La noche pasada es la primera en la que el pueblo egipcio ha dormido sin que el dictador de ese país les vigilara el sueño. Eso es algo que le gusta hacer a los dictadores además de soñar por nosotros. Tal vez las próximas noches ese pueblo tenga pesadillas pero seguro serán por construir un sueño. No como ha sido en estos treinta años. Ésta es la primera y gran noche fundacional con una inmensa oscuridad preñada de estrellas.
Ha comenzado el segundo movimiento de una sinfonía que comenzó en Túnez. En pocos días el principio de la segunda década de este siglo se está pareciendo a aquellos de final de siglo en los que se derrumbó el dominio de las dictaduras comunistas empujados por la presión popular. Al cabo de pocos años de la caída del símbolo de un tiempo que fue el muro de Berlín, hoy la plaza de la Liberación, donde el pueblo ha luchado también pacíficamente, se convierte en la imagen de la libertad para otro de los mundos oprimidos y mal conocidos.
Los dos movimientos populares, las dos sinfonías de la libertad tienen la cualidad de ser ejemplarizantes como lo fue en otro tiempo la revolución de los claveles en Portugal o la transición española. No hay muro que pueda contener esta música que llegará más temprano que tarde a todos los países con regímenes dictatoriales, ya sea a paso de conga como en Cuba o de cohetes como en Corea. Se puede cambiar el mundo y ese cambio puede ser como el de la música, con tempos, compases, ritmo e incluso en silencio. Sin embargo es inevitable más allá de las pirámides.
Un día el mundo libre y democrático con Estados Unidos a la cabeza tendrá que hacer su mea culpa, como trabajosamente lo ha hecho la iglesia con otros hechos, por haber apoyado de alguna u otra manera a regímenes dictatoriales y sangrientos con la excusa de contener el comunismo primero o el islamismo radical después. Por lo menos esta noche el pueblo Egipcio ha tenido un gran sueño. Eso es ahora lo que más importa.