Hoy leo en la nueva sección de El País dedicada a la política una de esas erratas que producen relaciones subliminales hilarantes con otras erratas que han pasado a la historia, aunque ésta sea sólo histórica porque se da en el contexto de la polémica desatada por las “erratas” del Diccionario Biográfico elaborado por la Real Academia de la Historia de España. La más conocida es la relacionada con Franco: donde debió decir dictador dice autoritario. Como decía Neruda, hay erratas y erratones, esta es una erratona histórica.
La de El País es graciosa, al revés de la cometida por la Academia. Doy por hecho que donde debió decir enaltecer se ha escrito enardecer. Sobre enardecer la RAE, la otra Academia, dice que es excitar o avivar una pasión del ánimo, una pugna, una disputa. Y también si se habla de una parte del cuerpo de un animal al encenderse o requemarse por congestión o inflamación. En las novelas románticas, neorrománticas y pornográficas, cuando se quería decir que cualesquiera de los géneros estaba en un momento de excitación límite, con la erección en el caso del masculino, se escribía que el personaje estaba enardecido. No creo que el PCE quiera decir esto del dictador muerto. Lo único claro que yo veo en este proceso al que se somete a la Academia de la Historia de España es que, en efecto, la historia la sufren unos y la escriben otros. Y que la historia de cualquier modo cuando ha sido traumática nos alcanza, nos abrasa y nos enardece.
Hablando de erratas, yo recuerdo una tremenda cometida en un libro escrito por José Luciano Franco sobre el General Antonio Maceo, uno de los próceres emblemáticos de la historia de Cuba. Franco, el otro que nada tiene que ver con el que se disputan en España, escribió en la hora de la muerte de Maceo al caer del caballo y cuando tratan de rescatarlo: y entre los cuatro lo cargaron. Pero quiso el traspiés de una letra que saliera escrito en el libro: y entre los cuatro lo cagaron. Terrible errata.
Todos cometemos errores y erratas. Sin embargo cada vez son más y pululan como verdaderas ratas en los textos que uno lee, desde que los jóvenes han olvidado que leer y escribir correctamente es el mejor ejercicio para el pensamiento. Tal como se escribe se piensa. Así estamos. Sálvanos, Dios.