Gracias a Dios que le han dado un Grammy a Esperanza Spalding, el más grande talento del jazz actual, la esperanza de renovación y la posibilidad de que el género salga del atolladero en que a veces se mete con tanto improvisado que hace de la improvisación un batiburrillo. Mucho jazz y poca música se oía por esos festivales donde los jóvenes confundían el jazz como una música en la que todos cabían haciendo ruido. No, el jazz es sentimiento de jazz y de blues transfundido desde las plantaciones negras con el dolor y el amor.
La señorita Spalding, afronorteamericana de Portland, es sencillamente un monstruo de 26 años con una sabiduría y una cultura musical en las espaldas que con su genio la hacen ya una diva, en el sentido dado a quienes se le otorgan honores divinos después de su muerte, es una diosa en vida. Fue llamada a impartir clases en la propia escuela donde había estudiado, la célebre academia Berklee College of Music después de haber sido alumna nada más y nada menos que de Ron Carter que, por cierto, es un excelente chelista de barroco y de Bach en particular.
Si no recuerdo mal la señorita Spalding estuvo en 2009 en el Festival de San Sebastián, también estuvo en Madrid, sin penas ni glorias para la crítica que sólo se fija en los consagrados. Sin embargo ya era la señorita Spalding con un contrabajo entre las costillas y eso sí que no puede pasar inadvertido porque al premiar a una grande como ella también es premiar a ese gran olvidado que es el contrabajo, el doble bajo como también se llama. El dragón de los escenarios que parece no hablar aunque es capaz de echar fuego del fondo de su pecho cuando unas manos y un corazón como el de la Spalding lo acarician.
Como decía Nate Chinen en el The New Times de ayer, fue el secreto mejor guardado y ahora puede que deje de serlo como las estrellas cuando nacen. Yo recomiendo oír su voz no tan curada como las prefiero, pero de una belleza y un manejo de los registros realmente asombrosos, paseándose con un abanico de géneros en la mano tal vez para gustar más. Todo lo hace bien, incluso eso, querer agradar.
Recuerdo a una amiga chelista que me invitaba a sus ensayos privados que eran un derroche de endorfinas no sólo por su maestría, sino también porque verla acariciar al chelo entre sus piernas no podía ser más excitante. Amigos, eso es lo que podéis sentir al ver y escuchar a esta nueva séptima maravilla del jazz. Pasadlo bien con su Chambre Music Society.
Aprovecho para mandar buena suerte a Lena que se presenta mañana en la entrega del Premio Lo Nuestro con el formidable trío que hace junto a Álex Ubago y Jorge Villamizar. Lo Nuestro es el premio más grande de la música popular latina en los Estados Unidos y el mundo. Que vuelvan los tríos ya que hay tan pocos buenos solistas. Suerte, Lena.