¿Venezuela debería ser intervenida militarmente? Seguramente debería para acabar de una vez con la situación de su pueblo, pero no sería lo mejor ni para el presente ni para el futuro de ese país. Aunque en la actualidad existe tecnología militar que permitiría una “operación quirúrgica” con un alto por ciento de probabilidades de sacar el tumor que dejó el presidente Chávez, un tumor maduro, los efectos colaterales en pérdidas de vidas humanas y retroceso político lo desaconsejan. Si yo tuviera que asesorar al presidente de los Estados Unidos, cosa difícil según parece para quienes han estado cerca, le aconsejaría no hacerlo y activar otras alternativas como la que actualmente se está llevando a cabo con la cabeza de playa que constituye el Presidente “interino” Juan Guaidó. No se trata de que sea legal, legítimo o necesario, sino que la propia historia del intervencionismo militar estadounidense y los efectos en la memoria social y política de la región han sido nefastos para las relaciones con Estados Unidos y alimentaron una argumentación emotiva e ideológica que ha sido usada por la peor izquierda para justificar medios violentos. Extirpar un cáncer podría producir la peor de las metástasis en momentos en que los Estados Unidos han perdido influencia en el mundo, y cuando las políticas de los últimos presidentes con Latinoamérica habían logrado unas relaciones interamericanas más cordiales, incluso con la importante presencia de gobernantes populistas de izquierda. Ojalá el interés de recuperar relevancia no sea el motivo que prime en el gobierno del presidente Trump para cometer el error de intervenir militarmente.
La intervención debe ser, aunque de otro tipo. Sí creo que la comunidad internacional debe intervenir de manera concertada en Venezuela, pero debe ser pacífica, fortaleciendo a la oposición y quitándole argumentos a esa otra parte de los venezolanos que vieron en Chávez un salvador con testosterona. Sería un crimen abandonar a Venezuela a su suerte como lo ha hecho la comunidad internacional con otros países que la han necesitado. Lo único que no puede hacer la comunidad internacional mediante los distintos foros es dejar de intervenir de forma humanitaria y política fortaleciendo a la oposición, desenmascarando la actitud y la política del presidente Maduro, incluyendo la intervención extranjera a cargo del Gobierno cubano, disfrazado en posiciones estratégicas militares y de decisión política. Además, suministrar los alimentos y las medicinas a las personas con mayor desamparo y que esa ayuda humanitaria lleve las banderas de los países aunque vayan de la mano de organizaciones solidarias. El pueblo venezolano, y sobre todo aquella parte históricamente más desfavorecida, tiene que saber que tiene amigos en vez de enemigos, como hace creer la verborrea inmadura de su presidente, y que el nacionalismo no es incompatible con la libertad, la democracia y los contrarios políticos de dentro y fuera del país. La mejor manera de devolver a los venezolanos a un estadio de recuperación democrática y económica es quitándole los argumentos políticos del pajarito Fidel, que seguramente también le habla al oído a Maduro como lo hiciera el pajarito Chávez.
Para ver mejor lo que sucede en Venezuela y estar prevenidos de las consecuencias de una intervención militar, no es ocioso mirar hacia el espejo de Cuba, podríamos decir, parodiando los versos de Lola Rodríguez de Tío (Puerto Rico, 1843 – Cuba, 1924), Cuba y Venezuela son de un pájaro las dos alas. Si no deseamos ver en Venezuela algo parecido a una nueva Cuba, sería conveniente contemplar la errática política estadounidense que condujo a la radicalización del nacionalismo cubano pertrechado ideológicamente por la Revolución. Es cierto que son otros tiempos, pero por esa misma razón no deberíamos dejar la política en manos de quienes estilísticamente prefieren “matar y salar”, lamentablemente la política estadounidense pasa por sus peores momentos desde la guerra de Vietnam y Venezuela se ha convertido en un exportador de petroideología cubana, también en sus peores momentos sin la connivencia de los pactos en la región que la hicieron fuerte en vida de Chávez y Fidel. La relación entre Cuba y Venezuela es un elemento fundamental para comprender el problema y encontrar una solución. El Gobierno cubano es un actor-autor que no es secundario, aunque no le veamos moverse libremente por el escenario. Las estructuras de fuerza que sostiene al Gobierno venezolano no son ajenas a la concepción de defensa y sostén del mismo. Al margen de esa actuación, la reciente intervención pública de Maduro en la que aludía a la preparación de milicias armadas para una “guerra de todo el pueblo” es un desliz verbal que no puede pasar inadvertido.
Una intervención militar en Venezuela no solo podría acabar en un baño de sangre, a pesar de la negación que hace Guaidó de la misma contando conque gran parte del pueblo está con él, suposición que carece de evidencia comprobada. También podría enquistar el problema histórico no resuelto de la relación de los Estados Unidos con Latinoamérica, fortalecería la posición de Cuba y el discurso ideológico de enfrentamiento ofreciendo más oxígeno a su Gobierno, y pondría a prueba una de las armas secretas mejor envasadas por la Revolución cubana en la cual se invirtieron ingentes recursos económicos y sacrificio humano para defender al país de una supuesta agresión de los Estados Unidos, la llamada “lucha de todo el pueblo” basada en la experiencia vietnamita. Por otro lado, empeñaría el futuro democrático y de transformación de la región. Sería retroceder décadas en el esfuerzo que ha hecho la democracia latinoamericana después de haber salido de los años oscuros de dictaduras, autocracias e ideologizaciones de las relaciones sociales y la vida pública. Cuando vayamos a pensar en la solución venezolana, deberíamos asumir una posición más crítica hacia el pasado y más creativa hacia el presente, con más inteligencia, menos hipocresía y cinismo. Lo más importante no es la prisa en recoger, sino lo que vayamos a sembrar para el futuro. Maduro tiene los pies de barro, pongámosle agua, aunque sea bendita, para que sea el propio pueblo quien lo derrumbe, y si es con balas que sean las suyas.
A pesar de las similitudes con el caso cubano conque Maduro intenta sostenerse reeditando una actitud y un discurso de imitación, los orígenes y los contextos son completamente diferentes. Cuidado no le hagamos el juego y convirtamos a Venezuela en una tragedia contemporánea. Si dejamos que la sociedad civil venezolana que representa Guaidó pierda su lugar como lo perdió en Cuba, entonces pueda que sea muy triste la solución. Tal vez no sería una idea descabellada que también se hablara con Cuba, quizás eso es lo que el Gobierno cubano espera, no dudo que a cambio de algo. Podría ser parte de la solución, en definitiva Cuba en Venezuela son la misma piedra en el camino, y la piedra está en Santa Efigenia.