Un amigo que escribía los análisis económicos para un diario americano, me decía, sonriente, que no sabía a ciencia cierta porque la bolsa bajaba o subía y todos los días tiraba de su imaginación para describir, analizar y prever los vaivenes financieros. De cierta forma, de sus opiniones también dependía la salud de las economías y los mercados. Tal vez eso no explica que la situación de la economía española empeore a pesar de los esfuerzos y los sacrificios para dar confianza a los mercados, aunque es un indicador de que la economía y los mercados son también personas además de cifras, por tanto es tan importante la sicología y la moral para su funcionamiento como todo lo demás. Son tantos los factores subjetivos y objetivos que hacen del análisis una labor absolutamente especulativa. Mi propio amigo sin tener dinero pero trabajando para otros era un especulador de palabras y también contribuía como parte de un sistema a crear o perder riqueza de los mercados. Mi amigo hacía literatura de ficción con materia sensible para las economías de los países y de las personas, sin embargo, es bueno decirlo, sus análisis en nada tenían en cuenta a estas últimas, aún sabiendo que el destino final de la economía son ellas. Mi amigo está muy lejos de ser un desalmado y su caso no es exclusivo, de hecho el problema no es él, sino de la economía y las finanzas que como nunca antes se han separado de la vida real, en la misma medida que los políticos igualmente lo han hecho de los ciudadanos.
Los mercados son muy sensibles, reiteran los especialistas como mi amigo en vez de decir sensitivos que sería lo correcto, y cuando nos hablan de esos mercados nunca mencionan a las personas que hay detrás con rostros, nombres y patrimonio, y menos hablan de las personas que se hallan en el otro extremo del sistema como meros consumidores. No obstante estamos pendientes de las reacciones de los mercados que se comportan diferentes según sean otros mercados, cómo opinen los analistas de las agencias de calificación e incluso de acuerdo con nuestro estado de ánimo consumista. Yo creo, al contrario de lo que se dice, que los mercados son extremadamente insensibles, tal vez tanto como las personas que detentan su poder. Cuando se habla de los mercados en los términos habituales podríamos creer que son entes abstractos dominados por fuerzas diabólicas cuando no se cumplen determinadas leyes a las cuales nos someten, o bondadosos según la situación de la economía o los intereses mediáticos, políticos y de poder. Sin embargo no es así, podemos imaginar que detrás de los mercados y las finanzas que hacen oscilar las ganancias y las pérdidas hay personas de carne y hueso, comprometidos con intereses de todo tipo y poseedoras de valores éticos y morales, tal vez no demasiados distintos de los nuestros. Son personas como aquellas a las cuales perjudican o benefician directa e indirectamente sus acciones encaminadas a reproducir el dinero mediante los mecanismos que la desregularización y la pérdida de valor de la política han provocado. Tal vez nosotros mismos tendríamos conductas similares en posesión de un lugar similar al de aquellos que mueven los hilos de los mercados.
Aunque no lo parezca hay personas a un lado y otro de los mercados relacionadas por invisibles conexiones de poder. Unas y otras se desconocen, no coinciden en los mismos lugares y sus vidas están determinadas en gran medida por la mucha o poca cantidad de dinero que llevan en el bolsillo. A pesar de ello siguen siendo personas aunque tengamos que imaginar que existen. Si esto es así, hay razones para pensar en la escasa calidad moral de quienes sin ningún pudor, pero con avaricia y egoísmo ilimitados reproducen su dinero y su poder también sin límites, sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos sobre otras personas. Estas personas, instaladas en cierta invisibilidad que les permite actuar sin sonrojo, han perdido el contrapeso que ejercía la política sobre aquello que concernía a la cosa pública. Tampoco hallan frente a sí la contención suficiente de otros poderes, ni siquiera la respuesta más contundente de la sociedad que ve cómo la democracia es diluida por la corrupción, las declaraciones altisonantes y la ineficiencia de los políticos secuestrados por el arbitrario poder de los mercados y la insensibilidad de las personas que están detrás de los mismos. A pesar del desarrollo moderno los mercados no dejan de ser semejantes al espíritu mezquino y avaricioso del usurero Shylock, El mercader de Venecia, a finales del siglo XV.
Cuando veo el hundimiento económico y social de España, a pesar de la ingenuidad supina de algunos optimistas que asientan su optimismo en los sacrificios de gran parte de los ciudadanos, pienso en mi amigo el analista. Los análisis siempre olvidan la parte humana de los mercados y mientras se desconozca la naturaleza humana que también tienen poco cambiará la situación. El factor humano de los mercados es primordial tanto en su principio como en su fin y lamentablemente las personas están en uno y otro lado de los procesos y decisiones, incluso a veces somos monedas de cambio como se está viendo en esta crisis. El origen del surgimiento de la crisis, su desarrollo y el papel de los políticos me hace pensar que no habrá solución sin una política de interés público que modere y condicione la ambición intrínseca al ser humano, fortalezca la democracia y, no menos importante, haga que la economía, las finanzas y la política vuelvan a la vida real, a las personas que gobiernan y también a los otros que la padecen, modificando las relaciones entre los que mandan y los que obedecen o están a expensas de las acciones de aquellos.
La transparencia y la regulación serían fundamentales para limitar los excesos del mercado, pero también promover y estructurar una escala de valores más acentuada en el ser humano que en el dinero como ha sido hasta ahora. El proceso es largo, difícil y muchos ya no veremos su conclusión que será la renovación o el suicidio de un tipo de sociedad. Una utopía o una entelequia que vale la pena luchar por ella en tiempos en los que todos llevamos dentro un mercader de Venecia como lo describiera Shakespeare. Esos que nos quieren arrancar un trozo de la carne más cercana al corazón no nacieron de la nada, los engendramos todos y vivíamos gozosos de que así fuera hasta que se convirtieron en nuestro suplicio. Shylock somos todos y habrá que matarlo para que nuestros hijos sobrevivan.