el bueno, el malo, el feo y yo

Fotograma de la película El bueno, el malo y el feo, de Sergio Leone

Una de las reflexiones que me produce el caso, peripatético, del juez Garzón sentado en el banquillo de los acusados por varios supuestos delitos, no tiene que ver directamente con la justicia, aunque la justicia es también un reflejo. Ya sabemos que la justicia es imperfecta, desigual, paradójica e injusta a veces, como la sociedad y el hombre mismo. Mi reflexión quiere ir más allá del hecho que se juzga, la persona y los problemas ampliamente reconocidos de la justicia. Además, contiene lecturas que pueden relacionarse y que más tarde abordaré para el caso de la transición y el futuro de Cuba, ya que al margen de las diferencias históricas, hay una cultura común donde entroncan sentimientos y actitudes similares. Siempre sería preferible una transición a la española, en vez de otra como la rusa o algunos de los países del antiguo bloque socialista del este.

Pienso en los sentimientos de odio político que en la sociedad española dan lugar a situaciones de un encono tan pronunciado, sistemático y sintomático, por demás, como el que vemos en torno al enjuiciamiento del juez Garzón. No opino si el proceso es justo o no, legal parece serlo, si no la justicia estaría peor de lo que reconocen los propios políticos y magistrados. Más bien trato de ver una razón, que me ayude a comprender por qué las creencias políticas se viven con tal obcecación e incluso ensañamiento en un contexto democrático con un margen para el antagonismo o la beligerancia más reglado que reducido para poder hallar soluciones a la convivencia. Nadie puede negar que detrás del enjuiciamiento al juez hay dos sentimientos políticos, uno hostil y otro solidario. No digo que haya una intención política, que también está en algunos grupos y personas. Es así cómo el propio marco legal que debiera ser la columna de la paz social se resquebraja, usándose como ariete.

No tengo dudas de que una de las causas de esta relación anómala de los españoles con la política tiene que ver con la dualidad que produce el maniqueísmo ideológico de un proceso de postguerra sin resolver, con un componente dogmático heredado del extremismo católico y consagrado en el siglo veinte por la dictadura franquista. Pares opuestos de la psicología social, vividos en los propios hogares y en la educación de los hijos, que se remontan a la frustración nacional del 98, se reactivan en la postguerra y desembocan en nuestros días: nacionalismo-españolismo, dictadura-democracia, izquierda-derecha, olvido-memoria, perdón-castigo, por ejemplo. Ni el olvido ni el recuerdo son soluciones por si solas, más bien la educación, la discusión y el debate que pudiera llevar mediante el razonamiento a comprender los errores de ambas partes, no digo justificar, y alcanzar una paz social real y duradera. Como en las tragedias de Shakespeare hay demasiada sangre, pasión e irracionalidad relacionada con la política.

No puede ser de otra manera cuando los sentimientos surgidos del fratricidio tienen su correlato en el antagonismo político e ideológico radical. No hay soluciones fáciles, sin embargo una de las menos felices las tomó el gobierno de Zapatero al querer impartir justicia a los vivos encima de los muertos, sobre todo en una parte de ellos: la ley de memoria histórica, en todo caso sin un debate previo que entrara a fondo y con todas las consecuencias. Como era de esperar, el efecto fue contrario al que necesita el país, la sociedad se dividió con una fosa entre los bandos, ahondando el sentimiento de odio político y revanchismo que la transición había logrado aminorar por la generosidad, el talento y la valentía de políticos y constituyentes. A Zapatero le sobraba sentimiento de izquierda y le faltaba de estadista. Tampoco ningún otro gobernante o partido ha hecho lo suficiente, todo lo contrario, han dado carnaza a los suyos.

Aquellas aguas trajeron estos lodos. Sin saberlo, ciudadanos, hombres y mujeres, padres e hijos, en general, se comportan como podrían hacerlo sus padres víctimas del radicalismo, el extremismo político, ideológico y religioso. Esas ideas y sentimientos trasladados acríticamente al presente perviven e invaden esferas, a veces inusitadas de la vida social y privada. Lo veo en personas dotadas de inteligencia, cultura y sensibilidad que me rodean, entonces pienso cómo será en otras. Todavía para muchos la frase del filme El bueno, el malo y el feo, tiene un sentido que condiciona sus relaciones con los demás: “El mundo se divide en dos categorías, los que tienen revólver cargado y los que cavan… Tú cavas”. Así es aún.