miedo en el cuerpo

Lucas, foto de León de la Hoz

A propósito del intento de censura de Celine en Francia y del escándalo que se reedita con la muerte de Marie Schneider por su escena del famoso coito de la mantequilla, me pregunto una vez más en qué mundo estamos y cuál será la salud mental de mi hijo dentro de unos años, nadando entre tanta bobada y moralina que actualiza lo más progre asemejándose a su antípoda. Es verdad que uno no sabe a veces cuándo y cómo hace daño a sus hijos y tampoco si los hace felices. Es un dilema al cual los padres estamos enfrentados a diario y que nos llena de dudas, a pesar de la enorme literatura escrita y hablada que hay sobre el asunto. Evidentemente todos tenemos nuestro librito que tiene que ver con nuestra cultura, la experiencia, el nivel educacional, la sensibilidad, la ideología y otros muchos factores como la familia que tuvimos y los ruidos de opinión.

Sin embargo, a veces valdría con aplicar el sentido común a este dilema para responderlo a favor de los hijos. A mi entender siempre en esa dirección. Una de las cosas que más me llaman la atención como padre es el angustioso sonsonete sobre la influencia perniciosa de los contenidos en los dibujos animados, las películas y los juegos a su alcance. Forma parte del miedo en el cuerpo que se nos mete en todo. Todo nuestro universo vital está lleno de peligros. Los propios políticos que tienen poder o influencia para que sea de otro modo, se quejan o aconsejan mediante sus intelectuales integrados y en ocasiones adoptan medidas coercitivas en vez de educativas. Ya que una educación a los padres que atempere tanta idiotez tal vez sea la piedra angular de la educación de los hijos. Los mismos que adoctrinan fueron los que en el proceso liberalizador que tuvo eclosión en la postcontracultura del idealismo de los 60 abandonaron sus responsabilidades paternales por las sociales o fueron víctimas de la competitividad extrema, la época del boom de la utopía y la meritocracia que hoy es más fuerte que nunca.

Hay una gigantesca bibliografía sobre el daño que ejercen algunos contenidos. Recuerdo aquel autor, tristemente célebre, que se puso de moda en Latinoamérica por su estudio sobre la transposición de los peores valores del american system a los dibujos animados de Disney y otras compañías, fundamentando la censura que luego se impondría en Cuba a éstos, a cambio de los dibujos rusos y de palo. Hoy día son otros los que nos asustan con argumentos parecidos, aunque no hay absolutamente nada comprobado sobre tales teorías de miedo, si no hay de base una patología o un contexto específico de abuso de esos contenidos y de fallos en las relaciones y valores del niño con sus modelos.

La violencia, el desnudo o la relación discriminatoria de un sexo sobre otro ‑-o machismo actual, ya que también existió la esclavitud masculina–, por ejemplo, como otros contenidos son congénitos e inherentes al ser humano y su historia o tiene orígenes contextuales que en muchas ocasiones se han vaciado de significado. Desde el dolor que tiene que haber causado en Adán el parto de Eva por una costilla o su relación discriminatoria a nuestros ojos actuales y del asesinato de Caín hasta la lucha de los primeros seres humanos por su supervivencia que ha continuado a lo largo del tiempo. La historia de la cultura y la de los hechos se ocupa por sí sola de mostrar esos contenidos que han sobrevivido, ya sean de violencia social y entre individuos, sexo u otros. Posiblemente tendríamos que borrar gran parte de la historia de la pintura si nos atenemos a esos juicios, recuerdo el Saturno de Rubens, el lienzo más violento, terrible y cruel que se ha pintado.

No son los contenidos los que hacen peligrar los pilares de una sociedad que a toda costa y a la fuerza se feminiza, yendo al otro extremo, sino el abandono de las responsabilidades familiares y paternales en particular, que ha llevado a una pérdida del equilibrio que siempre representaron la familia y la autoridad de los valores de la cultura frente a posibles factores desestabilizadores. No son los contenidos ya sean en los medios o juegos los que pueden perjudicar la educación de los hijos, sino la falta de otra referencia y otras alternativas en la familia mayoritariamente ausentes a causa de un sistema que condiciona nuestra presencia privilegiada en la educación de los hijos y la actitud ejemplarizante más activa, ofreciéndole a los niños contenidos alternativos y actividades diferentes para no dejarlos crecer a expensas de la estupidez. Los primeros que debiéramos ser educados otra vez somos los padres. En el equilibrio radica la sabiduría, dijo otro.