a los intereses del poder, será una labor casi imposible por la falta de evidencia testimonial, la pésima conservación del material documental y la teleología en la que ha sido construida la identidad de las nuevas generaciones.
En este sentido he pensado dar estas puntadas sobre lo publicado que ayuden a estimular ese trabajo de destrucción de la desmemoria que ocupaba gran parte de mis conversaciones con Carlitos Espinosa, a quien me gustaría rendir tributo, recordándolo por habernos dejado una serie de hitos, lamentablemente de una labor interrumpida en su muerte, con los cuales ayudará a leer de otro modo la historia de la cultura republicana, fundamental para la construcción de un futuro imaginario más sano.
Primero, se hace necesario corregir que Abel Prieto no era todavía ministro, cargo que empezó a desempeñar por sustitución de Armando Hart en 1997, quien fue miembro del Buró Político del Partido hasta ese año. Entonces, cuando se produjo el incidente que da lugar a la polémica, Abel estaba al frente de la Comisión preparatoria del V Congreso de la UNEAC donde fue elegido presidente en noviembre de 1993. Alfredo Guevara era presidente del ICAIC adonde había vuelto. Y La Nueva Gaceta era el nombre que tenía La Gaceta cuando pasé a dirigirla, antes de que le devolviéramos el nombre con que fue fundada, La Gaceta de Cuba, de la que fui nominalmente Jefe de Redacción porque decidimos respetar simbólicamente la memoria de su director-fundador, Nicolás Guillén. La Gaceta había pasado, al igual que la UNEAC, por un largo periodo de degradación a la sombra de una cuadrilla que cortejaba a Guillén ya viejo.
En segundo lugar, la publicación de mi texto no se debió, como podría interpretarse, a una iniciativa de la revista que habría cedido a hacer pública mi discrepancia con Abel y contra Guevara por su explicación a la represión de escritores y artistas víctimas del dogma que se impuso en política, justificada como ahora por la defensa de la soberanía del país. Fue una idea del propio Abel para acabar nuestra discusión sobre la responsabilidad de la UNEAC por encubrir los criterios de Guevara publicados en La Gaceta eximiendo la incumbencia institucional en la represión a sus propios miembros, sin contar conque yo iba a aceptar el reto de enfrentarme a uno de los intocables de la Revolución.
Y tercero, en los momentos en que escribí ese artículo contra las opiniones de Guevara yo no desempeñaba ninguna responsabilidad. Había renunciado a dirigir La Gaceta por sugerencia del propio ministro Hart, quien me ofreció transformar su Consejo Técnico Asesor y la forma de trabajar este para facilitar la aplicación de su política de reformas en el área de la cultura, ya que, según me dijo, con Abel en la UNEAC yo no podría continuar con mi idea de democratizar La Gaceta y abrirla al debate. Después renuncié a trabajar con Hart al ser avisado por él mismo de que ya no podíamos hacer nada de lo que pensamos porque Fidel había decidido no ceder y convertir el IV Congreso del PCC en una trinchera. Y finalmente abandoné toda relación institucional al terminar el encargo final que me dio Hart sobre un programa relacionado con José Martí en el Centro de Estudios Martianos.
Es así que cuando escribo “Las revoluciones no son paseos” no desempeñaba ninguna función ni representación institucional y esperaba la publicación de un libro ilustrado por Fabelo, Cuerpo divinamente humano que, según Juanito, el Jefe de Producción de la UNEAC y Secretario del Partido, desaparecía misteriosamente de su mesa, hasta que renuncié a publicarlo en Cuba. Más tarde, en 1999, apareció en Betania gracias a su editor Felipe Lázaro. Entretanto, de viaje en viaje fuera de la isla, preparaba la antología poética La poesía de las dos orillas. Cuba 1959-1993. (Libertarias/Prodhufi, 1994. Madrid.).
Como se puede ver, entre la fecha de publicación de la entrevista que da lugar a mi polémica verbal en la reunión de escritores y la fecha de publicación de esas ideas que La Gaceta acompañó con la réplica, transcurrió medio año. No porque yo hubiera demorado en escribir mi crítica a Guevara, sino porque según pude saber mi texto pasaba de mesa en mesa y de despacho en despacho en busca de una aprobación, que finalmente fue acompañada por la correspondiente corrección de la voz del amo interpretada por otro De la hoz.
La aparición de la crítica a Guevara con la ventriloquia institucional anexada, fue la peor de las soluciones de la revista y de la presidencia de la UNEAC, ya que no sólo se ponían en evidencia al ceder a favor de los errores de la política cultural que se denunciaron en la reunión donde se origina el debate contra las opiniones de Guevara, sino que además desconocen a las víctimas de la política implantada contra el movimiento literario y artístico a partir de 1971. La aprobación que se hizo en otros despachos, fuera de la UNEAC, de la publicación de la crítica contra Guevara, fue un descuido político que reflejaba la incapacidad de la dirección política de poder trabajar con las dos manos. Quizás en otro país y otra sociedad artística literaria aquello hubiera bastado para desacreditar la competencia de la presidencia que daba sus primeros pasos con esta incoherencia.
El incidente donde se originó la polémica que dio lugar a mi artículo y su contestación tuvo lugar en los jardines de la UNEAC, durante una asamblea de los escritores con vistas al Congreso donde se habría de elegir a la nueva presidencia. En dicha reunión con los escritores, el candidato Abel trataba de superar el escollo de tener que cumplir la misión oficial de su controvertida candidatura sin ningún crédito literario, si bien contaba con el apoyo del poder y su talento para reproducir de su chistera un enorme legado de cuentos populares clasificados temáticamente. Sin ninguna duda, su fidelidad y el talento para contar chistes pueden explicar el acceso vertiginoso hasta el mismo seno del poder. Era un tipo que caía bien incluso cuando no estabas de acuerdo con él.
Esto hay que decirlo para tratar de explicar el camino que tomó aquella reunión, que pudo acabar felizmente en un chiste cuando le expuse la paradoja de que la UNEAC fuera a un Congreso del cual se esperaban cambios acordes con la necesidad de diferenciación del pasado y contextualización de la política, pero que sin embargo publicara y dejara sin contestación las opiniones de Guevara en el mismísimo órgano de la institución. Por tanto, según mi opinión la UNEAC tendría que responder con una nota teniendo en cuenta que el movimiento artístico literario y personas muy concretas habían sufrido la represión ideológica, política, estética y de género. De lo contrario se podía inferir que la UNEAC una vez se hacía cómplice de aquella política de exclusión y represión.
El futuro presidente quiso tirarlo a broma restando la importancia que tenía aquel hecho desde ese punto de vista y tuvimos un intercambio de opiniones, evasivas por su parte, que remató retándome a contestar a Guevara, “si tienes los pantalones bien puestos”, eso dijo, suponiendo que la autoridad del mismo bastaría como disuasivo. Yo le respondí que lo haría y también, en alusión al valor y la virilidad, le dije que si a los dos nos vieran en una cama desnudos todo el mundo sabría quién era quien. Durante aquel intercambio de razones contra Guevara y excusas de Abel, el único escritor que intervino para apoyarme fue Desiderio Navarro, el resto, entre los cuales se hallaban algunos amigos de la generación del 50 que habían sufrido la represión política del Caso Padilla, callaron y tragaron una vez más ajustándose a la medida del discurso oficialista con el que la nueva dirección pretendía limpiar los errores de la política.
Aquel enfrentamiento con Abel no había sido el primero. Ya lo habíamos tenido públicamente en el Centro Alejo Carpentier cuando en los 80 los jóvenes escritores, sobre todo los poetas, comenzaron a tener problemas con la doctrina creativa del qué y el cómo vigente desde el pronunciamiento de “Palabras a los intelectuales”, defendida por una parte de la llamada Generación del 50, los “caimanes” viejos y nuevos, y casi toda la nomenklatura política y cultural. Entonces Hart había organizado una serie de reuniones públicas y privadas para conocer de primera mano la situación, según los testimonios de los propios jóvenes, y no a través de los artículos y acusaciones que se hacían contra la actitud crítica que formal y temáticamente los jóvenes asumían en la literatura, las artes plásticas, el teatro y la vida social en general dotando a la creación de una eticidad.
El más significativo de los desencuentros con Abel Prieto se produjo en el que fuera el despacho de Nicolás Guillén, cuando todavía no había ocupado la mesa y la silla del poeta, que Lisandro Otero y Carlos Martí prefirieron no usar cuando les fue dado el encargo de limpiar y actualizar la UNEAC. Fue un día en el que allí nos encontrábamos Hart, Martí, Abel y yo en una conversación que giraba en torno de las reformas de Mijaíl Gorbachov conocidas como glásnost y perestroika. Mientras Abel mostraba sus reservas, miedos y críticas apoyándose en la tesis conservadora de rechazo a los cambios por la utilización de estos por el enemigo, Hart mostraba un entusiasmo razonado y exponía la necesidad de ampliar los espacios de libertad y tolerancia poniendo lo que el llamaba como táctica política “picas en Flandes” contra el conservadurismo. Sin embargo, como si hubiera recuperado conciencia del flanco que dejaba expuesto, Hart cortó la conversación y dijo de repente: “Sin embargo yo me equivocó con Fidel”.
Como apunta Rialta, tanto la discusión como los textos del incidente, las opiniones de Guevara, mi respuesta y la réplica, se inscriben en un contexto complejo de cambios dentro del movimiento artístico literario en particular y de la política internacional con las transformaciones que se producían en el campo socialista y la nueva correlación de fuerzas. El periodo que va desde la década de los 80 hasta la llegada de Raúl Castro al poder son de una enorme complejidad política que apenas ha sido estudiado, entonces se cerraba un ciclo en el que concurría la crisis del sistema con una crisis de identidad y credibilidad en una nueva generación que no pudo acceder al poder, deslizándose un continuismo “tancrediano” que un día los cubanos del futuro quizás llamen “raulismo”. En el prólogo a la primera edición de la antología de la dos orillas ya abordaba una caracterización de este periodo, que más tarde fue ampliada en su segunda edición: La poesía de las dos orillas. Cuba 1959-1993. (Libertarias/Produhfi, 1994. Madrid.) y La poesía de las dos orillas. Cuba 1959-1993 (Betania, 2018. Madrid). También en el prólogo a la segunda edición de Poesía cubana: la isla entera, de Felipe Lázaro y Bladimir Zamora (Betania, 2025).
Gracias a Rialta por revelar esta polémica que me ha permitido darle unas breves puntadas a la memoria desde mi lugar en ella, ese horizonte trasero que, según Gadamer, nos ayuda entender el presente entre todos.
A continuación reproducimos en este espacio todo el material publicado por Rialta, que incluye la presentación del dossier, la entrevista, mi respuesta y la réplica. Se puede acceder a todos los documentos desde los números que aparecen al final de cada uno.
