Hoy se está discutiendo el modelo educativo español, del mismo depende en gran medida cómo serán nuestros hijos en el futuro. Siempre que hay un cambio de gobierno se plantea lo mismo y nunca deja de ser un cambio con paternidad ideológica, como en muchas cosas nadie ha logrado un acuerdo nacional ante un problema descomunal que atañe a todos. En eso el país se parece a una familia rota en la que cada padre tira de su lado agravando la situación de los hijos, no quiero decir que España sea un país roto, aunque cada vez se asemeja más a una familia que necesita cambiar su estructura para poder sobrevivir. Lo que está en cuestión es el modelo de sociedad que tenemos y cómo ha de ser la que deseamos, sin embargo no es así cómo se está planteando el asunto. Y lo que está en el fondo del cambio de modelo educativo es la perpetuación de un modelo de sociedad que está mostrando una fecha de vencimiento a la que nadie desde el poder quiere enfrentarse. El propio estilo autoritario de la mayoría absoluta en el parlamento y la rapidez con la que se impone la ley es una señal de los tiempos.
Los objetivos fundamentales de esta nueva ley, la décimo tercera de la democracia, son desarrollar una cultura del esfuerzo y hacer más efectiva la presencia de los egresados de los centros de estudios en el mercado del trabajo, los demás son objetivos subsidiarios. Véase cómo se vea, la crisis no sólo es un marco donde encaja la nueva ley que, además, sirve para justificarla, sino también una razón. Sin quitar importancia a la necesidad de reformar el sistema educativo, pareciera que la causa de la situación que vivimos la tiene el sistema educativo. Dicen los apóstoles educativos que se trata de educar en la cultura del esfuerzo, así, nada más, con vistas a sacar al país del atolladero o prepararlo al término de la crisis. Lo que hace suponer que los españoles son unos vagos. Este es un leitmotiv que aparece en todas las decisiones y reformas del nuevo gobierno y que, lamentablemente, cada día gana más adeptos entre la peonada de derechas e izquierdas acostumbradas a mirar hacia afuera del país con la idea de saber cuánto valen. Léase de otra manera la nueva ley, si desarrollamos una mentalidad nueva hacia el trabajo basada en la cultura del esfuerzo, podremos prevenir que en el futuro se produzcan otras crisis. ¿Será cierto? Claro que no. La situación que vive España no tiene que ver con la llamada cultura del esfuerzo, en todo caso con la eficiencia y la competitividad. La eficiencia y la competitividad no son proporcionales al esfuerzo. Algunos de los países que han atravesado crisis son aquellos donde la cultura del esfuerzo forma parte intrínseca de la cultura espiritual, o sea, es consustancial al modo de ser de la nación y los individuos. España, sabemos, no forma parte de ese concierto de naciones.
Que se diga desde fuera, sobre todo los alemanes, que somos un pueblo de vagos y que los políticos determinen sus políticas de gobierno atendiendo a criterios ajenos a la idiosincrasia y realidad, me parece injusto e infamante para un país que sobrevivió a la noche de la dictadura y salió de ella en alpargatas, para colocarse en poco tiempo entre los países con mejores indicadores de desarrollo del mundo. En este sentido la literatura ha contribuido a conformar una imagen deformada de los españoles sin que nadie se haya esforzado en rectificarlo, todo lo contrario. Todavía para muchos España es la misma del Quijote y el Lazarillo de Tormes, y muchos españoles se sienten a gusto en esa visión extemporánea y ficticia. Está claro que hay políticos a quienes les interesa que fuéramos cómo a otros desde afuera les gustaría que fuésemos. La cultura del esfuerzo suena bonito, nadie en su sano juicio puede oponerse a una frase tan bien lograda en los laboratorios de ideas de países con una cultura que no es la nuestra. Nadie habla del esfuerzo razonable ni racional acorde a las condiciones socioculturales del país. De hecho la labor educativa en ese sentido es nula. Tampoco se menciona la cultura de la responsabilidad, ni la del deber, ni la cultura de la ética, seguramente el cultivo de las mismas sea más necesario y más cercano a lo que necesitamos todos. Sin embargo todos asentimos y somos capaces de someternos a un eslogan que lo que pretende es legalizar culturalmente el sometimiento a lo mismo pero en condiciones de esclavitud moderna, a pesar de contradecir el propio desarrollo tecnológico que condiciona de cierta forma la cultura del esfuerzo. Cuánto más altas son las cotas de desarrollo tecnológico y social, menor es el esfuerzo, de hecho habría que denunciar el abuso tecnológico en la desestructuración del empleo que es parte de la cultura del esfuerzo. Si no hay empleo, ¿a quiénes se les pedirá que desarrollen la cultura del esfuerzo?
El esfuerzo forma parte de la naturaleza del ser humano que está motivado por determinados objetivos. El problema que padece la juventud y la sociedad no es la incapacidad para el esfuerzo, sino la falta de estímulos y objetivos para esforzarse. La deserción escolar no sólo tiene que ver con esas carencias, también influye el tipo de estímulos sobre los cuales se ha consolidado un modelo social que actualmente está en crisis. La cultura del esfuerzo a que nos convoca el gobierno tanto con su nueva ley educativa como a través de su política general forma parte de una estrategia represiva destinada a sostener el modelo con el sacrificio de los que menos tienen y más se esfuerzan en sobrevivir cada mes. No es la cultura del esfuerzo una convocatoria que vaya a transformar la mentalidad de los españoles, más bien se trata de una apelación al sacrificio con medidas depresivas de tipo económico, político y social. Lo que propone el discurso ideológico del que forma parte la nueva ley es que nos sacrifiquemos para conservar un sistema cada vez más injusto que ha dejado de ser lo fue y no merece que nos sacrifiquemos por él. Es absurdo e inmoral que los políticos apelen a una cultura del esfuerzo y nos obliguen a inmolarnos para solucionar una crisis que no hemos provocado y de la cual somos víctimas aunque aún no lo hayan dicho.
El problema fundamental que afronta la sociedad no es crear una cultura del esfuerzo, el esfuerzo es relativo en el contexto de las nuevas tecnologías y el desarrollo. Lo crucial es dotar de fines y objetivos al esfuerzo y crear la motivación que justifique dicho esfuerzo. Lo que la sociedad demanda es revalorizar el esfuerzo, ponerlo en valor cuando el propio modelo social que ahora quiere restaurar se lo quitó. Una cultura del esfuerzo sin responsabilidad ni ética nos puede conducir otra vez a caminos similares a los que nos llevaron a este callejón sin salida. Los caminos del infierno están empedrados de buenas intenciones. Y si no leamos lo que decía uno de los empresarios más capaces, Juan Roig, presidente de Mercadona: «Tenemos que imitar la cultura del esfuerzo con la que trabajan los chinos en España». La cultura del esfuerzo no justifica en ningún modo la incompetencia de los políticos y la crueldad del modelo que se intenta salvar con nuestro sacrificio. Habría que volver a leer y enviar a los políticos el Elogio de la vagancia del yerno de Carlos Marx, el santiaguero Lafargue; ese otro texto breve y maravilloso que es el Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, O Trabajar cansa de Cesare Pavese. Entonces tal vez podríamos lograr una cultura del esfuerzo pero a escala humana. Siempre me ha parecido que cuando se critica a los españoles porque el trabajo se lo toman como un medio y no un fin, es con una buena dosis de envidia. A los políticos les digo: ayuden a crear un modelo de sociedad en que el esfuerzo se justifique y habrán hecho un aporte que garantice la supervivencia del sistema.