Hace unos días se produjo uno de los hechos más insólitos que pueden ocurrir en política, se trata de la resurrección. Crucificar a alguien como lo hicieron con Pedro Sánchez es fácil y no deja de ser habitual en política, sobre todo en la española, pero que se produzca la resurrección es un milagro. El exsecretario general del PSOE y excandidato a la presidencia había tenido que renunciar a su escaño de diputado y portavoz del socialismo en el Parlamento por un golpe de estado en el partido, acusado de haber perdido las elecciones con el peor resultado de la historia, de haber dividido al partido, de acercarse temerariamente al populista Pablo Iglesias y de atentar contra la estabilidad de la nación, más otras fruslerías y polémicas argumentaciones sustentadas en las medias verdades y la manipulación, a la que contribuyeron viejos líderes como el expresidente y renovador del PSOE en su momento Felipe González y medios de comunicación como el diario El País. Además de haber sido negado en más de tres ocasiones por miembros de su Ejecutiva y dirigentes territoriales y traicionado por su sombra.
Nunca antes un político había sido tan acosado por propios y extraños para su derribo, todos lo querían muerto, y lo lograron, con lo que no contaron fue conque el muerto fuera a resucitar como en las grandes narraciones mitológicas gracias a la creencia de que era el salvador. Ese será de ahora en lo adelante y en primer lugar el gran capital de Sánchez, gran parte de sus correligionarios creen que es la persona que ha logrado interpretar el sentir del pueblo y las señales de los tiempos. Y en segundo lugar, como consecuencia de lo dicho, ha renacido sin la tutela de las vacas sagradas del partido y contra la burocracia del aparato partidista que desde hacía tiempo estaba siendo fuertemente criticado por la corrientes renovadoras, que no tuvieron otra respuesta que las declamaciones paternalistas de la nomenclatura. Haber vuelto de entre los muertos de esta manera lo convierte en un jefe de partido con un enorme poder y una gran capacidad de resolución, incluso mayor que la que tuvo Felipe González para dar un golpe de timón al partido al centro que le permitió la integración plena dentro de la socialdemocracia europea.
El problema de Sánchez es cómo administrar ese capital frente al otro partido que le ha robado por la izquierda gran parte del electorado decepcionado. El secreto está en la masa. Sánchez no puede alejarse de su electorado, que pide cambios de actitud en el PSOE acorde a los tiempos de corren, pero tampoco puede acercarse al partido que mejor ha sabido interpretar la crisis que viven los partidos tradicionales. Lo peor que podría ocurrírsele a Sánchez sería una alianza con el Podemos de Pablo Iglesias, que es una agrupación que va perdiendo fuelle en la medida en que el movimiento social que lo sostiene empieza a ver que al joven partido le falta aliento para las distancias largas y se comporta como un botiquín de socorrista. Sin embargo los problemas que dieron lugar a la disensión de buena parte de los afines del PSOE no se han acabado, de modo que una política inteligente y sensibilizada con dichos problemas podría ser la base de un cambio verdadero que devuelva la ilusión. Precisamente ese discurso de articulación con las bases ha sido el revulsivo que dio a Sánchez la resurrección. La clave para ganar no está en la corrupción alarmante e inmoral del partido de Gobierno, como podría ser en una sociedad sana que no es la nuestra, sino en quitarle los papeles a Podemos y volver a escribir el guión de la oposición.
Posiblemente la mejor manera de volver a dominar la izquierda desde el centro sea volver a los orígenes, no para hacer una oposición “útil” que los ideólogos de la utilidad llenaron de utilitarismo para contentar a todos, sino para hacer una oposición ilusionante, ya que la política no es cosa de utilidades, sino de ideas que describen, explican y argumentan la ilusión por un objetivo. El miedo a la ideología es uno de los fenómenos que mejor revelan la enajenación actual de la política tradicional y su crisis de credibilidad. La política nueva, acorde con los tiempos, debería dejar de ser un instrumento en manos de la tecnocracia política y recuperar los argumentos de los hechos y las razones que dan sentido al poder como una forma de dominación. La ideología podría volver a ser el argumento de la ilusión, el relato que sustentara los hechos nuevos. Los nuevos populismos de izquierda y derecha no han hecho otra cosa que dar sentido a su discurso con una ideología, eso sí, revenida. La ideología no ha muerto, pero sí murieron determinadas ideologías que fueron la argumentación de otra época. Ha sido un error de la izquierda, desaconsejable hoy día, asumir el rol de alter ego de la derecha como hizo el PSOE, motivo por el cual sus votantes desilusionados se han marchado a otras filas. El socialismo debería poder escribir un relato diferente de la política lejos de la ambigüedad de la utilidad y más cercano a la identidad.
En esta dirección es donde el PSOE debería situar su análisis para convertir la resurrección de Pedro Sánchez en la resurrección del partido y con ello ponerse a la cabeza de concepciones y políticas nuevas que devuelvan a Europa los valores del pragmatismo que le valieron la admiración del mundo a lo largo de la postguerra. La vuelta de Pedro Sánchez en hombros de la militancia socialista tiene especial significado porque se produce en un momento crítico no sólo para la izquierda española, sino también para la socialdemocracia y en general para la democracia europea, uno de los bastiones de la democracia que había alcanzado su mayor relevancia a este lado del muro o cortina de hierro, como se solía llamar, frente a las sociedades comunistas al este del continente. La continuada involución de la socialdemocracia con el fracaso de la tercera vía y de sus críticos, además de los excesos del neoliberalismo, ha llevado a la democracia a un callejón sin salida que pone en peligro a las sociedades frente a riegos derivados de la globalización de las tecnologías, las finanzas y las crisis económico-financieras. La última de estas crisis puso de manifiesto la culminación de un peligroso proceso de enajenación de la política, alejada de los ciudadanos y del pensamiento político.
La misión de Sánchez no será fácil y puede que necesite más de un milagro. Sin embargo muchos esperan que si ha logrado la resurrección, darle una segunda vida al PSOE no tenga porqué ser imposible. Está en el semáforo que controla el semaforero sin cabeza y solo habrá una vía que lo lleve a la salvación, tal vez debiera ir con la señal prohibida.