sunami de silencio

Histórica página del New York Times que noticia el pánico social del día anterior durante la transmisión de Orson Welles relatando la supuesta invasión de los marcianos.

Estoy viendo estupefacto imágenes del desastre producido por el terremoto y el sunami que el sismo ha causado en Japón. Los científicos ya dicen que el movimiento telúrico ha desplazado el eje de rotación de la tierra y las olas se han visto avanzar ya agotadas hasta la costa oeste de los Estados Unidos. Lo que vemos es realmente estremecedor y lo peor puede que esté por llegar cuando el hombre se pueda acercar, apreciando con sus propios ojos los destrozos materiales y las víctimas a manos del mar. La tecnología de la comunicación y la información nos deja seguir en tiempo real lo que sucede. A diferencia de lo que narrara Orson Welles creando el pánico, cuando adaptó La guerra de los mundos, de H. G. Welles, desde una emisora de radio, esto es real.

El diferencial entre aquella sociedad anterior a internet y ésta saturada de medios y soportes electrónicos es la información. Ahora todo está tan cerca y desmenuzado informativa y noticiosamente que nos inmuniza, es como el estudiante de medicina que ve un cadáver despiezado para el examen de anatomía.  Los medios nos acercan los sucesos más escalofriantes como si formaran parte de la rutina y luego son borrados por otro sunami informativo. Así pasó con la catástrofe de Haití –un país insoportable ya antes de ese hecho– y otros sucesos de diversa índole. Cuanto más se ve y se sabe menos miedo tenemos, más insensibles nos mostramos y menos aislados estamos. Es una consecuencia de esta era visual, orwelliana.

Veo las moscas sobre los cadáveres, huelo la carne humana podrida mientras tomo una cerveza y espero informándome de nuevos sucesos que esperan ansiosas las ventanas de internet. Menos mal que el mar vuelve sobre sí mismo como nosotros a las rutinas de vivir. El mar, ese ser tan bello y terrible como lo pueden ser las cosas más hermosas, nos dice que la vida debiera ser otra recordándonos a la muerte. Por suerte él también se agota.