«Pero comenzar todo de nuevo después de 60 años requiere poderes especiales, y mi propio poder ha sido gastado después de años de vagar sin hogar. Así prefiero terminar mi vida en el momento adecuado, erguido, como un hombre para quien el trabajo cultural siempre fue su más pura felicidad y libertad personal –las más preciada de las posesiones en este mundo«.
Declaración de Stefan Zweig antes de morir (fragmento).
Ayer la Biblioteca Nacional de Israel en el 70 aniversario de la muerte de Stefan Zweig dio a conocer la Declaración que éste escribió antes de ingerir voluntariamente junto a su esposa un veneno que les quitó la vida. Vivía en Brasil adonde había llegado huyendo del genocidio nazi en Europa. Austríaco de nacimiento, alemán de adopción y judío. Un hombre con patria pero sin suelo como muchos actualmente. Una de las tantas víctimas de los regímenes políticos y los exilios que sin embargo terminan en la historia engrosando la estadística de suicidios de los estudiosos de las conductas, cuando más sirven para corroborar alguna idea del existencialismo. A pesar de que hay suicidios con una determinante fundamentación política, es improbable que ningún gobierno se sienta responsabilizado con el mismo. Y menos aún que pueda existir una figura jurídica al respecto. Así el suicidio es un asunto meramente personal que en ningún caso sirve para nada. No obstante cuando leo la declaración de Stefan Zweig pienso que hoy mismo podía haberse suicidado porque los motivos persisten en algunos países más que en otros aunque las condiciones sean otras.
La historia de la literatura está llena de suicidios, algunos teatrales como el de Yukio Mishima, poéticos como el de Wirginia Wolf, gores como el de Emilio Salgari y dramáticos cuando se piensa en Silvia Plath. Las propias cartas de despedida tendrían un lugar aparte en la literatura y la mística que rodea a los suicidios, las hay tristes, esperanzadoras, racionales, filosóficas y también graciosas como la de Cesare Pavese (“Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismeen demasiado”) Y otras palabras finales nunca se encontraron como sucede de las últimas y trascendentes del diario de José Martí antes de ir a la muerte segura con una pistola en su mano de escritor. Se supone que el suicidio de un hombre sin patria pero sin amo que podía ser aclarado con esas palabras que escribió para nosotros, como lo hizo Zweig reivindicando una actitud ética y política con su muerte. Ese es uno de los grandes dramas que afronta la sobrevida de un suicida: no haber podido explicar porqué lo hacía. Por eso el espíritu de Martí no se cansa de dar vueltas.
No obstante las motivaciones, la personalidad, las circunstancias y la salud de los suicidas, siempre han sido queridos sólo por sus más allegados. La muerte por propia mano es uno de los estigmas culturales más contundentes que aún se arrastran sin solución desde que Adán, el primer suicida, se comiera de buena gana aquella manzana envenenada. Suicidarse no vale la pena de la misma manera que Quincey justificaba el asesinato como una de las bellas artes porque al final el suicidio como el asesinato pierde su virtud o sentido y se convierte en objeto. Nada merece más la pena que nuestra vida y quien la ame alguna vez habrá pensado como un suicida al sentir que anda por el borde de sí mismo. Pienso en mis amigos Ángel Escobar, Raúl Hernández Novás, Teo Espinosa y otros que pudieron tener una razón política en su suicidio como Martí. El poeta y editor Felipe Lázaro ha publicado una antología de poetas muertos en el exilio. A ellos también les debemos la sobrevida. Almas en pena que flotan en la cultura y la política cubanas. Leo la carta del autor de Fouche y lo comprendo como cubano.