LA MUERTE DE PEDRO SÁNCHEZ

Se ha producido un hecho insólito en la política española. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, acaba de iniciar la escenificación de su muerte política con una carta dirigida a la ciudadanía, redactada no sin pocos lugares comunes que sin duda calarán en el sistema límbico de una parte de los lectores. La misiva en sí misma es lamentable por su argumentación y el tono victimista, como si hubiera pasado por allí y no tuviera alguna responsabilidad en la situación actual. Uno piensa: si el presidente de mi país se quiebra por los motivos que expone no debería gobernarlo y, por otro lado, por qué motivo me interpela a mí, con quien no ha contado para ceder en asuntos de moralidad política cuando traza sus estrategias para conservar el poder.

Uno puede suponer si el Presidente no estará anunciando su muerte para ver el entierro que le hacen. La lectura del contexto donde se suma el caso Koldo, nos permitiría ver con mayor amplitud la motivación que puede haber tenido para hacerlo. Sin duda podría ser un recurso más de Sánchez, ya que esta actitud no es propia de quien ha logrado llegar a dirigir su partido y el país cuando se le dio por muerto al principio de su carrera hacia la Moncloa. Además, no coinciden con la conducta derrotista sus habilidades harto conocidas en adoptar posturas contradictorias, incluso antagónicas, justificadas con discursos ideológicos, que le han servido para superar todas las expectativas democráticas y mantenerse en el poder, “por el bien de España”, como se infiere del relato sostenido en “do mayor” por los coreutas de la nueva izquierda que ha formado en torno de su liderazgo,.

Como en las tragedias y de forma singular, Sánchez ha anunciado la posible muerte de Sánchez dentro de unos días, el próximo lunes, y no le falta originalidad al libreto porque es el propio Presidente quien desde la posición de víctima escribe cómo y cuándo se producirá el hecho. Según se lee en la carta que ha escrito con la misma mano con la cual se dará el golpe fatal, y de la que debemos colegir que su propia mujer interpreta a aquella Corday cuando clavó el cuchillo en el corazón de Marat, ese otro jacobino que llenó de sangre el camino de la República francesa. Si bien en este caso el Presidente nos parece hacer creer que se trata de una muerte por amor y no por causas políticas.

La muerte de Sánchez no es nueva, él mismo ya había empezado a darse muerte cuando decidió romper reglas de la convivencia democrática, trazadas con dificultad y precariamente por quienes se pusieron de acuerdo, desde posiciones opuestas, para espantar el espíritu tirano que flota en la cultura política española como una maldición. Como los dictadores —no digo que lo sea—, no hace falta tener muchas luces para hacerlo —no digo que no las tenga—, Sánchez ha elegido un enemigo, un mal y un peligro, y él mismo se supone elegido para ponernos a salvo. Para Sánchez la derecha es la culpable de todos los males, aun cuando ya nos ha gobernado y es particularmente importante que vuelva porque la alternancia es necesaria para la democracia, si bien muchos preferían que nunca volviera como en Venezuela. Casi todas sus energías para desviar la atención de sus problemas nacionales las ha dedicado a querer ser referencia nacional e internacional contra ese nuevo opio de los pueblos, con un discurso desbordado de clichés radicales dedicado a sus socios de legislatura y Gobierno.

Su trapecismo político para saltar sobre los renglones de la democracia sin romperlos del todo es digno de elogio, desde que decidió deshacer el discurso de la izquierda centrista, moderada y democrática para salvarnos de la derecha que hoy gobierna en casi todo el país, precisamente porque donde Sanchez sopla allí se aviva la llama en su contra. Querer gobernar a costa de la moralidad relativista de una argumentación oportunista, defectuosa con una racionalidad populista y posibilista de las identidades nacionales, rechazada por gran parte de la ciudadanía que vivió la transición es una de sus virtudes.

De cualquier manera no sabremos nada de cómo acabará la escenificación de la muerte de Sánchez hasta que se clave el cuchillo del sacrificio. Que se dispare en el pie es una de las posibilidades para seguir en el poder, y es la recomendación que yo le haría si me pagara por un consejo. De hecho su amenaza de dimisión ha generado una ola de solidaridad estimulada por su papel de víctima, el expresidente Zapatero, que no pierde la ocasión de hacerse querer como un adolescente, ya ha convocado al tsunami de los adeptos. Si no dimite podría volver una vez más de entre los muertos, pero tendría que enfrentarse todos los días al cuchillo que la primera dama le ha puesto en las manos.

Sánchez no lo tiene fácil. En mi familia sabemos lo que es un escenario de muerte. Un hermano de mi madre, pastor de almas, avisó una semana antes el día y la hora en que moriría, se sentó en un sillón a esperar a la muerte mientras desfilaban ante él los prosélitos de su iglesia, familiares y amigos que fueron a recibir la bendición. La gente llegó a pensar que se produciría un milagro y no moriría. Pero llegado el día y la hora, dijo que ya podía morir y murió. Esperemos que Sánchez, hábil en resurrecciones, no sobreviva, y pueda ser recordado como mi tío porque tomó la decisión de morir, y no por las motivaciones verdaderas que lo llevan a dramatizar su fin. No obstante los caminos de Sánchez son inescrutables e imprevisibles, pastor de izquierdas, eso le ha valido la supervivencia. El lunes podremos saber si saldrá de la Moncloa con los pies por delante, y más pronto que tarde las verdaderas razones por las que ha escrito su muerte, aunque no la lleve a cabo.

Ilustración: Marcos Ruinosa