
El poeta David Lago en la Cuesta de Moyano, Madrid, la última vez que nos vimos. Foto de León de la Hoz
Acaba de morir el poeta David Lago, a quien le pegaron duro y con un palo como a César Vallejo. Le pegaron en Cuba y fuera también porque el exilio para algunos no es menos cruel que la isla, sólo distinto. Luchaba contra varios Goliat y perdió con el de la muerte. Me llamó Lalo para darme la triste noticia. Murió de poesía donde otros mueren a lo sumo de poemas. Es uno de esos poetas que seguramente estará en la memoria de los lectores futuros de la isla que aún no lo conoce. Cuando esa isla, enferma, deje de estar en el pasado para vivir el futuro, entonces se restaurará todo lo que ha negado y olvidado, lo malo y lo bueno de donde emergerá la poesía de David, dolorosa, atrevida, lenguaraz, ansiosa, desmedida, profunda y transparente como el agua de un pozo.
Hoy estuve caminando la ciudad y todo seguía igual sin David, las cosas de ayer eran las mismas que hoy. Él sabía que sería así, no esperaba nada y por eso se iba dejando en cada poema. La última vez que nos vimos fue en la Cuesta de Moyano durante una jornada de poesía latinoamericana alternativa organizada por Chago. Allí me dedicó otra vez su formidable libro La resaca del absurdo (Betania, 1998) a cambio de no regalarme el último. Se dejó hacer muchas fotos. En la dedicatoria que no había leído hasta ahora porque no acostumbro a hacerlas, ni a leerlas, dice: Para León de la Hoz, majo, con esta resaca y este adsurdo me voy del otro lado. Un abrazo, David. Quedamos en vernos a los pocos días y eso no se ha producido todavía. Ha empezado a caer sobre Madrid la primera lluvia del otoño, es irónica y mordaz, un poco difícil como David. Tal vez sea su alma.
En el segundo número de Otrolunes Ladislao Aguado y yo le hicimos un pequeño y peculiar homenaje que aquí se puede consultar. En paz pueda descansar al fin.
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