Una de las grandes aspiraciones del hombre ha sido volar cada vez más y mejor para llegar más lejos. Verne fue el primero en ver claro a un hombre viajando entre las estrellas, una proeza descomunal para la época. Pero uno de los sueños más incompletos o frustrados es no poder hacerlo como los pájaros con alas propias. Leonardo fue el primero que cambió la perspectiva de lo que sería el hombre del futuro, después de la invención de la rueda el otro gran salto en el desarrollo fue cambiar la rueda por las alas. Aunque ya la primitiva imagen de la Venus de Willendorf hacía suponer el deseo de volar del hombre. Leonardo sabía que nunca podría ver las alas de metal que más tarde le salieron a su sueño, una de las fisonomías de los soñadores es saber que los sueños no se cumplen, tal vez por eso soñaba que un pájaro le metía el pico en la boca y no como suponía Freud porque deseaba un pene.
Volar no sólo es la mejor manera de llegar más lejos, sino que se supone la más placentera y excitante, aunque basta con ver la cara de los pájaros para pensar lo contrario. Supongo que el propio avión, si pudiera, hablaría del placer con que se desliza por toboganes de aire o cuando se encorva para remontar las nubes. No puedo si no decir con acritud que viajar en avión es uno de los sacrificios al que la modernidad somete a algunos ejemplares como yo. Al sacrificio del viaje se une el avión con su microcosmos regulado alrededor de una pantalla de televisión. La vida en el avión es una de la sociedades portátiles más organizadas y estables creadas por el hombre, fluye entre el lugar que te dan y el baño a lo largo de un pasillo donde transitan las órdenes y se establecen las relaciones, menos aquella que te toca en suerte, el compañero de viaje. Por lo menos, antes las azafatas eran hermosas, se decía que para el oficio debían tener una estatura admirable como los ojos y las piernas. Formaban parte de un ceremonial coreográfico y salubre que se iniciaba cuando pasaban de largo y todas las cabezas se volvían. Entonces no había televisión y la vida giraba en la tierra en torno al hombre y en el aire en torno de las azafatas. Ahora en el aire se vive casi como en la tierra, incluso para otros gustos hay azafatos.
Esta vez me ha tocado una señora. Desde que se sentó en su asiento con ventanilla le hice saber que yo era sordomudo. Lo aprendí de Gastón Baquero que cuando hacía largos viajes en tren se colgaba un cartel al cuello que decía, “Soy sordomudo”. Es la mejor manera de evitar visitas a tu privacidad. No tiene carnes, rubia, mayor y por el acento parece francesa. Tiene una gran flexibilidad. Al llegar se quitó unas botas de montar, las medias, y se puso a hacer contorsiones. Tiene los pies tan horribles como los de Alicia Alonso cuando dejó de pisar el aire. Su cuerpo es estrecho, apropiado para los aviones, sin caderas; tiene que ser una mujer de circo. Ha comido como un hombre y lleva una bolsa de chucherías que no deja de meterse en la boca. Yo miro con el rabillo del ojo y ella hace lo mismo. Los aviones, tan bellos por fuera y tan feos por dentro, como la vida misma dependen de con quién te toque vivir, menos mal que no es para toda la vida. Odio viajar. Abur, ya veo los rascacielos de Miami.