
Todos los años Gastón vuelve, es una bendición que vuelva cada vez en el día en que murió. Es una forma de decir que se ha ido, cuando en realidad el poeta no tuvo que esperar un tercer día para hacerse visible en esos reinos que habitan su poesía. Como un pez o en cualquiera de las vidas que adoptó para consustanciarse en sus mundos paralelos, el poeta vive en su poesía y el recuerdo de quienes lo amamos. Siempre viene y va cabalgando de un mundo a otro, no importa sobre qué animal o animalejo o si es él quien convertido en otra cosa nos lleva y trae de Etiopía a Viena sobre el lomo.
Fue un 15 de mayo de 1997 a las 3 de tarde, esa hora mítica en la cultura popular cubana, aunque el papel firmado por los médicos diga otra cosa, quizás porque no es buena hora para morir un poeta. Nadie podía esperar su muerte, cuando Madrid era una fiesta celebrando como celebran los madrileños a su santo milagroso San Isidro, El Labrador, más que nada porque no era creíble que si éste cultivaba la tierra, y Gastón había estudiado cómo hacerla producir, fueran a coincidir. Coincidencias de esa vida en la que la poesía metía sus manos para darnos una sorpresa. El santo que hacía brotar el agua para el cultivo y el poeta que producía milagros. Gastón mientras moría estaba creando su último poema.
Como si todo estuviera preparado por el poeta, la gente que esperaba que acabara de llover celebraba al santo entre el olor a gloria de los entresijos y las gallinejas, mientras probaban una limonada con hierbabuena o un tinto con tontas y listas, que así se llaman las famosas rosquillas de San Isidro, entretanto se oía en el aire a Agustín Lara cantando desde otro cielo un chotis inmortal.
«Madrid, Madrid, Madrid / Pedazo de la España en que nací / Por algo te hizo Dios / La cuna del requiebro y del chotis / Madrid, Madrid, Madrid»
El verdadero nombre de «El flaco de oro», como le llamaban, era Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús y Aguirre del Pino, y tampoco era español, sino mexicano, como sabemos. Hay mucha gente para la cual este chotis es irresistible. Si lo llegaran a elegir para representar el alma nacional como himno quizás no habría problemas independentistas.
Es ahí donde enseguida todo el mundo se siente como si hubiera nacido aquí. No me atrevería a decir que Gastón, creyente insobornable de la resurrección vuelva cada año por Agustín Lara, no le hace falta, pero que éste es una invención de Gastón no me cabe duda. Quizás lo haga hasta que algún niño se acerque a la orilla del Malecón en La Habana, coja un pez, lo lleve a su casa, se lo prepare la madre o quien sea si tiene conque cocinarlo, lo coma y lo restaure en esa isla que amaba como a nada ni nadie y de la cual tuvo que irse, y donde lo mataron más de una vez con el silencio inmerecido. Si bien, ya el poeta en «El hombre que habla de sus vidas anteriores» había renacido en la piel de un niño y prefirió disolverse para reaparecer transformado en cualquier cosa menos en un humano.
Vuelve aunque nunca se haya ido porque siempre hay una forma diferente de recordarlo, como si se esforzara en que no lo olvidáramos.
Lo insólito en Gastón forma parte de su poesía de igual modo que su vida, y nadie lo había notado porque bajo ese sombrero iba el invisible, que como Zequiera se lo quitaba cuando no le quedaba más remedio y por bondad con nosotros que lo queríamos ver y apretar sus hermosas manos o hacernos fotos junto a él, aunque era una de las cosas que más le fastidiara. De hecho, esa capacidad de creación de lo extraordinario que el llamaba fantasía, es uno de los rasgos que distinguen a su poesía y por ahí une su camino a su maestro, como llamaba a Lezama Lima, aunque su camino es de otra naturaleza. «De la contradicción de las contradicciones, la contradicción de la poesía», decía su maestro. Mientras que Gastón reconstruía el mundo invisible con fragmentos donde se instalaba aquello sensible mediante lo cual lo invisible, la poesía, adquiría consistencia suficiente para hacerla visible.
Mientras Madrid celebra a su santo patrono, Gastón vuelve cada vez a ser celebrado y a celebrar su existencia, traspapelada en poemas de vidas múltiples y simultáneas que conviven en la eternidad de estar por casa, aquí o en el salón de Sarah Bernhardt y Oscar Wilde servidos por San Isidro, quien ha traído un poco de agua milagrosa de su ermita para que Gastón prepare un mosto con hierbajos de ese lugar de donde viene.
La nueva antología de su poesía que hoy está siendo puesta a la venta en Amazon en sus versiones de papel y ebook, Gastón Baquero, lo que no se ve (Betania, 2024), llega para recordarle a Gastón que lo recordamos. Es un libro que trata de recoger aquellos poemas que posiblemente él hubiera elegido, a partir de sus referencias en su larga vida escribiendo sobre poetas y poesía, además de las conversaciones interminables que sostuvimos sobre estos temas en los que no siempre estábamos de acuerdo. Es un homenaje al hombre que sin morir acude todos los años a celebrar con San Isidro su sobrevida. Gastón vuelve, viene con su sombrero de fieltro en la cabeza, vamos a celebrarlo. Me da mucho gusto poder seguir discutiendo con ese leopardo de Kenia.
Ilustración : marcosguinoza
