el cielo se va a caer y el rey lo debe saber

País en venta, foto de León de la Hoz

Está claro que la justicia no es igual para todos, aunque el rey en su mensaje navideño al país insistiera en que sí, igual que cualquier representante del poder, ya sea monarca, profesor, periodista o intelectual orgánicos, como llamara Gramsci a aquellos que de forma consciente defendieran y justificaran tanto las virtudes como los defectos y errores del poder con el fin de preservarlo y extenderlo. Seguramente todos si somos iguales ante la ley, pero la justicia no es la misma para todos. Tampoco somos iguales ante otras instituciones de poder. Según se ve, en el origen de ese descrédito de las instituciones está, sospechosamente, la desigualdad de la justicia, menos de la ley, pero sí de la aplicación de la misma que se puede leer de tantas maneras como intereses e implicaciones tenga esta con otros poderes e instituciones. La justicia o las instituciones no son entes abstractos, metafísicos, y tampoco son menos erráticas que la conducción de un coche a ciento veinte kilómetros por hora en una vía para ovejas.

El descrédito de las instituciones del Estado no es un fenómeno que en la democracia pueda producirse de la noche a la mañana y de ello no tienen ninguna responsabilidad los ciudadanos que nos relacionamos con el poder únicamente como votantes y consumidores de políticas. No nos toca autocensurarnos de hablar mal o bien de su funcionamiento. Todo lo contrario. En muchas ocasiones las autoridades y las instituciones se alarman e intentan corregirnos cuando la sociedad critica la perversión de estas. Se ha visto durante las protestas cívicas del 15-M. Son las instituciones las que se degradan y deben corregirse cuando dejan de servir a la sociedad con integridad, equidad y moralidad, da igual del tipo que sean. Hace ya tiempo, aún más en los últimos años, un número cada vez más considerable de pensadores sociales está llamando la atención sobre el descalabro de valores éticos considerados anticuados, que son sustituidos por otros más afines con las actuales filosofías de competitividad y consumo trasladados de la empresa a la sociedad. Pensemos en algunas de las técnicas de ingeniería de dirección de empresa convertidas en biblias de comportamiento.

El Rey reconoce la alarma social producida por la corrupción de algunas instituciones o de autoridades, aunque asegura que la creencia negativa en el resto puede poner en riesgo la credibilidad del sistema. No le toca al Jefe del Estado español, el Rey Don Juan Carlos, aleccionar sobre la opinión desfavorable de la sociedad sobre las instituciones, más bien de alentar a que así sea y luchar porque no haya lugar a ello. Es bueno que suceda en democracia esa transversalidad cuando otros poderes e instituciones son incapaces de trabajar desde una responsabilidad efectiva. En democracia la asimetría entre la sociedad y el poder es saludable. La relación democrática del poder en contra de lo que se dice habitualmente desde círculos de izquierda o populistas es asimétrica, la verdadera democracia es asimétrica.

Por otro lado, leyendo el discurso del Monarca, uno agradece que acerque su corona al pueblo refiriéndose al desempleo. Sin embargo, aunque tierno, emocional y más conciliador aún, no deja de ser inquietante que usara las mismas ideas que el presidente electo Mariano Rajoy. Lo mismo hizo cuando Zapatero ponía el acento en lo social. No se trata de que el Rey apoye al presidente de turno, cosa que me parece natural y justa según nuestro modo de Estado, sino del temor de que si este Gobierno no acierta y terminamos vendiendo el país al mejor postor, tendremos que decir que su Majestad ayudó a venderlo. Si el cielo se va a caer, el rey lo debe saber.