El vocablo escrachar tiene un origen incierto en Argentina y Uruguay y significa en la primera acepción de la RAE romper, destruir, aplastar; en la segunda fotografiar a una persona. Tal vez la palabra escachar que denota algo similar venga de esos predios. En Cuba escachar se usa cuando algo funciona mal. El escrache, esa nueva forma de protestar importada de países suramericanos, comienza a tomar cuerpo en España y ha alcanzado la discusión en los medios. Para quien no lo sepa, consiste en desplazar la protesta hasta los lugares donde habitualmente los políticos hacen vida privada o pública, inherente a su responsabilidad o no. Los protagonistas del escrache son dos, los afectados por las protestas y los afectados por los políticos blanco de las mismas. Los afectados por las protestas son representantes del poder político, emplazado a tomar decisiones que enmienden injusticias de las que son cómplices por activo o pasivo. Los que hacen el escrache son parte del movimiento ciudadano que se ha puesto en pie contra el alud de medidas represivas de todo tipo que afectan la paz social, unas más evidentes y dolorosas que otras.
A mi modo de ver el problema no está en la legitimidad de las protestas de este tipo, ni siquiera en la manera en que se hacen. En esos términos los puntos de vista suelen ser tan variados como díscolos, generalmente condicionados por la identificación que se tenga con una de las partes, ya sea ideológica, social o emocional. Las interpretaciones de los límites de la protesta y los derechos legales, morales y de todo tipo conllevan un análisis que sólo conduce a justificar las protestas o a criminalizarlas. Lo que deberíamos poner en la discusión es si es correcto permitir que se invada la privacidad personal que es parte de la dignidad y la integridad de cualquier persona y, en todo caso, si dicha protesta es eficaz o un escache. Si se viola este principio quien lo viola se expone a deslegitimar su dignidad propia y el objetivo que se proponga no importa cual fuere. La dignidad individual es un valor irrenunciable de las democracias, no así de otros regímenes políticos. Todo cuanto ha ganado el género humano para proteger al individuo no puede desconocerse. Incluso hay muchas maneras de presionar a un político sin que éste tenga que sufrir la invasión del único espacio donde uno se siente a salvo. Más imaginación, por favor.
De distintas maneras y con objetivos diferentes protestas de acoso a las personas se han visto a lo largo de la historia, unas veces porque se pensaba diferente y otras porque se exigían responsabilidades a los regentes políticos. América Latina, el lugar de donde se extrae la experiencia, no es precisamente un lugar con buenas experiencias al respecto ni en consideración a la integridad del individuo. En España hay una historia de odio civil con un caldo de cultivo para estas efusiones en un momento de antagonismos. Yo he tenido a un hombre clamándome ayuda porque una horda lo acorralaba con gritos y amenazas, en nombre de unos derechos y deberes políticos que reivindicaban contra un enemigo que no era aquel pobre hombre tembloroso. En Cuba se llaman actos de repudio y todavía se comenten contra las personas que piensan diferente, aunque muy pocas posibilidades tengan de expresar lo que piensan. Veo las paredes empapeladas de algún acosado y recuerdo los huevos y los tomates en la fachada de algunas casas en La Habana.
No se trata de deslegitimar las protestas y el derecho a defender con las mismas la dignidad de quienes son víctimas de políticas que llevan a cabo los gobernantes, sino de que esa defensa no debiera conllevar la violación de la dignidad de los otros. No podemos esgrimir como argumento que es un derecho la defensa propia como en las sociedades primitivas. El escrache es una manera planificada de tomar la justicia por nuestra mano, es verdad que frente al abuso de los poderes y con el consentimiento de las instituciones democráticas, pero sería un error creer que todo está perdido y no queda otra alternativa que sacrificar aquellos valores que el mal funcionamiento del sistema a puesto en entredicho. Las instituciones en algunos aspectos funcionan mal y son aún la referencia de un sistema que hace tiempo pide a gritos una reforma profunda a la que los políticos se han negado. Pero cuando veo que la gente alegremente se dispone a llevar su rabia a la puerta de la casa de un político, aunque sea culpable, pienso que no sólo deben cambiar las políticas y los políticos, sino toda la sociedad, la misma que los elige. El secreto no siempre está en la masa.