Acabo de leer sorprendido el titular de la reseña del acto de presentación del último premio de ensayo Isabel Polanco, posiblemente el mejor pagado de la lengua: “El 15-M es paradójico: reclama el derecho a ser burgués”. El autor de la frase, dice El País, es Carlos Granés, autor del libro El puño invisible, ganador de dicho premio que patrocina PRISA. La noticia es un batiburrillo de incoherencias, contradicciones, medias verdades y aparente afán de provocar, no sé si por parte de quien cubrió el acto o por el propio autor en el apogeo del acto en la Casa de América de Madrid. Aunque la frase podría servir de epitafio a las condenas de la derecha al movimiento, descaracteriza su propio sentido y naturaleza, así que me tomo unos minutos para responder rápidamente a quienes desde un estrado y uno de los diarios más influyentes anatemizan al 15-M.
Lo primero. El señor Francisco Calvo Serraller, quien presentó el libro en compañía de Ignacio Polanco, presidente de PRISA, es un hombre culto, inteligente y especialista en arte que leo cada vez que puedo, pero no sabe absolutamente nada de boxeo. Tal vez en España o en Colombia, de donde es el autor, los boxeadores llamen puño invisible a un golpe después de ver las series infantiles de dibujos animados, nunca si supieran boxear y conocieran las escuelas cubanas y norteamericanas. No imagino a Serraller viendo un round ni en la televisión, mientras buscaba una metáfora para el libro del que tenía que hablar. Es la peor imagen que pudo hallar como elogio.
Lo segundo. El propio Serraller dice, siempre según el diario, que donde los historiadores dieron vueltas en torno a la revolución formal, Granés, el autor del libro, vio que era social. El autor, por otro lado, confiesa que el origen de las mismas estaba en los estudios de los artistas, ni siquiera en las ideas de los ideólogos. Lo primero es una perogrullada y lo otro un dislate. ¿Qué el origen de las revoluciones sociales estaba en los estudios artísticos? Dios mío, no pises las lechugas. Supongo que el libro nos aclare su concepto de revolución y a cuáles de refiere, ya que parece un picadillo conceptual. De cualquier modo se equivoca, tanto él como el ensayista hiperbolizan el papel que los movimientos artísticos tuvieron en la sociedad como fundadoras de revoluciones, ni siquiera las del siglo XX que es el periodo que estudia. Otra cosa son las revoluciones culturales que son influidas por los movimientos culturales. El autor o la noticia no parece aclararse entre movimiento cultural o artístico. Por otro lado, odio pensar que ahora alguien quiera poner sobre los hombros de los artistas la sangre y el dolor que de parte del poder y sus contrarios producen las revoluciones sociales.
Lo tercero. La valoración que hace del movimiento ciudadano 15-M es errática desde los referentes que usa para su evaluación. Este es uno de los problemas más comunes de los críticos del movimiento. El sistema de referencia que usa es el mismo que el planteado por el problema de mayo 68. Y no es así. Su puesta en escena descontextualiza el verdadero carácter del movimiento. Tal vez la utopía sea un referente válido para el autor, pero el movimiento de indignados en su mayoría desoye a estas sirenas que trajeron al siglo XX la peor catástrofe moral, ideológica y humanitaria representada en los países del Este europeo, las tiranías árabes y la degeneración del idealismo en todos aquellos países donde triunfo la utopía de la rebeldía del siglo pasado. No es peyorativo ser anti utópico de la antigua utopía, ni querer renovar el sistema cuando no se conoce otro mejor. Esa es la nueva utopía, quizás. Tal vez el ensayista galardonado conozca alguno en las democracias emergentes latinoamericanas que nos pueda ayudar a resolver los problemas europeos.
El 15-M es paradójico por su naturaleza y no porque reclame ningún derecho, ni a ser burgués, ni proletarios, ni guevaristas, ni zen, ni cualquier otra cosa acuñada por la mente de quienes a falta de objetividad, el análisis se les resiente preñado de ideas preconcebidas. El 15-M es un movimiento horizontal, sin líderes, que sobrevive a su propio caos de sentimientos y propuestas porque es el único reservorio de la sociedad para mostrar su frustración ante el grave problema de cientos de miles de familias de todas las clases, sobre todo la obrera. No pide más Estado, sino un mejor Estado y sobre todo otro estado de cosas, sin prejuicios de que en el movimiento haya quienes quieran ser burgueses o no. Es una manera de pensar y comportarse en libertad, sin anteojeras ideológicas. De soslayo me gustaría que el autor de El puño invisible echara una ojeada a otros lemas en las manifestaciones o que acudiera a las asambleas de barrio o mirara en las web que sirven al movimiento. No sé qué es preferible, un golpe bajo o un puño imbécil.