Mientras escribía el artículo anterior sobre la democracia, en mi cabeza se movían de fondo los últimos sucesos que están atormentando a España en relación con los recortes de las libertades. Es lo que podemos llamar la represión democrática, si es democrática es buena. Una de las cosas más palpables de la crisis de todo tipo que vive el país, de ahí la gravedad de la misma, es la paradoja ideológica de quienes detentan el poder, ya sean de derechas o izquierdas. Unos y otros son capaces y están dispuestos a salvarnos cueste lo que cueste, incluso actuando como tiranos, Dios nos libre. Cuanto más libérrimos más represivos, unos más que otros, es cierto. Todo en nombre de la patria o de la democracia. Los de derechas, ultraliberales, por la patria, son o se creen los salvadores de la patria; los de izquierda, socialdemócratas, son o se creen los salvadores de la democracia, aunque modifiquen la Constitución sin contar con la mayoría, no la parlamentaria, sino la del pueblo, como hizo Zapatero. Ya sabemos que por la negativa a mejorar la ley electoral el pueblo está mal representado. Una de las diferencias es que la izquierda en el poder deja protestar más que otros, quizás por el complejo histórico que tiene la izquierda de ir por la izquierda.
Los hechos que desdicen el discurso democrático del Gobierno, seudodemocrático dirían algunos, son elocuentes de una actitud antidemocrática que se ampara en la Constitución democrática. La Constitución es la biblia para legalizar mediante la ley el discurso represivo del poder, lo parecen decir los juristas del Gobierno, y si es legal es democrático. Hay quienes intentan legitimar la represión para salvarnos. Se puede ser un demócrata o querer serlo y actuar de otra manera, no es una negación, sino una contradicción que se vive desde el poder cuando quienes gobiernan creen realmente que son algo más que la representación formal que les da una democracia revisable como la española. Ser elegidos les da derecho no sólo a representarnos, también a pensar, hablar y actuar por nosotros, como ciertos padres en ciertas familias que obligan a los hijos porque saben lo que les conviene, aunque no esté comprobado que sea así. El resultado es la implantación del discurso del miedo y la legitimación de la represión mediante el Derecho. De todas partes saltan los representantes del poder que alertan sobre el peligro que acecha a la democracia y dicen que las medidas represivas preventivas y de facto son para preservar la democracia. Los medios y los intelectuales, sobre todo los afines, los secundan retorciendo el discurso de la justificación de la represión ya que el miedo se alimenta del miedo. Se puede hablar y discrepar, pero no gritar aunque te retuerzan el cuello. Recuerdo a un altísimo dirigente cubano, con un pensamiento democrático muy avanzado para aquella circunstancia, que creía en una sola manera de reprimir ciertas cosas que me callo: legislándolas. Mutatis mutandis.
De la larga lista de medidas represivas económicas, sociales y a la libertad contra la sociedad o una parte de la sociedad, la más perjudicada por la crisis, las últimas son las más llamativas porque tienen que ver con la represión directa, visible y tangible: la llamada a consulta de las personas que hicieron ridículas donaciones a la organización de la manifestación del 25-S, la próxima modificación de ley sobre reunión y manifestación, y la violencia policial desmedida en una dudosa complicidad con los sectores más radicales y violentos. No tengo dudas de que un policía puede ser violento y cruel como otros en ciudades de otras latitudes, yo he visto y vivido la represión de cerca, incluso en España, a veces el concepto de autoridad y obediencia al mando pasa por complejos conductos de interpretación personal que pueden transformar a un individuo, un policía en este caso, en un monstruo sediento. Un gran amigo, policía, me hablaba del trabajo que le costaba a los jóvenes egresados de la academia aprender a pegar sin dejar huellas. Sin embargo, un policía, como una golondrina, no hace verano. El problema es cuando la policía, o sea, el cuerpo, los administrativos, técnicos y políticos de la policía o del Gobierno justifican sus errores y la violencia y, todavía peor, si alientan la violencia como pudiera ser ese día por cuanto se sabe de los testimonios de víctimas en aquellos acontecimientos.
Lo peligros para la democracia no vienen de las manifestaciones y protestas por muy numerosas que sean, ni siquiera por la violencia de los radicales, tampoco su credibilidad está en juego por esos motivos en momentos en que la credibilidad del sistema está en mínimos. Los peligros para la democracia y su credibilidad vienen de la actitud de sus representantes políticos y las respuestas que sepan dar a la demanda cada vez más agónica de la sociedad que se siente robada en lo político y lo material. Mucha gente se pregunta por qué se abusó de la presencia policial, de la criminalización de la protesta y de las propias personas en aquel lugar. Yo tengo una respuesta más, una suposición política que se suma al resto de las interpretaciones. No sólo querían atemorizar. Querían sobre todo dar una imagen de fuerza, poderío y control ante una situación de gravedad como la que vivimos socialmente. Los medios se ocuparon de mostrar al mundo lo que ellos querían decir: nada nos detendrá para aplicar las más duras medidas de sacrificio social, los mercados podéis estar tranquilos y seguros de que se puede confiar en este Gobierno.
Tranquilos, amigos, la represión democrática es buena, lo dicen los represores. Nada es lo que parece cuando se reprime por la democracia. Bienvenida sea porque nos hará felices en la convivencia y el amor.