la miseria que salpica

No es un altar, pero pide. Foto de León de la Hoz

El domingo, Halloween, en el metro una triste señora, no era una bruja, andaba con la letanía de los que suplican para vivir. Era una gitana y vestía de negro con esas ropas que llevan de verano a invierno. Se apoyaba en un pobre bastón que a penas la soportaba. Venía hacía a mí magullando algunas palabras en español con las que pedía para pan, mientras bendecía levantando con parsimonia una mano como la del Papa. Se movía a punto de caer de un lado a otro de las filas de asientos. Parecía un fotograma de postguerra. La gente seguía en sus rutinas sin mirarla siquiera, iba a escribir en su ruindad. Ella se acercaba mirando a diestra y siniestra con la ansiedad de una moneda, la cara y la cruz de su sobrevivencia.

Yo la esperaba al final. El tren era de esos que no tienen divisiones internas y facilitan la visión a lo largo del pasillo. Tenía preparadas las monedas que le daría para comprar el pan. Hasta donde alcanzaba a ver nadie le había dado. Ella venía hacia mí como si en mis ojos pudiera leer el artículo que escribo. Le estiré las monedas en unas manos lustrosas, aseadas, iguales a las de un banquero. Pensé que Dios tal vez tendría unas manos como esas. Mientras me bendecía gotas de saliva salpicaron mi mano. Una como un grano de sal gruesa entró en mi ojo derecho. Exactamente en el lagrimal.

La ciudad se está llenando de estas personas carentes de lo más elemental, eso que todos los días tiramos a la basura y somos incapaces de valorar por nosotros mismos hasta que un mendigo nos lo revela. Ahora vienen las elecciones. Nadie hablará de esta señora porque forma parte del tercer mundo encapsulado en el primero, ajeno a nuestras vidas, que no queremos ver a no ser en las noticias internacionales que nos recuerdan de una catástrofe matando de hambre a miles de personas. Entonces se nos arruga el corazón. Hoy existen 1000 millones de personas que padecen hambre y el excedente de alimentos en el mundo es suficiente para dar de comer a 7 000 millones. La pobreza en España ha sobrepasado el 21 por ciento y ya tenemos 5 millones de desempleados sin que haya una solución en el horizonte. No obstante miro a mi alrededor y veo a la gente que sigue como Pangloss en el mejor de los mundos posibles.

Antes de ayer un periódico publicó una foto de un grupo de personas que busca en la basura, por la forma de vestir no parecen estar en el pelotón de los mendigos, sino en la reserva. Yo los veo a menudo. Los datos son impactantes sobre la exclusión económica y social aunque ocupan poco espacio en las noticias, pero sí las estadísticas nos parecen frías podemos dejar el coche y salir a ver la pobreza que empieza a contaminarnos sin ningún recato. Con la que está cayendo, hoy cualquiera que no sea rico puede adquirir esta enfermedad. Ayer un ejecutivo me confesó: tuvimos que echar a la calle a seis. Lo dijo con tristeza. Fueron seis personas más que empezaron a tomar la medicación del desempleado, la limosna del Estado de asistencia aunque los gobernantes le llaman social, aquella a la que la desgraciada gitana no podrá acceder tampoco. Saliva, un poco de saliva de la gitana es lo que debía caer sobre este mundo. Lo merecemos por borregos.