No tengo ninguna duda de que Felipe González es un político brillante, pero también se equivoca y eso lo vimos en la forma en que manejó el asunto de los grupos paramilitares del Estado, los GAL, y la corrupción dentro de su Gobierno. Todo aquello le costó su reelección y a los ciudadanos ver el inicio de la dictadura bipartidista PSOE- PP que padecemos hoy gracias a que ninguno de los dos partidos favorecidos con la ley electoral desean hacer una reforma que mejore la equidad democrática.
Ayer el ex presidente ha publicado un extenso e inteligente artículo en El País, “Debates confusos”, apoyando la reforma constitucional propuesta por el presidente Zapatero con la intención de calmar a los mercados. Una decisión que ni siquiera tuvo en cuenta a su partido, ni al candidato Rubalcaba, y que según el propio presidente la hizo firme unos momentos antes de darla a conocer en el Parlamento. De ese modo nadie, excepto los presidentes de Francia y Alemania, supongo, sabían lo que se cocinaba en la cabeza y el corazón rosa del mandatario socialista. Los propios socialistas le han recriminado que no se hubiera reunido primero con ellos. También se ha borrado de la página web del partido un documento de la corriente Izquierda Socialista que apoyaba el referéndum que solicita una parte de los ciudadanos.
El texto de González no es novedoso en su análisis. Tampoco sorprende que apoye la decisión del presidente Zapatero de reformar la Constitución por la vía rápida, sin aludir a las claves de la crítica que se le hacen. Claves de cierta envergadura ética relacionada con los sentimientos, valores y formas democráticas de los ciudadanos, que ven como se les ignora haciendo prevalecer a una clase política ciertamente elegida, pero puesta bajo sospecha. González evita analizar el procedimiento y la eficacia de dicha medida que, en todo caso, es lo único que podría justificar el sacrificio de los procedimientos democráticos. Aunque para él queda claro “que sin reforma constitucional también se podría haber hecho”, si bien dicha reforma “vale para asegurarnos la voluntad que nos falta.” O sea, hay otras vías para alcanzar el propósito que se persigue con la reforma, pero esta es necesaria porque los políticos son incapaces de llevarla a cabo si no es mediante la coerción del cumplimiento de la ley fundamental.
Lo que más llama la atención de su artículo es la referencia a la falta de voluntad de los políticos con sus deberes y obligaciones democráticas consagradas en la propia Constitución. González es un hombre de partido pero también un libre pensador, eso lo honra y al mismo tiempo lo conduce a contradicciones entre la disidencia y la disciplina. Su reconocimiento a la falta de voluntad política para solucionar los problemas no es cualquier cosa, pudiera considerarse una negligencia en el cumplimiento de las funciones para las que han sido elegidos los políticos y un alejamiento de la ética democrática que debe regir en la política. Esta falta debiera ser castigada por ley. Igual a cuando un trabajador cualquiera incumple con sus obligaciones. Siendo así, entonces podríamos leer el juicio de González de esta otra manera:
Si hay otras herramientas que hacen innecesaria la reforma, pero se hace inevitable porque los políticos no cumplen con su deber que es aplicar esas herramientas, vemos que Zapatero es un mal gobernante que no ha sabido hacer cumplir o ha hecho dejación de funciones suyas como son que se hicieran aplicar los instrumentos de la estabilidad presupuestaria.
Lo que es lo mismo, la mala gobernanza o la falta de voluntad inducen a Zapatero a proponer la reforma, incurriendo en infracción de la ética democrática que tiene en las formas, procedimientos e instituciones su estructura tangible. Cuando los políticos no cumplen con su deber porque ponen por delante intereses partidistas en el mejor de los casos, faltan a la ética igual que si desean hacer una reforma de la Constitución y se impone en el Parlamento sin una discusión previa con los partidos políticos, sin una explicación razonable a la ciudadanía o una consulta popular. Según González este caso no lo merecía, o sea, no lo merecíamos. Fue el propio ex presidente quien puso por delante las formas democráticas cuando lamentó críticamente la actitud de una parte de los indignados del 11-M que agredieron en Barcelona a los diputados. No se puede medir con dos varas.
Pregunto a González. ¿Cree que el argumento de que la reforma calmará a los mercados es suficiente para transgredir la ética democrática con tanta vehemencia y alevosía violentando la convivencia y la credibilidad institucional tanto dentro de su partido como hacia la sociedad? En democracia las formas también son esenciales. Tengo la certidumbre de que la crisis económica en la que vivimos, y no hay que olvidar también que es de todo tipo, civilizatoria como dice, tiene sus raíces en la falta de voluntad de los políticos, esa misma que menciona como la causante de que haya que recurrir a una intervención de la Constitución violando la ética de la democracia.
Señor González, posiblemente usted no habrá perdido del todo el horizonte ético que define y fragua la democracia. De cualquier modo en su artículo lo ha dicho sin decirlo y en su propio debate confuso y malicioso ha realizado una de las críticas más duras a esa clase de la que usted aún forma parte. A veces la lengua no nos cabe en la boca y eso es bueno también para la democracia. Recuerde, en la ética está la clave de la regeneración que las nuevas generaciones necesitan, buscan y reclaman en las calles.