Política con el cerebro y las nalgas de Huxley

Se gobierna con el cerebro y las nalgas para no tener que hacerlo con los puños, dijo El Interventor en Un mundo feliz, de Aldous Huxley. La frase describe muy bien, según mi opinión, la conducta en general de los políticos de izquierda durante el curso de los acontecimientos en torno del polémico pacto de investidura y en particular la del propio Sánchez, sus decisiones, el silencio sobre lo que todo el mundo habla mientras la sociedad navega en la oscuridad y por lo cual se le exige una explicación, que no es sólo sobre la amnistía aunque esta es el problema fundamental, hace pensar a más de uno que el presidente en funciones que no se caracteriza por dar la espalda ha pensando bajarse los pantalones para no enfrentarse a sí mismo. Hay más cosas de las que debiera dar cuenta que evita escudándose en el partido mientras gobierna en funciones el país y por lo tanto ejerciendo la presidencia de forma sospechosamente democrática, como si el país fuera una empresa o su partido, o una empresa de su partido. Tanto quienes se manifiestan pacíficamente contra la amnistía como los que no lo hacen debieron haber sido tenidos en cuenta por lo menos de los propósitos de sus negociaciones y de su responsabilidad. Es un requisito de los políticos explicar aunque sea mintiendo y cambiando de opinión, es una virtud y una necesidad, tanto para alcanzar sus objetivos como por la salud democrática de la sociedad.

Debiéramos de acabar de comprender que los políticos mienten, tanto aquellos con los que simpatizamos como los otros han mentido y mentirán, es una herramienta del oficio contra los rivales y para alcanzar objetivos, que debiera usarse con prudencia cuando atañe directamente a los ciudadanos como es el caso de los acuerdos para la investidura. No hay que rasgarse las vestiduras, somos los ciudadanos los que debemos saber cuáles son los límites de la mentira y marcarlos cuando es necesario. La salud democrática de un país depende más de la conciencia que los ciudadanos tengan de esta realidad que de las mentiras que los políticos puedan cometer, cuando las mismas todavía no se han convertido en delito por infligir las normas y usarse en beneficio propio o de un partido. Unos pagan sus mentiras en las urnas como le pasó a Aznar frente a Zapatero por la guerra de Irak, otros renuncian y los menos acaban en la cárcel. El alcance de las de Sánchez todavía está por ver.

Yo diría que en este momento es lógico que no explique sus mentiras o cambios de opinión porque ni él mismo puede ser capaz de hacerlo. No existe ninguna justificación política razonable que no sea el poder y no es cierto que correr el riesgo de hacer concesiones sea necesario para la convivencia de España. Dentro de unos años los politólogos podrán bautizar esta conducta como «sanchismo», los psicólogos quizás adopten el mismo nombre para denominar un nuevo síndrome asociado al narcisismo, y los sociólogos podrán explicar la mentalidad partidista y sanchista de una parte de la sociedad como un nuevo fenómeno de mesianismo que no aparece en los textos clásicos de Le Bon hasta hoy. Incluso una nueva religión podría encontrar un sitio entre aquellos que siguen al que predica con su silencio y hace uso del mismo para hacer proselitismo. Cuando Sánchez vaya a explicar y justificar su conducta, se supone que durante su discurso de investidura, ya no van a importar las razones ni las promesas de haber vendido su alma por el bienestar y la convivencia de la sociedad española. Esta vez no se ha tratado de las medidas que tomó en un estado de excepción como fue el de la crisis de la pandemia, que aunque polémicas estaban destinadas a prevenir y aliviar los daños de una situación sanitaria sin parangón.

Hoy no hay nada que justifique las formas y el contenido de las negociaciones y el pacto resultante, a pesar de la defensa que ha hecho el periodismo militante y el expresidente Zapatero, uno de los pocos socialistas que no ha acatado la orden de silencio impuesta a su Gobierno en funciones, a los dirigentes de su partido, a los exdirigentes y a todo aquel que puede tener cuidado de su puesto institucional y partidista. Zapatero se ha convertido en la voz de quienes no pueden hablar y ha hablado por el propio Sánchez, como aquellos personajes de Maricarmen, la famosa ventrílocua fallecida recientemente. Aún peor que esos muñecos la voz engolada del expresidente no sólo ha sido una justificación engolada de Sánchez, sino también una lamentable caricatura de su propio ejercicio de expresidente. Zapatero ha hablado por Sánchez cada vez que ha podido y no ha aportado más que el silencio de éste. Es el mismo que ganó al Aznar de la guerra y que entre otras cosas pasará a la historia por no ver que el mundo se estaba cayendo a su alrededor cuando se originó la crisis económica y financiera, de haberle dado como intermediario un balón de oxígeno al presidente Maduro cuando más débil estaba, y de haber creado una «memoria histórica» ideológica, parcial y parcializada.

No obstante, lo cierto es que aunque Sánchez tiene el respaldo de su partido del que es «comandante en jefe» y de una inmensa mayoría de sus militantes, a los cuales hizo una pregunta manipulada que no abordaba el problema por el cual otra parte de la sociedad se ha puesto en alerta, tiene en su contra a gran parte de la sociedad de derecha e izquierda, además de las instituciones de la sociedad civil, incluso de aquellas que tradicionalmente se han opuesto a la derecha. A la excepción de algunos líderes históricos contrarios a este pacto con amnistía incluida, se ha sumado el presidente socialista de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. Aquel que casi pierde la gobernatura por la incidencia de Sánchez haciendo campaña en sus predios para ser reelegido, se ha opuesto abiertamente sin dejar de decir que la fundamentación del acuerdo entre su partido y los independentistas catalanes es mentira, no equivocada. Seguramente si viviera y estuviera activa mucha de la membresía histórica del socialismo, parte de la memoria de este país, se habría opuesto a la deriva de estos modernos más alejados del centro y más próximos del extremo en la terminología gramsciana, en los que vivir en ese segmento se hace más cómodo que hacer una revolución como quisieran.

No obstante, aunque los actos de Sánchez hablan más que su silencio algo ha dicho, poco o casi nada, es cierto que para sus correligionarios -no para el pueblo español que tendrá que escuchar sus explicaciones a un paso tan polémico y controvertido cuando ya sea investido-, pero podemos suponer por el momento algunas conclusiones de sus cortas y esporádicas alusiones en eventos de su partido y otros de carácter internacional en los que ha aludido a su embestidura contra el edificio de la democracia, veamos:

  1. Todo el mundo está equivocado menos él. Y ha tomado la decisión de pactar la amnistía y el resto de las cesiones al independentismo para evitar que la nación caiga en manos de la derecha, la cual está secuestrada por la ultraderecha, léase Vox. Seguramente porque de la ultraizquierda con la que gobierna no padece un secuestro sino un concubinato. Aunque olvidamos que la derecha pudo haber ido a su investidura con una argumentación similar a la de salvar a España de la izquierda cediendo a los apetitos nacionalistas, semejante a la de Sánchez, y que la derecha ha gobernado otras veces sin que el país naufragara, ya que la alternancia es saludable incluso cuando una legislatura ha tenido a la izquierda radical en el poder.
  2. El pacto tiene, según dice, la finalidad de salvar del fuego del separatismo a Cataluña y la convivencia de la nación, aunque para nadie es un secreto que el independentismo había perdido fuelle después de la intervención del Estado durante los disturbios de 2017, el proceso contra los líderes de ese proceso separatista, su excarcelación y la fuga del actual compinche de Sánchez, Puigdemont. Compinches, no hay mejor definición para quienes se comportan de manera sospechosamente contraria a las normas y las instituciones, y se unen al amparo de la sombra con complicidad para cometer con alevosía un acto desaprobado por gran número de ciudadanos y contribuyentes.
  3. El documento pactado es un batiburrillo de intenciones con las cuales ningún político serio se comprometería si no fuera para salvar su vida. Casi ninguna de las demandas y compromisos tiene garantía de cumplimiento ni siquiera con el revisor internacional, que de por hecho es un disparate y es una de las concesiones más torpes por lo que implica a la soberanía el reconocimiento de derecho del nacionalismo como identidad en litigio. Lo único que queda claro no es lo que se vaya hacer que queda en el terreno de lo especulativo, sino las intenciones escritas de prisa y corriendo con el objetivo de salvar a las partes implicadas. Las motivaciones políticas parecen ser una cortina de humo para salvarse mutuamente al amparo de la fluidez del Estado de derecho.

Todavía no sabemos la letra de la amnistía ni si tendrá música para cantarla, ni cómo las partes podrán cumplir con los compromisos del pacto sin forzar la letra vigente, ni las formas ni los mecanismos con las que se podría estar pensando en retorcer la legalidad y la Constitución. Lo que si podemos saber es que la legislatura será difícil y dura para todos porque el elemento del nacionalismo ha entrado como una condicionante que marca el terreno en el que a veces las soluciones políticas son insuficientes para defender el derecho de todos. Es una variable que se suma a la ya conflictiva relación entre los partidos tradicionales desde que surgieron competidores radicales por un extremo y otro del espectro. Cuando aún los partidos tradicionales no habían arreglado su convivencia surge un factor de conflictividad que había perdido valor después de las últimas elecciones, que sin embargo se hace imprescindible para que Sánchez siga gobernando con los radicales de izquierda en quienes ha confiado después de haber renegado de ellos. El destino de Sánchez está marcado por la dependencia de los radicales de una u otra tesitura y eso más que cualquier otro logro de su gobierno será recordado.

De ahora en lo adelante Sánchez podrá prometer el cielo para los españoles pero su credibilidad está rota -los propios socios con los que ha pactado no creen en él-, la gobernabilidad será un infierno y la legislatura dejará a su partido listo para unas elecciones internas que reparen el daño que el maridaje con radicales e independentistas dejará. En contra de lo que suele decirse la política no se hace con hechos sino con palabras, y los silencios tienen que ser bien administrados durante el diálogo social. Los hechos son el resultado de la política. Y los hechos hasta hoy son que Sánchez para lograr conservar el poder ha justificado el sacrificio de la política con el objetivo de lograr la convivencia, como dice a coro con sus adláteres, si bien la misma antes de organizar su nuevo asalto al poder no estaba más lesionada que en el 2017 y los independentistas habían perdido en Cataluña el soporte que les permitiría una pronta gestión de desobediencia. Lo que se aprecia más bien es que su estrategia ha ido sumando incertidumbre para el presente y el futuro, disidencia entre los votantes de izquierda, alarma social, desequilibrios, discrepancia y disonancia social, miedo, amenaza y tristeza, falta de confianza, descrédito y alimento para revivir sentimientos de odio y venganza no suficientemente curados por la transición.

Aún es temprano para saber cuáles serán las consecuencias del camino que tomó Sánchez cuando prefirió cruzar líneas necesariamente rojas en vez de arriesgarse a nuevas elecciones. Y cúales serían las motivaciones si no son las del poder y no ha sufrido el contagio de sus socios o ha despreciado la capacidad crítica de la sociedad. A veces para entender la política es mejor acudir a otras expresiones del conocimiento y el espíritu, de la superestructura, decían los viejos marxistas. Las distopías narradas por la literatura son un ejemplo de las realidades atrofiadas por el radicalismo de las ideologías políticas que nos permite ver los rasgos gruesos de los sueños, da igual que sea de Anatole France, Orwell, Margaret Atwood o Aldous Huxley, por poner unos ejemplos. Creo que debían ser de estudio obligatorio en las escuelas como vacunas contra las utopías ideológicas que son una forma idealizada del radicalismo. En ese sentido un día quizá no muy tarde, sabremos si como propone el personaje de Un mundo feliz, esta crisis se ha gestionado con el cerebro o con las nalgas para evitar los puños que empiezan a asomar debajo de los abrigos, y entonces me pregunto con cuál de esa partes de su anatomía los políticos están organizando la convivencia y el futuro de este país. ¿Es que usan el cerebro y las nalgas indistintamente para todo o han decidido usar nada más que la parte baja con la que disfrutan en sus poltronas del poder y por eso nos estamos yendo a los puños? Hay muchas cosas difíciles de responder con la poca información de que se dispone todavía.

Será una legislatura complicada de Sánchez con sus fieles contra el mundo, contra las hemerotecas, los radicales, los nacionalistas, los contrarios, los errores que acompañan toda gestión y aquello que no han resuelto ni podrán. Pero siempre le quedará vaselina para mentir, prometer, cambiar de opinión y resbalar de los brazos de unos a los brazos de otros haciéndose querer, inventándose como si renaciera o reinventara el mundo. Y siempre tendrá a los fieles, esos que salivan a la voz del amo.


Ilustración: marcosguinoza