Ha muerto un hombre a causa de una huelga de hambre que sostuvo por los principios que ayudan a cualquier hombre a vivir, los suyos, da igual cuáles y si son iguales o no a los nuestros. Sin embargo, los medios de información, los partidarios políticos de uno y otro lado de la orilla de Cuba, se lanzan al ruedo una vez más para atacarse con argumentos válidos o justificados según la ideología y la ignorancia de quien lo haga. Hay quienes creen a pie juntillas las palabras del gobierno cubano, las únicas a las que tiene acceso un cubano que vive dentro; y hay quienes creen las que enuncian los blogueros que valientemente son la otra referencia informativa de la isla. Entre estas dos líneas de información se tejen las verdades y las mentiras con que soportamos la irrealidad de la isla. Casi todo está escrito de antemano mientras la situación sea la misma.
Como suele suceder en estos casos, poco importan las personas, aunque se apele y sea una violación de los derechos humanos dejar morir a un hombre que se supone está bajo el cuidado de un Gobierno en un Estado de derecho. Una violación que es la consecuencia de otras en las que sobreviven los cubanos de la isla. El hombre que ha muerto y fue antes arrestado, dicen que por intento de agresión a su mujer y desacato a la autoridad, fue uno que por los motivos que fueran se dejó morir en una reivindicación personal o no, política o judicial, da igual, mientras se hallaba en una prisión concebida y administrada por el gobierno. Es un hombre joven muerto, que se ha convertido en la presa de los pájaros carroñeros que se disputan un suelo político. Es la muerte de una crónica anunciada.
El gobierno cubano dice que era un delincuente y parece que eso no le obliga a cuidar a ese hombre que caminaba hacia la muerte con un valor que muchos quisieran, era su pelotón de fusilamiento en el que casi todos, razonablemente, ensucian los pantalones. Según ese razonamiento, para el gobierno cubano, que tiene una moral más que dudosa, un preso por delinquir es un ciudadano de segunda. Pensaríamos entonces que todos los cubanos que viven en la isla son de segunda porque la legalidad oportunista del régimen, en su perenne estado de vigilancia del reequilibrio social, puede convertir en delito lo que antes no lo era o viceversa. El cubano convive con el delito como en cualquier país que tiene unos gobernantes de tercera que, sin ir más lejos, con su propia legalidad podrían estar en la cárcel por contravenir la misma Constitución redactada por ellos.
Uno que ha delinquido también puede morir por una causa política. La propia Revolución tiene exdelincuentes del régimen anterior que luego fueron activistas políticos, héroes o mártires. Por otro lado, la frontera entre el delito común y el político es a veces de una fragilidad casi invisible en países como Cuba donde el delito político no existe y las leyes restringen las libertades individuales. Allí todo el que entra en prisión es delincuente o contrarrevolucionario, suponen lo mismo. Yo no sé si el que acaba de morir era o no un delincuente, tampoco si su huelga tuvo una motivación política, ni si en la prisión adquirió una conciencia política. Si sé que en un país muerto de muchas hambres, con una dictadura, un hombre que se deja morir por hambre es un muerto político, da igual si luego lo ponen bocarriba o bocabajo. A veces la única forma que tienen los hombres de ser libres es con la muerte. El estrecho de la Florida está lleno de ellos. Hablemos.