la marca españa, otra manipulación

A dónde vamos a ir parar con estos políticos que, indudable, lamentablemente, hemos elegido y tenemos que tragarnos con patatas hasta las próximas elecciones, incluso aunque mucha gente lo único que pueda comer sean patatas, todavía dando gracias a Dios. Así está escrito y parece que no hay mucho interés en que sea de otro modo. Están llevando tan lejos la idea de que vivimos en un mercado y para el mercado que ahora España no es una nación, sino una marca. Y por esa marca el Gobierno está dispuesto a todo, incluso a dejar sin comida a mucha gente. Hace unos días el Ministro de Asuntos Exteriores decía que las protestas y el catalanismo dañaban la marca España. Con razón o sin razón hay catalanes en los cuales el ideal independentista vuelve a ser alentado por el populismo nacionalista, y esto de ser una marca no es muy convincente para no serlo.

Se está poniendo de moda la peregrina idea de que este país es una marca, todos lo repiten como un hechizo capaz de sacarnos a flote de un lodazal donde al fin empezamos a reconocer que vivimos. Convivimos en un mercado, todos somos mercancía en forma de productos o servicios y como tales tenemos un precio, hay quienes valen más que otros, por ejemplo, quienes no tienen trabajo valen mucho menos aunque cuestan más al Estado. Precisamente, el valor es lo que se ignora. Quienes nos gobiernan saben mucho de precios, pero poco del valor real que tienen las personas y el país donde viven, ya sabemos que un mercado es un lugar donde se aprecia mucho el precio y poco el valor, porque las cosas tienen valor en la medida de su precio. De eso saben mucho los economistas neoliberales que han fundamentado teóricamente la crisis y los banqueros.

Desde que en Sanidad empezaron a llamarnos clientes en vez de pacientes, ya uno podía suponer que el país estaba en venta y que de su facturación nos tocaba la peor parte. La mejor parte se la han llevado los banqueros, a quienes no obstante se les premia por robar o hacer mal su trabajo. El otro día mi hijo me hizo saber que quería ser escritor cuando fuera grande, me llevé las manos a la cabeza y pensé que algo yo estaba haciendo mal para que no deseara ser banquero, por supuesto banquero bueno. Ya que ahora se van a institucionalizar los bancos malos para limpiar la basura de la ingeniería financiera bancaria, o sea, la de aquellos que antes se llamaban ladrones de guantes blancos, uno puede suponer que habrá bancos buenos con banqueros buenos. Pobre de mi hijo que, al menos y por suerte podrá aspirar a ser rico por dentro.

Hace un tiempo vivíamos y trabajábamos en un país al que nos unía la historia, la lengua y la cultura, diversas, tal vez mal cosidas, y denostadas sobre todo por nosotros mismos. Eso formaba parte de la idiosincrasia y el ser de eso que fue España antes de ser una marca o, lo que es lo mismo, el nombre o rubrica de un producto o un servicio que nos iguala y con el cual nos tenemos que sentir identificados. El mundo ha dejado de ser una aldea global, gracias las nuevas tecnologías, para convertirse en un mercado global a golpe de ratón a la espera de que alguien nos compre. España se vende y le vendemos un trozo a uno de los dueños de Las Vegas, por ejemplo. No importa que otros, patriotas, saquen su dinero del país por miedo a la credibilidad de la marca a mejores mercados con mejores marcas, las que no son España. Los políticos que dirigen el país como si fuera una empresa lo tienen difícil.

Si es cierto que la palabras son los bloques primarios del lenguaje y el lenguaje configura la lengua y el pensamiento, y este último conforma el imaginario individual y colectivo, entonces estamos asistiendo a la destrucción paulatina de lo que somos mediante una minuciosa estrategia política que abarca todos los aspectos de nuestra vida material y espiritual. El poder ha organizado un discurso que desestructura lo que somos, dejándonos sólo margen para los toros y el fútbol. No es malicioso pensar en el interés desmedido que nos invade por la enseñanza del inglés, con el objetivo expreso de ser más útiles y servir en ese mercado global, no para leer a Shakespeare, como también debiera ser. Veo lo que sucede en las escuelas bilingües que nos legó Esperanza Aguirre y no dejo de pensar en las próximas generaciones a las cuales se les está restando la capacidad de pensar y analizar con la sustitución de un sistema de construcción de la realidad como es la lengua propia. Al final de este túnel lo que se ve es una marca que somos, en un mercado imaginario que terminará por pinchar su burbuja, mandándonos a todos a tomar por el saco.