elecciones: sábado de gloria, domingo de resurrección

Hombres huecos, foto de León de la Hoz

El sábado previo a las elecciones fue el día de la reflexión, yo lo hice en un patio en Miami, con barbacoa, cerveza y amigos que no tenían que votar. A eso nos manda la ley electoral, a reflexionar, y yo me fui lejos, con mar de por medio, quizás por aquello de que quien está fuera ve más que el que está dentro, como en el ajedrez. No es así, claro, aunque siempre son los de afuera quienes nos historian. Nos pasamos todo el año sin usar la materia gris, diría míster Holmes, y el día antes de votar nos ordenan quemar la sesera con las dudas sobre la decisión de a quién le regalamos el voto. Cosa difícil en estos tiempos en los que no hay un político conocido, ni un partido que realmente merezca nuestra confianza. Fue un día de gloria. El domingo fue la resurrección.

Antes uno sabía que el margen de error entre la elección y el acierto era mínimo porque los políticos tenían su albedrío. La política era un arte que cada uno lo llevaba según el talento, los intereses y también las condiciones, por supuesto. Eso era antes. Hoy han quedado los dos últimos factores pero falta el primero. Hombres de paja. Yo todavía estoy esperando que cumplan aunque sea media palabra de las conclusiones del G-20 en 2008 cuando se diagnosticó la crisis. El capitalismo sienta su culo enorme sobre el individuo y su individualismo, pero ahora lo empieza a aplastar, el sistema está siendo condenado por lo mismo que le dio la supremacía frente a otras alternativas. El mercado, libérrimo, reduce y domestica a los políticos que como recua se mueve dentro de los partidos y fuera de ellos. Paradoja de la libertad.

El domingo fue la resurrección de la democracia maltrecha, no porque se haya restablecido con las elecciones, sino porque ella enferma  el día posterior al voto para resurgir al cabo de cuatro años. Lo único que merece la pena recordar es que crecieron los partidos pequeños y habrá una participación más promediada de los sentimientos del pueblo. La sociedad, nosotros, los individuos, seguiremos en el teatro de los hombres huecos o los trajes sin cuerpo, en la inercia, a la espera del milagro.

Los hombres huecos

Somos los hombres huecos
Somos los hombres rellenos
Que se apoyan unos contra otros
Las cabezas embutidas de paja. ¡Pobres!
Ásperas nuestras voces, cuando
Susurramos juntos
Son suaves y sin sentido
Como el viento sobre hierba seca
O el trotar de ratas sobre vidrios rotos
En los sótanos secos
Figura sin forma, sombra sin color,
Paralizada fuerza, ademán inmóvil;
Aquellos que han cruzado
Con la mirada decidida, al otro reino, el de la muerte
Nos recuerdan –si es que lo hacen–
No como almas perdidas y violentas
Sino, tan sólo, como hombres huecos,
Hombres rellenos de aserrín.

1925

T. S. Eliot