la literatura y sus pervertidos

Minerva en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, foto de León de la Hoz

Leer y entretener son dos acciones que no tendrían por qué contradecirse, si no fuera porque el entretenimiento se ha vuelto un dogma, e incluso una forma de vivir y ser que ya se acepta sin remordimientos. Así entretener se ha vuelto un fin cuando ha dejado de ser un medio. Si la historia del arte y la literatura hubieran empezado con nosotros, seguramente la habríamos privado de obras monumentales como Edipo rey, casi la primera novela aunque se escribiera para ser representada. La literatura se está quedando sin literatura, por lo menos como la habíamos conocido hasta ahora y los pocos escritores que representan una sensibilidad de culto a la creación, están siendo relegados por los vendedores de entretenimiento de turno. Unos son institucionales, llámense escuelas de escritores, editoriales, ferias, por ejemplo, y los otros son quienes escriben los libros.

No es que antes no existiera esta raza ni las obras con el fin de entretener, sino que una manera de hacer y leer la literatura se está imponiendo como parte de la crisis que vive nuestro tiempo. Ya no es el lector quien va en pos de la literatura, sino que la propia literatura como si tuviera pies anda el camino que antes sólo hacían los pervertidos. La literatura breve o mini destinada al consumo rápido, la trivialidad, la frivolización de los grandes temas, las estructuras simples, los argumentos elementales y las historias infladas con la joyería de la narrativa de las actuales novelas de caballería, son botones de los artificios de una literatura empeñada en acercarse a cualquier precio al público, no a los lectores que son otra cosa. La propia denominación de público o consumidores tan corriente hoy día para definir a los lectores, habla por sí misma del problema.

Vivimos un estallido de la publicación de libros con los cambios que produce a la industria la tecnología digital. Todos quieren publicar un libro porque pueden hacerlo con extrema facilidad, actualmente los libros primero se publican y luego se escriben. Es una metáfora que puede ayudar a explicar la transformación del oficio de escribir y la corrupción del mismo. Antes los manuscritos se acumulaban sin saber si serían publicados, el primer destino de la literatura era la escritura, ahora es la librería. Los libros antes de escribirse ya tienen atributos de libros. La doctrina del mercado, todo vale y todo se puede vender, configuró una ideología en la cultura que sólo recientemente empieza a ponerse en duda. El dogmatismo de los postmodernos nos ha traído estos lodos que un principio sirvieron para combatir otros dogmas.

Todavía hoy, cuando son pocas las voces que se alzan contra esta tendencia, vemos cómo los medios, los aparatos publicitarios de las grandes concentraciones editoriales, las universidades y las instituciones burocráticas de la cultura se afanan en demostrarnos que determinadas novedades son las que debemos leer, orientadas casi siempre hacia determinados nichos de mercado que conforman isletas sociales dispuestas a devorar todo cuando coincida con sus sensibilidades e ideologías si está escrito en un lenguaje ameno, sencillo, con estructuras cómodas que permitan leer para pasar el tiempo y emitan un mensaje generalmente simplón. La poca crítica no falta, a tal punto que si hacemos caso a ciertas opiniones sobre el Quijote, podríamos pensar que es un simple relato de aventuras. Tal vez en eso quede si no se frena la tendencia a convertir toda la gran literatura en entretenimiento. Al contrario de lo que dice Vargas Llosa, el único que se ha atrevido a revelar este problema, si hay una jerarquización, pero es sobre la base de otros valores diferentes a los que convirtieron la cultura en el culmen de las esencias de las civilizaciones. Esa nueva jerarquía de valores es a la baja y en horizontalidad.

Como dice un amigo editor sobre los poetas y la poca difusión de la poesía, “los poetas tienen la culpa”. Tal vez, los escritores tienen gran responsabilidad en esta devaluación de los valores literarios que echamos de menos. La literatura está llena de pervertidos que ojalá escribieran de sus perversiones. Antes un escritor era alguien que se sabía condenado a escribir y vivir como un escritor, ahora hay toda una industria que los fabrica y ellos mismos aspiran a ser “ricos y famosos”, también los lectores lo creen. La fidelidad a la literatura tiene muchos costes, yo perdí la ocasión de que una mujer me amara porque me suponía lo contrario a lo que ahora se cree que deben ser los escritores. Por suerte al día siguiente otra me recogió para leerme. Posiblemente lo mejor que uno puede hacer es abandonar la literatura si se dejara o sumarse a una guerra contra la perversión. Lo estoy pensando.