Lo más razonable que uno puede hacer en el verano es no leer, es la mejor manera de ser un buen lector y no morir en el intento. Las vacaciones serían el peor periodo para leer si no es porque la lectura ha sido tan trivializada que ya se puede equiparar a cualquier entretenimiento. Esa sin duda es una de las causas de que se lea menos poesía. La mayoría de las lecturas que nos proponen nuestros vecinos y amigos, influenciados por los grupos mediáticos, son como aquellas que doy a mi hijo de siete años para fomentar su hábito de leer: entretenidas y con argumentos cómodos. Los lectores a los que va dirigida la industria editorial son esos lectores infantiles de siempre, pero con tramas de adultos. Asómese por encima del hombro de un lector cualquiera, aunque sea mala educación, y comprobará lo que digo si usted no es uno de ellos.
Hoy día un buen libro es el que no puedes dejar, dicen los críticos, aunque después te moleste en el anaquel de la librería –no importa que sepamos que esa no es condición de excelencia—y, sobre todo, que haya sido recomendado por los medios de comunicación que forman parte de la vasta red del mercado. Hay lectores que, satisfechos de actualidad, se miden ellos mismos por los metros cuadrados de lectura que acumulan en sus hogares. Entretener a cualquier precio parece ser el destino de los libros y con ese objetivo se repiten las fórmulas de libro en libro. Todo escritor que en la actualidad se respete debe tener cerca el manual de entretener a la hora de escribir, da igual que carezca de estilo y otros requisitos indispensables cuando se dispone a crear un libro para un buen lector. Desde que Dios dejó de ser un libro, cualquiera puede ser escritor. A eso se le llama la democratización de la cultura.
El verano no es para leer si no hemos leído en otras estaciones o es para leer aquello que menos importancia tiene y hemos ido relegando. Es tan así que no deja de sorprenderme cada año el verano de periódicos y revistas dedicados a vendernos libros supuestamente indispensables o los mejores del siglo. Aunque es la estación menos indicada para leer, se ha hecho un hábito que la gente espere la época para oír recomendaciones y prepare las vacaciones con la mente puesta en lecturas que llevarán en sus maletas. Eso me hace pensar que habrá libros y escritores estacionales. Casi todos los lectores vacacionales, no los vocacionales, están bajo la influencia de esos gurús literarios, llamados “críticos” sin recato, al servicio de los grupos mediáticos que alientan nuestros gustos como revistas de ropa para señoras.
Sin embargo hay una buena noticia y es que se vende menos, según el informe de la Asociación de Editores de España el único género que salva el dinero de las editoriales es el de los libros dedicados a temas prácticos, como era de suponer. Según ese informe también ha decaído la compra de libros tradicionales a favor de los ebooks, lo que nunca dicen esas noticias es qué leen la mayoría de esos consumidores de libros electrónicos, aunque lo podemos imaginar revisando los catálogos. Posiblemente lo único bueno de la crisis es que cuanto menos compre la gente, menos se publicará y tal vez podamos empezar a ver menos libros pero mejor literatura. También dejando de comprar se puede ser un buen ciudadano al dejar de alimentar ese círculo del infierno de la demanda. No lea, menos lo que le dicen que lea y así no será cómplice de la desidia cultural que padecemos. En vez de comprarse un libro, vaya y páguese un masaje o un hula-hula.