Se supone que la reforma laboral debiera ser parte de la solución que el Gobierno busca contra la crisis y fundamentalmente contra el desempleo que alcanza cotas alarmantes y vergonzosas. La otra parte tendría que ser una reforma financiera que cortara la sangría de dinero público hacia los bancos sin una contraprestación a la economía real, penalizara los flujos de dinero a los paraísos fiscales, la especulación tal y como se produce actualmente e incentivara el crédito. Sin embargo ni la reforma laboral es lo que debiera ser, ni la reforma financiera tocará el asiento fundamental de la crisis. Posiblemente, la única manera de estimular el crecimiento sin tocar los nervios del poder económico y financiero, sería incrementando la inversión pública con un endeudamiento a largo plazo si fuera posible con intereses bajos, pero la política económica que ahora mismo hereda la derecha del neoliberalismo o liberalismo radical, centrada en el déficit como si un país fuera un ultramarinos, se cree haber superado todas las teorías, el diagnóstico y las soluciones de los acuerdos incumplidos de Basilea son un ejemplo.
Una reforma laboral que realmente pudiera influir en el desarrollo del mercado laboral y por consiguiente en el empleo tendría que tener una dimensión más radical que nadie quiere. Ni siquiera se habla de ello en los medios que casi siempre dicen lo que los demás quieren oír, es una forma de hacer silencio y esquivar al toro que debíamos coger por los cuernos cuando nos acaricia el vientre. El informe del grupo de análisis del Banco de España lo dice claramente. A pesar de lo que se comenta, la reforma laboral no deja de ser una tímida regulación continuista de lo iniciado por los socialistas, cuando lo que necesita el país es una regulación de la desregularización, o sea, actuar más drásticamente sobre la flexibilización que realmente estimule el desarrollo de empleo sin que constituya un retroceso del estatus alcanzado por los trabajadores. Los socialistas no lo hicieron pudiendo hacerlo y ahora la derecha lo acomete sin atender el problema de indefensión social en que quedan los trabajadores frente al poder económico. La consecuencia es una depauperación de una franja de la sociedad que conduce a la alienación política. Habrá que volver a leer a Adan Smith o a Marx.
Es normal que las críticas a la reforma hagan énfasis en los salarios y la libertad de los empresarios sobre los trabajadores, pero nadie se ha puesto a explicar que desde hacía mucho necesitábamos una restructuración del mercado laboral que contribuyera a prever las consecuencias del desastre del modelo productivo, y también a romper con una cultura laboral anticuada con demasiado peso en la burocracia del estado establecida en torno al sistema de empleados y funcionarios. Tal vez el gobierno ahora tendría que moverse un poco a la izquierda y compensar las consecuencias de las medidas que afectarán a la cohesión y la paz social. La reforma era necesaria, incluso, si se quiere, más impopular o dolorosa, pero no ésta que por sí sola está condenada al fracaso, empeña el futuro de miles de familias y no tiene contrapartida compensatoria. Lo demás son paparruchas tendenciosas y comprometidas, aunque haya políticos que se pongan tan líricos que parecen amar a los trabajadores como sus novias.