A veces hay situaciones que requieren la ayuda del corazón para resolverlas, aunque es la inteligencia en la mayoría de los casos la que nos da lo necesario para analizar y encontrar soluciones. Eso digo yo que jamás pongo mi corazón al servicio de los problemas ya que por eso la naturaleza me dio un cerebro. Sin embargo es necesario en los conflictos con las personas que se quieren y, en general, en situaciones de otro tipo determinadas por el factor humano y social. Si se pusiera un poco de inteligencia, prudencia y, además, sensibilidad humana a los asuntos de cualquier tipo, incluso los más graves, seguramente las cosas podrían ser diferentes de lo que son. Conciencia y corazón, como decía Bola de Nieve.
Uno de esos asuntos pendientes de más cerebro y corazón, diría Guillén, que me tocan muy cerca es el cubano. La semana pasada en Miami tropecé casualmente con una persona, que de golpe me hizo confirmar una vez más que Cuba no podrá liberarse de la guerra contra ella misma de más de cincuenta años de dictadura si no es con el apoyo de esos dos órganos. Actualmente Miami es un puente donde uno podría encontrarse hasta a Fidel Castro. Y la familia cubana es esa parte del cuerpo social cubano que late con mejor salud, pero el cerebro falta en todas partes. Eso sí, sobran genitales. La familia en su expresión de consanguinidad y valores que nos identifican como parte de una cultura y un concepto más amplio. Esta siendo una guerra muy larga en la cual la sangre ha sido lo de menos, comparada con el dolor y los millones de víctimas dentro y fuera ocasionados por el odio, la intolerancia, la segregación y el destierro. Todos somos hijos de lo mismo, aunque unos sean más hijos de puta que otros. Eso es común a todas las familias.
Nuestra guerra tiene menos muertos, combates y obuses que cualquier conflicto armado, sin embargo no ha tenido menos víctimas, arrastrados como carne de cañón de grupos extremistas y excluyentes tanto de un bando como de otro. La sangría de la isla no tiene límites. Es la mejor manera que el Gobierno tiene de combatir su impotencia. La nómina de quienes huyen del centro de esa guerra cada vez es mayor aunque no llene la primera plana de los periódicos. Ya no sólo son perseguidos, enemigos y excluidos de los favores del poder, también quienes sin penurias, ni antagonismo con el régimen, sienten que los Castro han llegado demasiado lejos. El juicio moral empieza a hacerse espacio entre los adeptos y ese sí es el principio del fin. A estas alturas ya los hermanos no tienen ni inteligencia ni corazón para comprender que la huida hacia delante no conduce a nada. Tal vez a alargar la agonía de la isla.