la lengua y el sexo de la mujeres

La lengua inclusiva, foto de León de la Hoz

La lengua inclusiva, foto de León de la Hoz

La Real Academia Española acaba de tomar cartas en un asunto que nos afecta a todos, hispanohablantes de todo el mundo, y está derivando en una verdadera dictadura sobre el habla y la comunicación, el lenguaje inclusivo. Este trata de adaptar el habla, no importa si a límites de aislamiento, tedio y fealdad, de modo que la mujer se sienta representada en el lenguaje, fundamentalmente con neologismos absurdos e innecesarios que la incluyan. Eso supone, dicen, una corrección a una lengua sexista de dominación del hombre sobre la mujer. El dislate, sin duda, pone en riesgo el tesoro más valioso de la nación española y la cultura hispanoamericana, acopiado, tamizado por millones de hombres y mujeres en más de mil años. Una lengua que como es natural hablamos sin reparar en los motivos que dieron lugar a la manera en que la usamos, un instrumento complejo y hermoso que manejamos sin distinción de clase, sexo, ni edad, incluso sin importar el nivel cultural ni educacional. Todos, absolutamente todos, usamos el idioma y al usarlo tenemos la libertad de enriquecerlo. Es el único patrimonio común, de todos y de nadie, que se puede poseer y traspasar con absoluta libertad, incluso peligrosa e injustamente en el caso del lenguaje inclusivo.

A ese bien oral y escrito, granero donde se salvaguarda gran parte de la belleza y el conocimiento, sin el cual sería imposible hilvanar un par de ideas y menos imaginar, le ha salido un enemigo más. Personas incompetentes e intrusas, con poder, influencia política, medios y métodos políticos que lo han convertido en el chivo expiatorio de la discriminación femenina. La cruzada no sólo es de palabra, también se han confeccionado guías del hablante correcto, no sexista, con la intención de hacer visible a la mujer en el idioma e iniciar la abolición de la desigualdad. En realidad son estas nuevas obligaciones de corrección las que «sexualizan» el lenguaje al crear distinciones ficticias, inútiles y ridículas. Un motivo justo, como casi todo lo que puede hallar beneplácito social, se convirtió en breve en un argumento de exclusión para quienes criticamos y no acatamos la normativa salida de los despachos de los políticos. La creación del lenguaje inclusivo, verdaderamente sexista y además determinista, nos convirtió en hablantes de un lenguaje exclusivo, socialmente excluidos por no ser políticamente correctos.

Supongo que la contestación, seria, documentada y equilibrada de la Real Academia Española, no será suficiente para evitar que políticos y tecnócratas comprometidos con grupos de presión feministas radicales y marginales continúen su cruzada, pero tal vez evite que otros grupos históricamente discriminados como gays y lesbianas nos pidan por el momento que adaptemos el habla y la escritura a sus necesidades de justicia y visibilidad, si hablamos de justicia podría serlo. Las feministas parecen tener tantas dificultades con su propio sexo que lo trasladan al lenguaje, eso diría Freud. Lo oralizan y al mismo tiempo pretenden hacernos partícipes. Que cada cual haga con su lengua lo que quiera, pero la de todos, por favor, dejadla en paz y libre. Muchos problemas tiene la lengua con las tecnologías, la contaminación indiscriminada de otras lenguas, la enseñanza defectuosa y el aprendizaje para crearle otro falso, aunque de gran sensibilidad social. Primero pongamos a hablar, leer y escribir bien a nuestros hijos en su lengua, y eduquemos en las buenas conductas con el ejemplo. Después démonos a la lengua.