Estamos viviendo los peores días que recuerde la democracia española y Europa desde la última guerra mundial. A la insolvencia económica-financiera y la incertidumbre política, se suma la limitación de los derechos sociales. Esta podría ser una afirmación catastrofista, si no fuera una idea cada vez más semejante a la realidad y con más adeptos, incluso entre los viejos optimistas de la crisis que nos pedían ser optimistas para calmar la sed insaciable de optimismo de los mercados. Ya queda poco por ofrecer a los mercados. Gran parte de los españoles se están quedando hasta sin la soga, aunque no faltan quienes ponen la soga o la sostienen, alguien tiene que hacer ese trabajo, se infiere del discurso político. Con las nuevas medidas, si antes era caro morir, ahora es imposible pagar el muerto. El milagro español de haber salido en breve tiempo de su histórica oscuridad a la vanguardia del grupo de países más importantes e influyentes empieza a desinflarse, también podría ser el principio del fin de un capitalismo más humano que distinguía a Europa desde el final de la guerra. Son días duros y difíciles que sin duda no serán mejores a los que están por venir, si cómo hasta ahora no se asumen soluciones rápidas y realistas no sólo para la crisis, sino también para el origen de la misma a nivel europeo.
La pésima gestión de Alemania al mando del barco europeo y la ineficiente burocracia política de la Unión, están cavando la tumba de lo que ha sido el modelo capitalista de sociedad más equilibrado y justo hasta ahora conocido, el llamado Estado de Bienestar. Ya no se trata de que se salve España, cosa que cada vez parece más difícil, sino de que se pueda salvar Europa. Si a esto se suma la peripatética actuación del Gobierno español en sus primeros siete meses al frente del país, podremos tener un resultado que volvería a hacer morir a aquellos teóricos y políticos que vieron al final de la última guerra mundial una solución en el Estado de Bienestar para la paz social futura y la estabilidad del sistema y el mundo, fundamentalmente de la Europa democrática que se enfrentaba entonces a la influencia del paternalismo social de la Europa comunista. Se trataba de concederle al Estado un papel más relevante de reajuste y equilibrio que la propia sociedad no podía realizar por sí sola en la primera línea de contingencia contra las dictaduras comunistas. Fue, como debía ser hoy, una solución política a un problema social de origen económico.
Está en juego la calidad de vida de los españoles y la vida política de los dos grandes partidos que han alternado el poder. Pero también podría ser el fin de una concepción de la democracia, que de ser así pondría en peligro la existencia de un sistema que en la cuna de la civilización occidental igualó el derecho a la libertad y los principios democráticos con los derechos sociales y civiles como ningún otro sistema. Se está produciendo un vaciamiento tan profundo de los fundamentos de la democracia europea que podríamos estar llegando al punto final necesario en el cual se produzca la inflexión para volver a empezar y reinventar la democracia política que ha cedido el poder a los mercados. Este debería ser el momento dada la necesidad de cambio y el gran concenso de que dispone. Sin embargo los políticos, incapaces de pensar políticamente, adoptan soluciones más propias de empleados de la banca que de la sociedad llevando la política por intereses particulares y a veces mezquinos, ajenos a una Europa que debiera ser deconstruida política, económica y financieramente. Ellos rompen los platos y nos piden que paguemos entre todos, es la forma de patriotismo con que nos convocan al sacrificio. La conjura contra la democracia empieza a fraguar su riesgo, aún acaba de empezar el proceso de autodestrucción y las ideologías más extremistas del populismo de izquierda y derecha empiezan a alcanzar cotas de simpatía nunca vistas.
Las medidas aprobadas en el Parlamento español para contentar a la Europa errática y los mercados son la victoria de una filosofía que hoy encuentra la justificación perfecta desde que el neoliberalismo económico y financiero se instaló como supuesta alternativa, llevada hombro con hombro por políticos y economistas. Hoy ya casi nada recuerda aquellos días de euforia neoliberal. No es un hecho aislado, sino la consecuencia de una forma de pensar, que parece desconocer la importancia vital que tiene para Europa evitar la inmolación social. Sería erróneo pensar, como nos dicen, que el sacrificio social y la esclavitud al mercado es una elección inevitable. No lo es. Europa debería dejar de esperar de los mercados y tomar la iniciativa actuando contra ellos. Habiendo llegado a esta situación de amenaza no quedaría otra alternativa política que imponer serios correctivos a la paranoia de los capitales, corrigiendo la actuación irresponsable de los mismos. Las medidas tienen que cambiar de rumbo si queremos que Europa no se incendie con nuevos nacionalismos y extremismos de toda factura. No son los mercados a quienes debemos confianza, sino a los políticos y lamentablemente no es así.
La poesía si sirve para algo es para devolvernos la fe en la poesía. En otro momento también vital para España y el mundo, el gran poeta peruano César Vallejo, en su extraordinario libro España, aparta de mí este cáliz, escribió unos versos que podría haber escrito esta mañana de nubarrones y que los españoles deberían poner a la puerta de sus casas para conjurar una fatalidad histórica y cultural: ¡Cuídate, España, de tu propia España! / ¡Cuídate de la víctima a pesar suyo, / del verdugo a pesar suyo / y del indiferente a pesar suyo!… / ¡Cuídate de los nuevos poderosos!