Es difícil saber cuándo será ese momento en que los cubanos podamos pasar de la demanda del antagonismo a la conciliación como preámbulo de la construcción de la democracia libre, ni siquiera podemos asegurar si esto será realmente posible en vida, sin embargo ese puente ya se está construyendo sin que medie la voluntad de aquellos que sembraron la discordia. Dependerá de cuál de los dos extremos más relevantes del pensamiento y los sentimientos políticos cubanos se imponga, el cívico democrático o el militar doctrinario. Esos hechos de intolerancia en torno a la visita de Pablo son estertores de algo que muere con las viejas generaciones simbolizadas de un lado por lo que queda de Fidel Castro en la isla y del otro su propio negativo en Miami. En Cuba es más comprensible, pero en Miami son anacrónicos y es bueno verlos delante de su referente más afín que es la intransigencia antidemocrática del enemigo político al que intentan combatir. Ya sabemos lo que sucede con los extremos, sobre todo si estos tienen un tronco común en la cultura política cubana que se ha debatido entre el espíritu militar y el cívico, la dictadura y la democracia, el servilismo y la independencia, alcanzando la consagración en el discurso totalitario del socialismo cubano. Es difícil predecir cómo sucederá la transición de un estado totalitario a otro democrático porque depende sobre todo de la actitud suicida e irresponsable de la gerontocracia del gobierno cubano, que sin tener nada que perder son capaces de morir en la cama hundiendo al país con todo lo que se ha logrado.
Me pone triste ver que haya gente que no pueda entender que otros puedan cambiar o sencillamente tolerar que los demás sean diferentes y puedan pensar contrarios a nosotros. Es la Cuba uniformada aunque con otros colores que no quiero para el país de mis hijos y que por suerte empieza a extinguirse. Esas personas que no llevan la patria en el corazón sino en los bolsillos o en los calzoncillos y la quieren para ellos solos es mejor que se queden en Miami cuando Cuba pueda cambiar. De esos tenemos suficientes allí. Quien no crea que las personas pueden cambiar, mejorar, tampoco son capaces de creer que Cuba puede cambiar y adaptarse a esa transformación. Tampoco me importa si Pablo ha cambiado o no sus querencias o su pensamiento político o ideológico, él merece como cualquiera respeto y derecho a hacer uso de su libertad personal protegido por las leyes democráticas de los Estados Unidos. Lamentablemente los artistas del exilio no pueden hacer lo mismo en Cuba, pero no es Pablo quien tiene esa decisión. Una de las virtudes de la democracia es su generosidad. A veces le pedimos a quienes viven en Cuba conforme al ideal de timbales que quisiéramos para nosotros mismos viviendo fuera, sin que se parezca a lo que guardamos más abajo de la cintura. Enferma ver que la mediocridad quiera medir con su rasero al genio y juzgue en los demás lo que ellos fueron incapaces de hacer cuando vivían en Cuba. Dejad que Pablo viva su libertad, respetadla y vivid la vuestra. Luchad por vencer las taras que heredamos como buenas mirándonos al espejo. Es el mejor servicio que podemos hacer a la isla soñada. Lo va a necesitar. Cuando hacemos fuego a alguien somos nosotros los que estamos en el medio.