Acaba de producirse la primera forma ética de rebelión en España desde que surgió la crisis y con ella las protestas ciudadanas. Se trata de la negativa de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, o sea, los llamados médicos de familia, que no quieren acatar una orden ministerial que les obliga a dejar sin atención a los inmigrantes sin papeles. Se trata de una nueva resurrección de Hipócrates. Mientras que las protestas y reivindicaciones conocidas hasta ahora tienen un engañoso peso político, económico y social, a nivel general o sectorial, esta toca el mismo corazón de la política de reformas que ha deshumanizado la labor de los políticos al frente de la gestión de gobierno. Toda protesta lleva más o menos explícito un mensaje ético, sin embargo este ha estado disperso o en el trasiego de reclamos de mayor o menor legitimidad. No puede haber política sin ética ni moral y menos ética y moral ajenas a la vida de las personas, como reflejan los orígenes de la crisis.
Los médicos de familia son la columna vertebral del sistema público de sanidad en el país y uno de los sectores peor considerados por las políticas sobre todo de derechas, incluso por gente del propio gremio. La numerosa población en activo con que cuentan, su cercanía con los ciudadanos, la idiosincrasia de la profesión tan cerca de la antropología como de la clínica, así como la crisis que enfrentan desde hace algunos años, acentuada hoy día por los recortes, hace que la disensión abierta de estos profesionales adquiera un matiz especialmente político. La beligerancia ética es una de las formas de lucha política más fáciles de defender y más duras de combatir. Por ahora el gobierno se ha quedado descolocado en sus respuestas y se muestra incoherente, no es para menos, esta fuerza potencial ha rebasado su propia limitación gremial situando la reivindicación en un terreno inédito hasta ahora, perfectamente compartible.
No obstante la principal dificultad a la protesta de los médicos es la naturaleza particular de la misma, esa es precisamente una de las bazas del gobierno para hacer efectiva la medida. Los inmigrantes sin papeles son las personas que peor consideración pueden tener socialmente, son los parias del mundo, los miserables que van dejando de ser humanos en la medida en que son sometidos a la negación de sus identidades. Son quienes menos importan y los que menos solidaridad y apoyo pueden tener en las redes de supervivencia con que se protege la sociedad de las políticas agresivas. Para que se tenga una idea de la falsedad de los argumentos del gobierno para retirarles la atención sanitaria gratuita, en el año 2010 con motivo del 16º Congreso Wonca Europa celebrado en Málaga, se publicó el resultado de muestreo de una investigación que probaba que los inmigrantes acudían a los centro de salud la mitad de veces que los españoles. A pesar de ello en salud hoy, como hace unos años en empleo, los inmigrantes no dejan de ser uno de los chivos expiatorios de los recortes del estado de bienestar apoyados por una parte de la población que demoniza su presencia en el país.
La actitud de los médicos de familia tiene un valor más que simbólico en las actuales condiciones al ponerse de parte de estas personas, basando su posición en un principio ético sobre el cual se sostiene su vocación. No sería la primera vez que un gremio lidera protestas que rebasan su ámbito, pendientes de que la calidad de las mismas no sólo se deba a la efectividad en lograr sus fines, sino también de la capacidad para sensibilizar e involucrar otros grupos sociales y gremiales. Lamentablemente, hasta hoy los médicos de familia aún no han sabido explotar el capital humano y social con que cuentan, aunque son quienes han llevado la voz en las denuncias al desmontaje que los gobiernos de derecha nacionales y locales han comenzado a hacer de la sanidad pública. Sin capacidad de movilización y sin las alianzas políticas que se comprometieran en un asunto vital para la ciudadanía, han interpretado la oposición a la desmantelación del sistema público como un problema que atañe a todos aunque para enfrentarlo han buscado fórmulas gremiales y endogámicas, mientras la sociedad asistía como invitada de piedra.
La orden del gobierno de que no se atienda a los inmigrantes sin papeles se une a una larga lista de medidas que con la excusa de salvar al país sacrifican de diferentes maneras la vida miles de personas. La protesta que mantiene abierta su convocatoria de adhesión ha sido secundada hasta hoy por más de 1,300 médicos y la ONG Médicos del Mundo ha publicado en vídeo de abjuración ética simulada para promover la objeción de los médicos, una parodia hipocrática de indudable valor mediático. Es la primera protesta con un carácter ético, humanista y una indudable dosis de sacrificio por parte de los médicos que la apoyan. Cuando protestas como esta tengan una convocatoria más amplia y un apoyo más contundente de la sociedad podremos empezar a decir que puede haber empezado la cuenta atrás de la rebelión ética que necesita este mundo donde unas veces actuamos como cómplices y otras como víctimas. Posiblemente también nos haga falta una resurrección de Hipócrates para salvarnos. Lo que está en juego es la salud y la calidad de vida de las personas y también de la sociedad.