Hace días mis lectores me preguntan si soy de izquierda o derecha, algunos. No ven claro que critique a unos y a otros sin discriminación. Me exigen una toma de posición, amistosamente, por supuesto, casi con cariño, se supone que a la espera de una respuesta que les garantice la credibilidad de mis conjeturas, generalmente polémicas, me dicen. A estas alturas de mi vida no sé si decirles que soy ambidiestro –Mohamed Alí pegaba igualmente con las dos manos–, tal vez lo sea porque durante una gran parte de mi vida vi hacer las cosas con una sola mano.
El concepto o la idea de ser de izquierda o derecha es relativamente nuevo, antes uno se decía progresista o no, y ya se sabía. Ahora hay que ser de izquierda o derecha, el centro es como el cuarto de los hermanos Marx. Se acostumbra a dividir a la gente en dos: izquierda y derecha. Los políticos y los medios tienen gran responsabilidad e interés en dividir el mundo de esa manera. Pero lo cierto es que esa división responde más a intereses políticos que a la realidad de sociedades avanzadas, estables y democráticamente consolidadas. Es más propio de dictaduras o sociedades enfrentadas en conflictos internos como resultado de crisis que afectan la estabilidad social. Sin ir muy lejos, en España ser de izquierda o derecha es un sello de identidad.
La izquierda y la derecha no son ideologías estancas, evolucionan, involucionan y se entrecruzan. La separación que hacía Gramsci es anticuada e irreal en el contexto actual. Sin embargo la sociedad sigue actuando como si así fuera, obedeciendo a patrones que premian la fidelidad ideológica y política. Además nos identifican como ejemplares de un rebaño que empieza a dar signos de cambio con la desafección política a gran escala, aunque la misma aún no halle causes adecuados de conducción. La idea de que vivimos en un gran mercado en el que todos tenemos un precio, una clasificación y calificación, haya una de sus expresiones en las etiquetas políticas. La gente orienta sus relaciones de acuerdo con la clasificación de los demás y una de las más usuales en sociedades excesivamente politizadas es la clasificación política. Los grupos hacen lo mismo para aceptar a sus miembros y los partidos se sirven de ello para mantenernos en la clientela de sus políticas no importa que de forma desleal en ocasiones.
Ser de izquierda o derecha puede ser igualmente honorable o no. Ambas han tenido aciertos y errores, han cometido crímenes y han ayudado a construir sociedades en nombre de ideas y valores en los que vivimos. Mucha gente de derecha vive como de izquierda y otros tantos, los más, son de izquierda y viven como de derecha. Todos tenemos algo de izquierda o derecha, si no seríamos autómatas. Algunos lo son. Cuando uno llega a este convencimiento entonces se le puede hacer más fácil comprender al otro, tolerarlo y aceptarlo. Posiblemente dependa de qué y cuánta sea la dosis que se posea de uno y de otro. Si no existieran los contrapesos viviríamos una forma de dictadura, de hecho se produce en ocasiones si un partido gobierna durante demasiado tiempo con mayoría y acaba por deformarse. Ahora que la sociedad española se debate entre ser más de izquierda o derecha, deberíamos pensar que eso que llamamos centro no es más que un poco de los dos, si lo analizáramos en un esquema veríamos que cuanto más la izquierda o la derecha se alejen del centro peores son, hasta llegar a peligrosos extremos.
Lo que está actualmente en juicio y deberíamos preguntar es la moralidad de las ideas y las acciones, la necesidad, la eficiencia de las mismas, o sea, cómo son ambas, qué hacen y cómo. Una y otra son las manos de un mismo cuerpo, se necesitan, se ayudan, se tocan, trabajan juntas, una destruye lo que hace la otra y se disputan el uso de ese cuerpo, no obstante no pueden vivir la una sin la otra. Las mías cada día funcionan peor para algunas cosas, igual sucede con las demás. Quizás haya que cambiarlas, esa sí es la cuestión cuando ni una ni otra sirven a la sociedad, eso, según se ve, no es lo que está sucediendo.