Cada vez que se produce una inflexión o intento de ruptura en el funcionamiento del sistema los protagonistas chocan contra los guardaespaldas del mismo. Los guardaespaldas somos todos. Existe un conjunto de normas interiorizadas culturalmente en cada individuo que lo convierte en guardián del sistema y esa es la razón de que funcione de una manera aunque ésta sea caduca. Lo veo todos los días en las propias personas que alardean con ser indignados de izquierda. Los hay de derechas pero esos lamentablemente me parecen los mismos. Aunque a los de izquierda y a los de derechas les parezca fácil identificarse mutuamente, la verdad es que todos somos de izquierda y derecha. Esa es la contradicción histórica que el sistema y la sociedad de bienestar supo resolver, ahora en crisis. Somos cómplices del mal funcionamiento del sistema aunque nos cueste reconocerlo.
Hoy estamos alarmados e “indignados” nos erigimos fiscales de la acción, censurable por supuesto, de un grupo de ultras, indignados anti sistemas, que acosaron físicamente y de palabra a los parlamentarios catalanes. Diría aun más que ante la paliza que les propinó la policía a quienes protestaban pacíficamente en Plaza de Cataluña. En el fondo de este debate hay un problema de formas que, ya sabemos, son esenciales para la democracia. Las mismas formas, a veces incomprensibles, que nos inmovilizan. Estamos de acuerdo con la protesta pero no con las formas de protestar. Sin embargo poco se alude a los contenidos. Lamentablemente es un debate sobre las formas y en la forma que los medios de comunicación, formalmente al servicio del sistema, deciden crear un estado de opinión. En ningún lugar se habla de los contenidos y del intento que el 15.M hace desde el inicio porque no se le identifique con determinados grupos parásitos de sus propósitos.
No obstante la disensión de una gran parte de quienes justifican la existencia de las formas, la sociedad, la advertencia del sistema está hecha y todos nos encargamos de interpretarla: se puede disentir del sistema pero no se puede disentir de las formas. Los políticos son la más alta expresión de esas formas. Los políticos, aunque hayan sido elegidos mediante formas ineficaces, son el símbolo del sistema.
El debate, que es formal, nunca alude al contenido que origina estas manifestaciones: la corrupción de un sistema necesitado de ventilación a lo que los políticos se resisten. No se puede agredir a políticos, ni a nadie, aunque éstos sean más cómplices que nosotros. Las formas son vitales para la democracia aunque a veces pesen más los contenidos como son los que han llevado a la conformación de este movimiento cívico. Hay que respetar las formas y a las personas que las representan porque no hay otro camino para cambiarlas, no obstante sea difícil ese camino y aparentemente una utopía. No se puede romper la telaraña formal, incomprensible en muchos términos, hay que deshilvanarla. Todo forma parte de nuestra hipocresía social de guardianes. La democracia es un instrumento viejo y roto que no debemos dejar abandonado, aunque desafine hay que seguirlo tocando. No importa que en la oscuridad suenen violines o una música que nos parezca de violines. Nunca se sabe, guardianes.