El Papa llega a Madrid rodeado de una pompa digna de un emperador romano. Se celebra la Jornada Mundial de la Juventud. Siempre se deja ver así porque es parte de la simbología de un poder antiquísimo basado en una estructura obsoleta que basa gran parte de su poderío en estos símbolos. La Iglesia es la institución que mejor ha ritualizado hasta su consagración los símbolos del poder y nunca ha escatimado recursos para mostrarlos y ejercerlo, ya sea con sangre como en otros tiempos o con anacrónicas prohibiciones como la del uso del preservativo. El espectáculo debería ser humillante para el verdadero espíritu cristiano y seguramente ruborizaría al hijo del carpintero al cual dice representar el Pontífice. Sin embargo sus seguidores viven pletóricos la felicidad del encuentro con su jefe. La mayoría son jóvenes que llegan uniformados de los confines del imperio. No es difícil encontrarse con ellos en cualquier lugar de Madrid con los aperos de la religión. Es una puesta en escena impecable. Como soy un mal pensante no puedo dejar de recordar las imágenes festivas de la juventud de otras ideologías dogmáticas y fanáticas. Es la misma dinámica con otros referentes.
No tengo ningún reparo en que los fieles de cualquier religión o partido o equipo de fútbol celebren a su modo. Tampoco soy de los que piensa que las religiones son el opio de los pueblos en la actualidad por lo menos, ni creo que sean desechables muchos de los valores de las diversas religiones que fortalecen la condición humana sin lugar a dudas. Sobre todo en épocas de crisis y cambio en que se subordinan los valores heredados destruyéndolos sin sustituirlos, muchos de los cuales son patrimonio de esas religiones que rechazamos con el mismo dogmatismo con que ellas se alejan de la realidad. Ahora bien, no estoy de acuerdo en que un Estado como el español se convierta por razones de las relaciones históricas con la Iglesia en rehén de una política nacional o territorial de favoritismo. Asunto que se hace más evidente cuando el Gobierno ha dejado en el tintero actualizaciones de leyes más acordes con nuestra Constitución aconfesional a las que el segmento más reaccionario de la Iglesia se oponía con beligerancia. Sospechoso y poco convincente el Gobierno. Lo más significativo de esta festividad evangelizadora, como la llamara el mismo Juan Pablo, está detrás de bambalinas y los mortales no lo podemos ver.
El problema más importante es político. No es el dinero de apoyo al evento de consagración ideológica y política, ya que lo de fiesta católica es un eufemismo, sino que ese apoyo económico de las grandes empresas, más el mayor o menor soporte directo e indirecto que suponen determinados privilegios de la administración, es la adopción de una postura abiertamente contraria a la Constitución y los postulados que el partido de Gobierno ha sustentado para desarrollar su feroz discurso político de izquierda social, desde la “Alianza de las Civilizaciones” hasta las leyes sobre el aborto, la eutanasia o la laicidad. Es una toma de partido rotunda, innecesaria, en un escenario altamente inflamable de fanatismo religioso en el que todavía España contaba con el crédito histórico en su relación de convivencia religiosa y cultural, además de su cercanía geográfica como destino de los inmigrantes musulmanes y de otras confesiones. Es un error y presumiblemente un acto de violencia cultural y mediática en contubernio con la derecha madrileña que nos dejan los socialistas antes de irse. Esta no es una fiesta, sino una exhibición de poder. A ver si el año que viene acogemos con igual entusiasmo al ramadán. Roma habría sido un lugar perfecto para que la feligresía se fuera de juerga y la Iglesia mostrara que no ha perdido la fuerza aunque parezca, pero hay razones especiales para que sea Madrid. De todas formas es preferible que lo enseñen así y no como otros fanáticos.
Seguramente muchos católicos se avergüenzan de ver cómo se tiran 50 millones de euros en una fiesta mientras en Somalia los niños mueren de hambre y se los comen las moscas. En fin, hay cosas que aunque pasen mil años no cambian. La Iglesia es una de ellas aunque amenicen con música electrónica y repartan mediante sus entidades de auxilio la caridad y la limosna que los gobiernos son incapaces de dar a sus ciudadanos más necesitados. Habría que recordar más a menudo la parábola del buen samaritano. Hipocresía. Oh, Dios, cuánta necedad y manipulación política en tu nombre.