la realidad es como un elefante

No todos vivimos en un cine porno. Foto de León de la Hoz

La gente pobre ve mejor y mucho más rápido las consecuencias de la crisis, ya que la realidad es como un elefante en la propia casa. No es porque tengan dotes especiales. Los otros y los funcionarios ven más o menos según cómo les vaya afectando. Es una ley sin nombre, como cuando hay dos personas  debajo de un chorro que cae de un balcón, cuanto más arriba y cerca de la caída del agua se halla una de ellas menos se moja, mientras que la otra cuanto más abajo más se moja y con más fuerza cae el agua contra ella. Son estos para los cuales cada mes es cuesta arriba, que no tienen casa porque la perdieron, que comen lo peor del mercado o meten medio cuerpo en las basuras y para quienes el Estado se ha quedado sin ayudas y sin las prestaciones que hacían de Europa el capitalismo más humano.

No obstante hay gente que no quiere ver, no quiere oír. Prefieren desconectar si todavía no son salpicados por la que está cayendo. Es una tendencia natural de la sociedad en la que vivimos. Se comportan como los personajes  a los que piden identificar a un elefante con una venda en los ojos. Cada uno va creyendo que se trata de un animal diferente, según la parte del elefante que le ha tocado. Eso es el cuento. En la vida real, sin embargo, la gente tiene una actitud consciente de no querer saber nada, prefiere que los demás toquen al elefante y enterarse por lo que dicen los otros. Se tapan los oídos con un poco de música, últimamente todos son grandes melómanos o van a un taller de risoterapia. No es difícil vivir en la otra realidad hasta que nos toca palpar una parte del elefante. Aún no lo hemos hecho entre las patas traseras.

Hoy los más necesitados ya saben lo que es el elefante. Les cae encima y directamente el chorro de la crisis. Otros que antes no se enteraban empiezan a sentir que los salpican desde arriba. Los recortes y medidas que Alemania impone afectan a casi todo el mundo, nadie escapa al efecto de vivir debajo del poder, unos más que otros y todos de formas diferentes. Hay quienes  no sienten comprometida su horizontalidad y lo acusan menos, mientras que otros empiezan a perderla, todavía menos que otros, aquellos condenados por no haber pertenecido nunca a la clase media, que se duelen día tras día de su presente sin futuro y que siempre sufren la verticalidad del poder. Esa clase media inflacionada por el milagro español, mimada por el poder político y económico, que no dependía de sí misma y para la cual trabajaban los políticos le han quitado la manutención y empieza a caer por debajo de sus sueños. Se empieza a mirar con miedo en el espejo de la otra España.

La crisis tiene las más variadas y crueles correcciones. Lo peor, lo injustificable, lo imperdonable, son las propias vidas. El miedo se está apoderando de los más frágiles. En la vecina Grecia los suicidios alcanzan cotas de escándalo aunque no nos hayamos dado cuenta hasta que saliera publicado en el New York Times. En España la depresión no tardará en hacerse patente si Europa no da un golpe de volante, todavía vamos por bulerías. La izquierda espera que el próximo presidente socialista francés nos presida y los griegos dan la espalda y optan por los partidos radicales de derecha e izquierda. Los que están arriba también se están cargando la democracia.