hagan juego que llegó la esperanza

Fruta moral de la serie Frutas del Caney. Foto de León de la Hoz

En Madrid se instalará el casino más grande de Europa, es lo que faltaba al panorama social y político del país, envuelto en una crisis de credibilidad acentuada por la situación de insolvencia del gobierno. A mí me recuerda los esfuerzos de Cuba porque una vaca sacara al país de la pobreza. Cuba llegó a parecer un gran establo en esos años. Aquí, si hacemos el ejercicio de cerrar los ojos, podríamos creer que España es el casino de Europa. Los extremos siempre se tocan. Ya son pocas cosas las que merecen tomarse en serio, todo cuanto se aleja del dominio de la intimidad pierde nuestro libre albedrío y corre el riesgo de entrar en un juego de intereses, que cada vez controlamos menos y donde se apuesta por ganancias que nada tienen que ver con las nuestras, como en un casino. La sociedad está perdiendo esa imprescindible facultad que hizo del individuo el centro de todos los sueños, la libertad. Parecemos fichas de un juego colectivo a merced de los jugadores, sin la posibilidad de que podamos cambiar las reglas. Posiblemente a los ejecutivos del consorcio del que es dueño el señor Sheldon Adelson, no les pasó por alto la situación del país y el hecho de que Madrid sea una de las ciudades con más garitos y España donde mayor adicción al juego se padece.

La presidenta de Madrid y del partido gobernante para la región, Esperanza Aguirre, ha hecho todo lo posible porque Adelson eligiera su feudo, pradera donde pastamos iba a decir. Todavía no sabemos todo el pliego de solicitudes de Adelson, el hombre que sin ningún pudor ofrece 100 millones de dólares por poner a un hombre blanco en la Casa Blanca. El empleo es la excusa usada por esta influyente política que ha devenido en una notable populista. El empleo barato y mediocre como el que promueve su partido desde el Palacio de la Moncloa y que se ha convertido en el principal argumento político de quienes gobiernan España y Europa. Todo por el empleo, como por la patria, no importa quién lo dé, como lo dé y cuáles puedan ser las consecuencias de promover una industria del ocio de dudoso valor, incluso para el turismo, que se supone aportaría trabajo y dinero con un coste social difícil de calcular. Todo trabajo es digno por naturaleza pero lo que es indigno e inmoral es que te ofrezcan determinados formas para sobrevivir, sobre todo dependiendo de quien viene. Si ya la reforma laboral aprobada es un duro revés para gran parte de la sociedad que vive en la precariedad, algunas de las condiciones conocidas para implantar el casino son absolutamente tercermundistas, hasta los chinos, criticados por Organización Internacional del Trabajo por las condiciones laborales, han hecho su rechazo a las exigencias del magnate.

Posiblemente, un día no muy lejano, los niños de Madrid no querrán ir a la escuela para hincharse del dinero supuestamente fácil de Las Vegas madrileña, igual que lo hicieron los universitarios con ciertas carreras en las cuales identificaron el éxito con el dinero. Es la culminación de un proceso de creación de un imaginario colectivo basado en la sumisión al dinero. Tal vez la forzada y forzosa educación bilingüe en los colegios madrileños sirva para abrirse paso entre el enmarañado mundo de las apuestas. En unos años quizás podramos leer a la entrada de Madrid un cartel que diga algo similar a la conocida sentencia, que se repite en Las Vegas en relación con la zona sin luz que sostiene con hilos invisibles el dinero que se gana y pierde: “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en las Vegas”. Un casino es un lugar lleno de luz con una profunda oscuridad debajo, donde vive todo cuanto un país quiere meter debajo de la alfombra. Es un cuerpo enfermo, deseoso y deseado que vive una supuesta libertad del fruto prohibido, es en definitiva un reflejo de la sociedad que le da vida. Lo peor es que seguramente mucha gente ve a la señora Aguirre como la esperanza, la salvadora en una situación donde el miedo es su mejor aliado. No digo que se deba prohibir el juego, sino que un político no puede ser el adalid de un proyecto controvertido económica y moralmente, sobre todo cuando buena parte de la política social de la derecha está basada en la moral: no al aborto, no a los matrimonios gays, no a la prostitución, no a la educación laica, no a la educación para la ciudadanía, si a los colegios que segregan por género, en fin.

No estaría mal recordar a un compatriota de Adelson, también republicano, que fue un eminente fiscal contra la corrupción, gobernador y candidato perdedor de dos elecciones presidenciales contra Roosevelt y Truman, Tom Dewey: “toda la historia del juego legalizado en este país y en el exterior no muestra más que pobreza, crimen y corrupción, desmoralización de los parámetros éticos y morales, y últimamente un nivel de vida más bajo y miseria para toda la gente”, dijo. Dewey, por cierto, ha pasado a la historia no sólo por haber barrido a la mafia y luchado exitosamente contra el delito económico, también porque como político desarrolló una exitosa estrategia contra el déficit, a pesar de mejorar las ayudas a la educación pública, aumentar el sueldo a los funcionarios al tiempo que redujo la estructura de la administración pública y organismos, además, creó la primera agencia pública contra la discriminación por desempleo. Eran otros tiempos, eran otros los políticos. Mañana todo el mundo debería salir a la calle para demostrar su indignación por obligarnos a vivir no como queremos y podemos, sino como los políticos creen que tenemos que hacerlo. Cambiamos el juego o terminarán arruinando nuestras vidas y la de nuestros hijos.